13 Jan Por qué un desastre económico mundial es poco probable
Por Martín Woolf
Es mucha la ruina en una nación. Así respondió el sabio Adam Smith ante la preocupación expresada por un correspondiente de que la ruina con certeza vendría tras las reversiones en la guerra contra los colonizadores norteamericanos. Si existe mucha ruina en un país, hay todavía más ruina en la economía mundial. Pero, de alguna manera, sigue en marcha.
Medida en términos de paridad del poder adquisitivo, la economía mundial ha crecido cada año desde 1946, incluso en 2009 después de la crisis financiera mundial. El período comprendido entre 1900 y 1946 fue más inestable que la era del capitalismo gestionado que le sucedió. Aun así, la economía mundial creció en todos esos años menos en nueve de ellos.
La economía impulsada por innovación que surgió a finales del siglo XVIII, siguió en el siglo XIX y se extendió por todo el mundo en los siglos XX y XXI simplemente crece. Ése es el hecho más importante sobre ella. No crece uniformemente en todo el mundo en lo absoluto; todo lo contrario. No comparte sus beneficios igualitariamente entre las personas en lo absoluto; de nuevo, todo lo contrario. Pero crece. Creció el año pasado. La conjetura más plausible es que va a crecer de nuevo este año.
La economía mundial no va a crecer eternamente. Pero sólo se detendrá cuando la economía de Thomas Malthus sobrepase la de Joseph Schumpeter; es decir, cuando las limitaciones de recursos compensen la innovación. Definitivamente no hemos llegado a ese punto todavía.
Desde 1900, la producción mundial ha crecido a un ritmo de un poco más del 3 por ciento anual. Tal es el poder del interés compuesto que la producción mundial se ha expandido en un factor de más de 30 veces durante este período. La producción creció de forma relativamente lenta en la primera parte del siglo XX y de forma relativamente rápida entre 1947 y principios de 1970. Curiosamente, creció un poco más rápidamente durante la economía keynesiana de posguerra que bajo el renacimiento conservador iniciado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en la década de 1980.
Consideremos ahora el patrón de volatilidad. La pronunciada volatilidad entre 1914 y 1919 se debió a la Primera Guerra Mundial; la de la década de 1930 a la Gran Depresión; y la de la década de 1940 a la Segunda Guerra Mundial. La inestabilidad de la década de 1970 y principios de 1980 se debió a la crisis del petróleo provocada por la Guerra de Yom Kippur de 1973 y a la invasión de Irán por parte de Irak en 1980. El financiamiento inflacionario de la Guerra de Vietnam generó el contexto inflacionario de la inestabilidad. En última instancia, esto llevó a la Reserva Federal a implementar una deflación bajo el liderazgo de Paul Volcker.
La desaceleración en 1990 y 1991 se debió, de nuevo, a la deflación y a la primera Guerra del Golfo, que siguió a la invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein. La desaceleración en 1998 fue provocada por la crisis financiera de Asia; la de 2001 por el estallido de una enorme burbuja bursátil; y la de 2009 por la crisis financiera occidental.
Esta imagen del pasado indica el tipo de eventos acerca de los cuales hay que preocuparse. En resumen, parece que existen tres: las guerras; los choques de inflación (tal vez relacionados con guerras o aumentos en los precios de las materias primas); y las crisis financieras. Estos fenómenos pueden estar relacionados: las guerras producen inflación si su financiación se lleva a cabo por medio de medidas inflacionarias.
Tomando en cuenta lo anterior, consideremos los riesgos actuales. Desde hace años, algunos analistas están convencidos de que la alta inflación debe ser el resultado de la expansión de los balances de los bancos centrales. Están equivocados. Los bancos centrales pueden ejercer control de los efectos de sus políticas sobre la expansión de crédito y de dinero.
Un segundo grupo de riesgos, también promovido incesantemente, es el de la crisis financiera. Los mayores riesgos parecen existir en las economías emergentes. Sin embargo, estos riesgos pueden probablemente contenerse o resultar manejables a nivel mundial. En el peor de los casos, los resultados tenderán a ser más como los de 1998 que como los de 2009.
El tercer grupo de riesgos es el de la agitación y los conflictos geopolíticos. Podemos identificar una abrumadora lista de preocupaciones: la sobrecarga masiva de la capacidad de la Unión Europea (UE) para actuar; la posible salida del Reino Unido de la UE; la debilitación de la alianza occidental; el aumento de las presiones populistas en países de altos ingresos, demostrado por el éxito de Marine Le Pen y el surgimiento del “Trumpismo”; la incertidumbre sobre el futuro económico, e incluso político, de China; el auge del yihadismo global, y en particular del Estado Islámico (EI); el revanchismo de Rusia; las disputas entre grandes potencias, sobre todo entre Rusia y EE.UU. y entre China y EE.UU.: el conflicto en el Medio Oriente, en particular entre Irán y Arabia Saudita; el fracaso estatal; el torrente de refugiados; y la retirada estadounidense de su papel hegemónico.
Más allá de todo esto se encuentra una disminución de la legitimidad y de la eficacia de numerosas democracias de altos ingresos, la frágil prepotencia de muchos otros poderes y el caos en vastas partes del mundo. Sin embargo, todo esto sucede a la vez que surge la necesidad de una gobernanza mundial eficaz en un mundo integrado e interdependiente.
Si queremos preocuparnos, hay material de sobra para preocuparse. Sin embargo, desde el punto de vista económico, lo que importa no es tanto si el mundo estará adecuadamente gestionado: no lo estará. Lo más importante es si se podrá evitar un desastre.
¿Qué forma tomaría tal evento? Una guerra entre las grandes potencias podría ser una. La elección de un belicoso ignorante a la presidencia de EE.UU. podría ser otra. Una guerra entre Irán y Arabia Saudita representaría un desastre. La sustitución del régimen saudí por el EI sería otra, así como lo sería una guerra nuclear entre India y Pakistán. Y el colapso de la UE podría ser otra más.
La probabilidad acumulativa de que al menos uno de todos estos desastres se produzca es mayor que la probabilidad de que cualquiera de ellos suceda. Sin embargo, la probabilidad de que ninguno de ellos suceda es indudablemente mayor. Recuerda: es mucha la ruina en la economía mundial.
LA NACION