¿Perro a la pileta? El eterno dilema de las vacaciones

¿Perro a la pileta? El eterno dilema de las vacaciones

Es una imagen clásica del verano: un perro labrador que, al compás de los chicos de la casa, se tira a la pileta buscando “salvar” a alguno acercándolo hasta los escalones. Esto suele ser recibido con risas y caricias para el animal, que siempre termina entrando y saliendo tantas veces como los chicos se tiren al agua. Pero aunque muchos miren la escena con ternura, varios otros podrán hacer un gesto de disgusto. Son también muchos los que no concuerdan con la idea de compartir la pileta con ellos, sea por higiene, comodidad o simple costumbre. Y en pleno verano, época de piletas, mares y ríos compartidos, el debate se hace presente: perros en el agua, ¿sí o no?
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Hay razas que claman por el agua por instinto. Los labradores, golden retrievers o terranovas son algunos de los que no dudarán en darse un chapuzón si la temperatura lo amerita. En lo de Stefanía Malvasio, Tango, su golden retriever, tiene pase libre. “Lo incentivamos a que se metiera en la pileta desde cachorro, no sólo porque nos parecía divertido sino porque queríamos estar seguros de que si se caía iba a poder salir sin problemas”, cuenta. Así, se convirtió en el primero en inaugurar la temporada de agua cada año, y es pura felicidad cuando vuelve de pasear y se zambulle. Similar panorama se da en lo de Josefina Jolly, donde la golden retriever Lola es dueña y señora de la pileta, y hasta logra que mantengan el agua limpia por ella durante todo el año, ya que no distingue estaciones para meterse. Y el mismo patrón sigue Bono, el border collie de Ramiro Torres Lacroze, al que nada le gusta más que nadar media pileta después de haber corrido una pelota en el parque. Para los tres perros, sin embargo, hay reglas a seguir. Mientras Tango no puede ingresar mojado a la casa, Bono no se puede meter en el agua sin supervisión, y si Lola termina su diversión revolcándose en la tierra, no puede volver al agua por un rato. Pero incluso aunque lo haga, el resultado no es conflictivo, ya que a Lola no le agrada compartir su espacio, y cuando llega el verano y son varios los que se meten en el agua, se queda afuera. “Nos mira como diciendo: «¿Qué hacés en mi jacuzzi?», y se roba alguna ojota en venganza”, ilustra su dueña.
En La Manada, un emprendimiento que se encarga tanto de pasear perros como de ofrecerles una “colonia de vacaciones” en verano y en fines de semana del año, el tanque australiano es, en épocas de calor, el mayor atractivo. Las fotos de los animales nadando son furor en Facebook, y, según cuenta su director, Francisco García ibar, una de las cosas que más tranquiliza y gusta a los dueños. Pero aun cuando el tanque pareciera siempre desbordante, en La Manada se aplican reglas. “No obligamos a ningún perro a meterse en el agua. Generalmente entran aquellos con predisposición por su raza, como labradores y golden retrievers. Es algo que siempre supervisamos, porque hay animales que cumplen distintas funciones, y el juego de un terranova no es igual al de un caniche. Por eso organizamos turnos y si alguno no muestra interés, no lo incitamos -explica Francisco-. Hay que romper con el mito de tirarlo al agua; eso sólo va a lograr que se asuste. Hay que acompañarlo y respetar sus tiempos”. Desde el Departamento Técnico de Vitalcan apoyan esta idea, mencionando además que no todos los perros saben nadar. “Existen razas, como los labradores y terranovas, que poseen membranas interdigitales que les facilitan el desplazamiento en el agua. Pero también hay otras, como los bulldogs, pugs y basset hounds, que no tienen su cuerpo formado para nadar de manera natural. Precisan que se les enseñe”. En cuanto a los cuidados, la médica veterinaria Graciela Castillo plantea: “En el caso de aquellos perros con orejas caídas, debe secárselas con cuidado, ya que no ventilan bien y si esa zona se mantiene húmeda pueden crecer levaduras y bacterias”. Con respecto al cloro, sostiene que en las diluciones en las que se lo suele colocar en la pileta, no es grave. Sí, en cambio, puede afectarlos el agua del mar, ya que si la toman les puede generar diarrea. Además, deberá tenerse cuidado en temperaturas más bajas si el animal no está acostumbrado a mojarse. Y es vital cuidar el acceso a la pileta, chequear que el perro tenga una salida fácil y no se desespere. “El cuidado debe ser igual que el de un niño”.

El otro bando
Pero así como son muchos los que adoran ver a sus perros nadar felices en el agua, también son varios los que se paran en la otra vereda. Pilar Greca, dueña de un caniche toy y amante de los animales en general, no aprecia en absoluto que se metan en la pileta. “Sobre todo cuando veo perros grandes, no puedo evitar sentir que toda la suciedad y los pelos quedan flotando alrededor. Si estoy en una casa ajena y el perro se mete, no vuelvo a entrar al agua. Según mi marido, eso queda diluido en millones de litros y no es significativo, pero igual no puedo superar el asco”, cuenta con honestidad. De su misma opinión es Mónica Ledesma, que aunque tiene un ovejero alemán y un border collie, jamás los deja meterse: “Me gustan los perros, pero así como no les daría de comer en mis platos ni dormiría con ellos, tampoco me gusta compartir la pileta”.
“La gente tal vez no comprende que, para algunos, nuestro perro es un amigo y compañero. Creo que la concientización y la educación, tanto de perros como de dueños, son la clave para evitar roces. Y no sólo en la pileta”, apunta Sol Cabezas, dueña de Sánchez, un mestizo. En ese camino, la veterinaria Castillo advierte: “Cuando incentivamos a nuestros perros a meterse en el agua, debemos pensar si ese permiso se respetará siempre. Porque el perro no va a entender por qué en su casa puede y en otra no. Será un límite confuso. Y si el perro adora nadar y adonde se lo lleva no es posible, quizás es mejor dejarlo en casa”.
Respeto a uno y otro lado de los bandos, y también por el animal en cuestión. Ésa parece ser la clave.
LA NACIÓN