Valles y quebradas

Valles y quebradas

Este uno de los primeros viajes que se hacen mochila al hombro, con compañeros de la facultad, poca plata y sin fecha de regreso. Los valles y quebradas del NOA se pueden recorrer en buses de línea y a dedo, parando varias noches en cada pueblito, comiendo rico y al paso. Pero esta ruta no se agota en aquel viaje inaugural, con los años cambia la mirada y uno descubre la historia andina en los ojos de su pueblo, las tradiciones y fiestas ancestrales, el buen vino, la arquitectura en las casas y las iglesias coloniales. Todo esto, descontando la riqueza de paisajes infinitos que ofrecen los caminos entre San Miguel de Tucumán y La Quiaca, en el límite con Bolivia: valles bañados por ríos de agua clara, cerros de mil colores y los más valiosos metales, selva espesa de montaña y un mar de sal en las Salinas Grandes. Son unos mil kilómetros, sin contar los desvíos. Una travesía para hacer en dos semanas como mínimo y, de máxima, en caravana con otras parejas o familias amigas.
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Conocido como el Jardín de la República, en San Miguel De Tucumán arranca el camino que recorre los 570 kilómetros de Valles Calchaquíes, hilvanados por pueblos coloniales y sitios precolombinos. A cien kilómetros de la capital, Tafí Del Valle es la primera parada clave en este viaje, una villa de verano para los tucumanos, rodeada de praderas y montañas de hasta 3000 metros, donde se puede visitar la cascada de los Alisos, el Fuerte Antiguo y la Capilla Jesuítica de La Banda, fundada a principios del siglo XVIII. Se puede pasar la noche en alguna de las hosterías o estancias de Tafí, o seguir viaje a través del abra del Infiernillo hasta Amaicha Del Valle, unos 50 kilómetros al norte por la RP 307.
Es impactante el contraste entre estos dos pueblos tan cercanos, el primero con tradición terrateniente y ganadera, casonas elegantes y canchas de polo, y el segundo, un pueblo indígena con una larga historia de lucha por sus derechos, de casas simples y jardines de cardones. Desde Amaicha, se puede ir a la Ciudad Sagrada de Quilmes, ruinas del mayor asentamiento precolombino del país, que tuvo lugar entre los siglos X y XVII y que llegó a alojar 3 mil habitantes (www.tucumanturismo.gov.ar).
Ya en territorio salteño, donde se unen los valles de los ríos Calchaquí y Santa María, Cafayate es la capital del vino norteño y una de las localidades turísticas más desarrolladas de la región. Tierra de torrontés y la zamba, Cafayate conserva el trazado típico de pueblo colonial, con su plaza principal junto a la escuela y la Catedral Nuestra Señora del Rosario, mercados agrícolas, ferias de artesanías, el museo arqueológico y el el primer Museo de de la Vid y el Vino de Argentina. A 18 kilómetros de la ciudad, saliendo por la ruta 68, vale la pena desandar la Quebrada De Las Conchas, con estructuras rocosas de las eras Mesozoica y Cenozoica, esculpidas por el viento de las formas más caprichosas: Los Castillos, El Fraile, El Sapo, El Obelisco y el Anfiteatro son las más distinguidas. El camino hasta la última estación, la Garganta del Diablo, puede tomar unas cinco horas. Cafayate y Cachi están unidos por la Ruta 40, que a esta altura es sinuosa, entre cerros áridos y custodiada por cardones. De hecho, paralelo al camino se encuentra el Parque Nacional Los Cardones,creado en 1996 para proteger 65 mil hectáreas de cóndores, flora de la puna, sierras y quebradas. De calles empedradas, paredes de adobe y siestas maratónicas a la hora del sol más fuerte, Cachi es el destino perfecto para dedicarse al dolce far niente junto al río Calchaquí y dejar que pase el tiempo con la vista perdida en el Nevado de Cachi, la montaña más alta de esta región.
Después de Cachi, Salta Capital parece una gran ciudad. Sin embargo, con sus 600 mil habitantes conserva alma de pueblo. Es una ciudad para caminar sus circuitos históricos y arquitectónicos, que incluyen la estructura original del Cabildo, la Catedral Basílica de Salta, construida en 1858, y la Iglesia y Convento de San Francisco, con una torre de 53 metros. También tiene un teleférico que ofrece vistas panorámicas de la ciudad y el Valle de Lerma, y el primer Mercado Artesanal establecido en nuestro país, que funciona en una casona construida a mediados del siglo XVIII. Se la conoce en nuestro país como “la linda”, pero este año el reconocimiento vino de parte de la BBC, cuando fue elegida entre los cinco mejores lugares del mundo para vivir junto con Wellington (Nueva Zelanda), Nizwa (Omán), Chennai (India) y Johanesburgo (Sudáfrica) (www.turismosalta.gov.ar).
Entre Salta y La Quiaca, un desfile de pueblos obligan a detenerse, caminar sus plazas, calles empedradas, caseríos de adobe e iglesias centearias. En Purmamarca se encuentra el Cerro de los Siete Colores y los domingos se arma una feria de tejidos de lana de llama, artesanías en madera de cardón y en cerámica. Como sea, a pie, en bicicleta o a caballo, hay que hacer el Paseo de los Colorados, un camino que se extiende 3 kilómetros entre los cerros Paleta de Pintor, De los Siete Colores, Pollera de Colla, Bandera Española.
Unos 25 kilómetros al norte se encuentra Tilcara, que combina un perfil bohemio con algunas propuestas de lujo y sofisticación. A la vera del Río Grande y con la mayor concentración de servicios de toda la Quebrada de Humahuaca, Tilcara es visitada especialmente por el Pucará, una antigua fortaleza de los omaguacas, descubierta por Juan Ambrosettien 1908 y reconstruida en los años 50. La caminata desde el pueblo es en subida pero realizable, un kilómetro y poco de ascenso por el cerro y a través del río Huasamayo por un puente de acero. Ahí mismo puede visitarse el Jardín Botánico de Altura, donde suelen pasearse llamas y vicuñas entre los ejemplares de plantas andinas y cardones inmensos.
La Quebrada De Humahuaca es la cereza de este postre tan suculento. Recientemente fue reconocida por la Unesco con un título doble, único en el mundo, por su riqueza cultural y natural, que protege no sólo las postales más hermosas de nuestro norte sino también a las construcciones de adobe, los vestigios preincaicos y los edificios coloniales. A 3000 metros sobre el nivel del mar, en las calles angostas de Humahuaca, casi sin veredas, adoquinadas o de tierra, es difícil creer que fue uno de los centros comerciales más importantes del antiguo camino al Alto Perú. Para los que sigan con ganas de andar, pueden seguir ese mismo camino, a través de Bolivia, hasta Machu Picchu, el ombligo del mundo andino (www.jujuy.com).
LA NACION