Un fenómeno político: Trump lleva al extremo la campaña del odio

Un fenómeno político: Trump lleva al extremo la campaña del odio

Por Rafael Mathus Ruiz
Alan Hans, un veterinario de 67 años, miraba atónito un domingo al mediodía a unas personas que se gritaban en la vereda de la 5» Avenida durante una manifestación en contra de Donald Trump. Una mujer, partidaria del empresario, sostenía una pancarta: “Detengan la invasión, cierren la frontera”. Les gritaba a dos mexicanos; uno de ellos alzaba otro cartel: “Mantengan la calma, no soy un terrorista”.
“Es triste. Estoy avergonzado de Estados Unidos y de esta gente que muestra tanto odio. Estaba enterrado, pero Trump lo está revolviendo”, dijo Hans a LA NACION, parado en la entrada de la torre Trump. “Primero, fue un chiste. Ahora da miedo. Es cada vez más grave, y empieza a preocuparme”, cerró.
Montado en la política del odio y una retórica populista, Donald Trump se transformó en el fenómeno político -y mediático- del año. Acuñó más seguidores en Twitter -su canal predilecto- y Facebook que cualquier otro precandidato presidencial. Nadie tuvo tanta atención de la prensa.
Su campaña, al principio ridiculizada, hizo trizas el escenario electoral. Insultó a todos: mujeres, mexicanos, musulmanes, Hillary Clinton, y a cada uno de sus rivales republicanos, a punto tal que en Google la búsqueda “Donald Trump insultos” arroja más de un millón de resultados.
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Ni los insultos ni sus propuestas discriminatorias, como construir un muro en la frontera con México -pagado por México-, deportar a todos los inmigrantes sin papeles o cerrar el país a los musulmanes hicieron mella en su popularidad. Al contrario: Trump cierra el año en la cima de las encuestas del Partido Republicano. Después del presidente, Barack Obama, Trump y el papa Francisco son las figuras más admiradas en Estados Unidos, según Gallup. Su caída, predicha una y otra vez, nunca ocurrió. Amado y odiado, Trump dividió al país, y al final logró que todos hablaran sobre él.
“Dice lo que todo el mundo piensa”, explica Graham Haskins, de 61 años, uno de los manifestantes a favor del empresario en la 5» Avenida, que viste una gorra blanca con el logo de campaña del empresario, Make America Great Again (“Hagamos a Estados Unidos nuevamente grande”). “Él obliga a que la gente diga sí o no, corta a través de la corrección política. Es su mayor fortaleza”, agrega.
En Fort Dodge, Iowa, unas 1200 personas coparon semanas atrás un auditorio donde las minorías brillaban por su ausencia y se palpaba la crisis del Partido Republicano, quebrado a manos de un ala ultraconservadora, herencia del movimiento Tea Party, que ha profundizado las divisiones de Estados Unidos. A ellos, en uno de sus discursos de campaña más polémicos, Trump les prometió, entre otras cosas, “bombardear a la mierda” a Estado Islámico.
Wendell Steven, un hombre amable de 77 años, jubilado, viajó desde Lakota, a poco más de una hora de allí, para escucharlo, entusiasmado por una figura disruptiva. Steven se quejó de que Estados Unidos “se está quedando atrás” y ya no lidera, y Vladimir Putin tiene ventaja. Quiere a alguien que asegure la frontera con México y se encargue de “los inmigrantes ilegales” que llegan de todas partes, dijo. “No tenemos lugar en nuestras prisiones para todos ellos”, disparó. Quiere alguien que defienda “los valores sobre los que se construyó el país”: la Constitución, el cristianismo y la libertad. Trump es su hombre. “Es agresivo, y necesitamos eso en nuestra política”, argumentó a LA NACION.
Darwin Edwards, de 69 años, viajó al mismo acto desde Georgia, en el sur del país. Ferviente partidario de Trump, trabaja como voluntario para su campaña.
Vestido con una camisa de la bandera norteamericana, admira a Trump porque “dice lo que piensa y piensa lo que dice”. A Edwards le preocupa la frontera. “Lo vi, hablando sin guión ni teleprompter, y captó mi atención enseguida cuando dijo que iba a construir un muro y cerrar la frontera para que recuperemos el país. Si no lo hacemos, vamos a perderlo. No hay duda”, afirma.
Jaime González, de 48 años, cocinero, mexicano, y el hombre en la manifestación de la 5» Avenida que afirmaba no ser un terrorista, mostró su desazón por ser blanco del odio. El rechazo a los inmigrantes y la obsesión por la frontera han sido dos alfiles de la campaña de Trump. Cerca de González, una mujer agitaba a los gritos otro cártel: “Hasta el cielo tiene puertas”.
“Nos odian, y los mexicanos sólo trabajamos”, se lamentó González. “Trump no es una amenaza política, pero está haciendo que las personas saquen su odio. Está despertando su odio. Eso es lo más berraco.”
LA NACION