Libros para seguir siendo humanos

Libros para seguir siendo humanos

Por Diana Fernández Irusta
Lakhdar lee. Lo que puede, lo que llega a sus manos, lo que busca a hurtadillas. Versículos del Corán, antigua poesía árabe, trepidantes policiales norteamericanos y franceses. En los textos sagrados encuentra un Dios que suele resultarle esquivo; en los poemas, el placer de perderse en la blanda música de la lengua. En los policiales, el punzante aguijón de la transgresión: allí el bourbon circula más que el agua, el sexo es habitual; la descripción de los cuerpos femeninos, tan real que duele.
Lakhdar es marroquí, tremendamente joven, vorazmente lector. “Los libros nos acompañan”, dirá hacia el final de Calle de los ladrones, la novela donde el francés Mathias Énard (premio Goncourt por Brújula, su último trabajo) hizo bastante más que dar vida a un personaje entrañable. Siguiendo las peripecias de Lakhdar, niño-hombre en plena aventura iniciática, Énard le pone cuerpo, palabras y por sobre todo cotidianeidad a un universo que para buena parte de Occidente no pasa de ser un titular, recurrente y a menudo atroz, perdido entre las noticias internacionales. También, como de costado, la novela reflexiona sobre la apoteosis y rápida caída de aquello que hace unos cinco años parecía querer trastocar el rumbo de la historia: la “primavera árabe”, primero; la irrupción de los indignados europeos, después. Lakhdar sigue, desde su Tánger natal, los sucesos de Túnez y Egipto; palpa la conmoción que llega a su propio país, degusta el sabor de la palabra revolución y se horroriza ante el primer contacto con el terrorismo islámico. Se enamorará de una española tan joven como él; viajará para ver con sus propios ojos la revuelta tunecina, conocerá la huelga general y las manifestaciones que en 2011 sacuden las calles de Barcelona.
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Con un ansia más vital que política, Lakhdar devora un mundo que tiembla alrededor de él. Y acompaña cada temblor con un descubrimiento literario. Porque Calle de los ladrones es, desde ya, un canto al encuentro intercultural. Pero ante todo es una declaración de amor a la lectura. Una encendida defensa de la capacidad de la palabra escrita (el políglota Énard hace transcurrir su historia entre el francés y las citas en árabe clásico, marroquí, español, catalán) para lograr los encuentros que en otros ámbitos parecen imposibles.
A poco de terminar Calle de los ladrones descubro en el sitio de actualidad internacional France 24 que Lakhdar tiene algo así como un primo en la vida real. Se llama Abu Malek, es sirio, habitante de Daraya, una de las ciudades más castigadas por los bombardeos. Logró construir, en un sótano, una biblioteca donde preservar los libros del desastre de la guerra.
“Tras el sitio a Daraya, no pude leer ni estudiar -explica Malek-. Junto con otros jóvenes que también tuvieron que suspender sus estudios, tuvimos la idea de recuperar los libros que permanecían bajo los escombros de las viviendas bombardeadas, o los que no llegaron a arder en bibliotecas y librerías.” Los estantes del refugio subterráneo se fueron poblando de obras de literatura árabe y de otras partes del mundo, textos de filosofía y teología. “También creamos un espacio de lectura y estudio, instalando mesas y sillas”, continúa Malek, a quien los periodistas franceses ubicaron por intermedio de otra singular iniciativa: Humans of Syria. Creado por fotógrafos amateurs y profesionales, con página en Facebook e inspirado en el célebre Humans of New York, de Brandon Stanton, este sitio busca, en palabras de sus autores, “decir a la gente que hay sirios que tienen sueños e historias por contar. Que no son sólo números”.
Por estos días, la marea informativa ya tuvo su cuota ominosa: Khalid, dos años, sirio: primer refugiado del año muerto en las costas europeas.
Uno se pregunta cómo les terminará yendo a Abu Malek y su rescate de libros entre los escombros. O a los Humans of Syria y sus fotografías de niños jugando, chicas engalanadas como para una cita, señores de bastón y sombrero: gente común, empecinada en seguir siéndolo pese al hedor de una guerra que ya carga con más de 200.000 muertos.
Me imagino que a Lakhdar, al que Énard imaginó asiduo internauta, le gustaría saber de la biblioteca subterránea, de los fotógrafos callejeros. Testimonios de que no hay frontera posible cuando la vida, más que impulso es hambre. Y palabras.
LA NACION