Kei Kamara: el fútbol como refugio

Kei Kamara: el fútbol como refugio

Por Claudio Mauri
Empujados por la desesperación, más de 6000 refugiados llegan por día a Europa, huyendo de guerras civiles y religiosas, epidemias, hambrunas y persecuciones. Antes de que la crisis de resultados desembocara en su salida de Chelsea, José Mourinho le quitó dramatismo a su situación deportiva: “¿Si siento presión por las derrotas? No, los refugiados sí que están bajo una gran presión”.
Una de las imágenes de 2015 es la de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que fue encontrado muerto en las playas de Turquía tras el naufragio de una precaria embarcación. La del refugiado es una vida en riesgo en busca de construirse una existencia nueva, soportando el peso del desarraigo territorial, afectivo, espiritual. De todo esto sabe Kei Kamara, el delantero nacido en Sierra Leona que fue goleador de la reciente Major League Soccer de los Estados Unidos, con 26 goles en 37 partidos entre la temporada regular y los playoffs. Es compañero de Federico Higuaín en Columbus Crew, que perdió 2-1 la final ante Portland Timbers. Kamara marcó el descuento y el argentino Diego Valeri hizo el primer tanto del campeón.
“Todavía me considero un refugiado y estoy agradecido a los Estados Unidos por haberme abierto las puertas. Vine de un país desgarrado por una guerra en la que pude haber muerto, porque los enfrentamientos eran cosa de todos los días. Me tiraba debajo de la cama para protegerme de los tiros. Me preguntaba si podríamos salir con vida de ahí”, contesta Kamara a un cuestionario de LA NACION enviado por mail.
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Kamara tiene 31 años y a los 14 se trasladó a Gambia por una guerra civil que en Sierra Leona dejó dos millones de muertos entre 1991 y 2002. No fue la única calamidad que soportó el país africano: en los últimos dos años, una epidemia de ébola afectó a casi 15.000 personas. Por esta circunstancia, el seleccionado que integraba Kamara jugó de local en Nigeria. Fue capitán y disputó las eliminatorias para el último Mundial; en octubre se retiró del seleccionado. “Hace más de un año que no voy a Sierra Leona. Lo del ébola fue muy grave, pero los sierraleoneses somos muy fuertes y seguimos luchando por nuestro futuro. Hubo que crear conciencia sobre la gravedad de la enfermedad”, agrega Kamara.
Fue el primer futbolista de Sierra Leona en participar en la Premier League, con Norwich, en la temporada 2012/13. De ese país africano cuyas costas son bañadas por el océano Atlántico no surgieron muchos futbolistas que hayan trascendido internacionalmente. Uno de esos pocos es Mohamed Kallon, que pasó por seis clubes de Italia, incluido Inter, donde dio doping por nandrolona.
Kallon tuvo más notoriedad futbolística, pero no es un ejemplo como Kamara, cuya historia fue llevada al cine en el documental Kei, que fue un éxito de público en su país. “Los cines se llenaron, fue como un sueño. La filmación fue genial, estuvimos trabajando mucho tiempo en esa película. No es mi vida completa, claro, pero sí sirve para saber de dónde vengo”, contesta el centrodelantero, de 1,87m de altura (11 de los 37 goles fueron de cabeza), que en la lista de máximos anotadores del torneo dejó atrás al italiano Giovinco, al irlandés Robbie Keane y al español David Villa. Otra película, Diamantes de sangre, interpretada por Leonardo DiCaprio, mostró hace casi una década el expolio que sufrió Sierra Leona con el tráfico de diamantes.
Huérfano de padre, la madre de Kamara emigró a los Estados Unidos cuando él tenía cuatro años, con la idea de poder llevar pronto a su familia, lo cual fue imposible al declararse la guerra. “Hubo momentos en los que el ruido de los disparos era como una música para mis oídos. Vi mucha sangre derramada. Lloraba mucho, era terrible la vida”, escribe Kamara, que nació en Kenema, una ciudad del Este, hasta que con su tía y el resto de la familia se trasladó a la capital, Freetown. Eran épocas en las que ni iba al colegio por el conflicto bélico. Sí jugaba al fútbol en campos polvorientos hasta que el silbido de los disparos los hacía salir corriendo. “Era uno de los más pequeños, mis hermanos jugaban muy bien. Yo no jugué seriamente al fútbol hasta que pude viajar a los Estados Unidos”, recuerda.
En 2000, en calidad de refugiado, abandonó el campo de batalla que era Sierra Leona y supo por primera vez lo que era el frío y el viento helado al llegar a Nueva York. De ahí a California a reencontrarse tras casi una década con su madre, que trabajaba en un casino. “Volver a estar con mi mamá era lo único que me importaba, además de la posibilidad de estudiar.”
Ingresó en el Luzinger High School. Tenía 16 años y carecía de una formación futbolística de base, pero mientras estudiaba kinesiología jugó en las instalaciones de Los Angeles Galaxy. En el draft de la MLS de 2006 fue seleccionado por Columbus Crew, club en el que debutó profesionalmente y con el que más comprometido está sentimentalmente tras un carrera que lo llevó por San José Earthquakes, Houston Dynamo, Kansas City, el fútbol inglés y de vuelta a Columbus en 2015, donde tuvo su año más de mayor eficacia.
Elogia a su compañero Federico Higuaín: “Es bueno, tiene visión de juego. Es un típico representante del fútbol argentino por su capacidad para leer y entender el juego mejor que los demás. Me dio varias asistencias. Compartir el equipo con él es muy positivo”.
Consultado por LA NACION, el capitán de Columbus, Michael Parkhurst, se refirió a la condiciones de Kamara: “Kei nos da mucho, aguanta la pelota y es profundo. Trabaja mucho con la pelota detenida, tanto en defensa como en ataque. Es fuerte y ágil. Se divierte jugando, y lo hace con mucha responsabilidad. Él es una parte importantísima del equipo, quizás el jugador más valioso del torneo”.
Sólo le faltó el título para coronar un gran año. No disputó la final en plenitud física por una lesión. De religión musulmana, reza una hora antes de cada partido y besa los botines. Sin vuelta olímpica, se quedó con una recompensa más honorífica: la MLS lo nombró el personaje humanitario del año por haber recaudado suficientes fondos para construir una escuela en su Sierra Leona natal.
LA NACION