David Bowie: Héroe y vanguardia

David Bowie: Héroe y vanguardia

Por Silvina Marino
Hubo una vez un tal Jim Bowie, un mercenario estadounidense popular por sus habilidades con el cuchillo, que nada tuvo que ver con el David que conocemos todos. Excepto que nuestro Duque Blanco le robó el apellido porque su verdadero nombre (David Robert Jones) coincidía con el del líder de The Monkees (Davy Jones), por entonces, más conocido que él.
Desde aquellos lejanos años ‘60 hasta el domingo, cuando murió a los 69 años de edad, su propia vida se pareció a una obra de arte. Influyente en términos musicales pero también por sus looks y por su ¿impostada? ambigüedad sexual, acababa de editar Blackstar y poco hacía suponer que llevaba un año y medio de enfermedad. Sin embargo, su muerte fue confirmada por un post de Facebook en su página oficial: “David Bowie murió en paz, rodeado por su familia, después de batallar valientemente contra el cáncer durante 18 meses”.
¿Qué se puede elegir para decir de un tipo con tan vastos hitos biográficos? ¿Que debutó en 1967 con un disco homónimo (que incluye el hermoso & circense Rubber Band)? ¿Que en 1969 llegó su primer éxito con Space Oddity, como un homenaje a la película 2001: Odisea del Espacio pero también como una épica de viaje del tipo de La Odisea? ¿Que, desde entonces, fue evidente su fascinación por los héroes, como el protagonista de aquella odisea espacial: Major Tom?
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De nuevo: ¿Cómo contamos tantísimos mundos fabulosos creados por este artista? ¿Podemos dar cuenta del planeta azul/triste que saludaba a Major Tom y que ahora despide al propio David?
Pasaron discos y pasaron sus alter egos, como el carismático Ziggy, de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Aladdin Sane o el propio Major Tom.
Pasaron sus hits, sus trajes, su mirada.
Su mito de origen dice que esos ojos dispares (uno azul y el otro marrón) no nacieron así con él, que desde que tenía 13 años (cuando un compañero le pegó una trompada), tuvo una de sus pupilas permanentemente dilatadas.
Y hay otros mitos en la historia del Duque Blanco: la androginia (propiciada por sus personajes), su declarada bisexualidad, su affaire con Mick Jagger, sus matrimonios (Angie Bowie e Iman), sus supuestos revolcones con Elizabeth Taylor, Bianca Jagger, Marianne Faithfull.
De hecho, al margen de su popularidad incipiente como artista y su importancia en la escena musical de siempre, pero puntualmente de principios de los ‘70 (cuando produjo Transformer, de Lou Reed y All the Young Dudes, de Mott the Hopple; y mezcló Raw Power de Iggy & Stooges), su vida personal era motivo de chusmerío general. En esta época, de lo que más se hablaba era de sus paranoias, adicciones y desórdenes.
Pero nada llegó a opacar lo que más nos importa: su alta capacidad creativa. Sus canciones.
Como letrista, Bowie amaba contar historias y crear juegos de palabras. El mismo contó al periodista Charles Shaar Murray, en una de sus entrevistas más famosas para New Musical Express en 1973; “Esto se lo debo a los Beatles por crear este tipo de sensación. Una de las cosas que adoro de la manera de componer de Lennon es su forma de jugar con las palabras, que es excepcionalmente buena. No creo que nadie haya sido mejor que él en los juegos de palabras”.
Si Bowie recibió una importante influencia de la vanguardia rockera alemana (Can, Kraftwerk, Neu!), él mismo funcionó como inspiración en camadas de Post Punk y New Romantic, a partir de discos como Station to Station (1976) o Low (1977).
Y el legado continuó, como sus giras y presentaciones. Sin embargo, en la Argentina pocos tuvieron ocasión de verlo: visitó el país el 29 de septiembre de 1990, en la gira Sound and Vision, y el 7 de noviembre de 1997, en la gira del disco Earthling, en la cancha de Ferro.
Es difícil, en la contemporaneidad, detectar la verdadera dimensión de su obra. Pero es fácil darse cuenta de que se trata de un músico indispensable, que eligió callar su enfermedad como solía callar sus declaraciones públicas. Como dijo una vez: “Porque me da miedo de repetirme como un disco rayado”.
Claramente, no sucedió.
Por algo se lo llamaba El Camaleón del Rock, por su capacidad de transformación y metamorfosis. David solía ayudar a nuevas bandas en sus carreras, a la vez que los vampirizaba para mantenerse eternamente actual (como sucedió con TV on the Radio, por ejemplo).
¿Y ahora qué? ¿Vale la pena seguir escribiendo cuando él mismo dejó cantado su epitafio? Así lo dice en Lazarus (de Blackstar) y así, acaso, haya que recordarlo: “Miren hacia aquí/ estoy en el paraíso/ tengo cicatrices que no pueden ser vistas”.
CLARIN