Padre Mario: “Fui a verlo enferma y me quedé 40 años a su lado”

Padre Mario: “Fui a verlo enferma y me quedé 40 años a su lado”

Por Alfredo Serra
Soy hija de un andaluz, Eduardo Gallardo, y de una gallega, Consuelo García Vázquez. Nací en Goya, Corrientes, un 24 de junio de hace 82 años. Fui religiosa desde chica, mi madre andaba siempre con un rosario en el bolsillo y mi padre no quería mucho a los curas, pero respetaba a la Iglesia. Un día, a mis 12 años, me enteré de que no estaba bautizada y armé un escándalo. Mi padre, a pesar de ser bastante de izquierda, fue mi padrino de bautismo. Ese día fue uno de los más felices de mi vida, porque la religión nació dentro de mí como una iluminación. Entré en la Santa Madre Iglesia para siempre, y con mucho amor…
En Rosario, donde vivía con mi marido, empecé a colaborar con Cáritas, dirigida por el obispo Guillermo Bolatti, que había estado con el Padre
Mario en la parroquia Cosme y Damián. En esa época empecé a padecer terribles hemorragias. Me diagnosticaron un fibroma, y además estaba anémica: una tendencia permanente en mi vida. Tomaba un medicamento, y un día le pregunté al farmacéutico para qué era. ‘Para el cáncer’, me dijo. En los siguientes tres años seguí con las hemorragias. Mi marido, médico traumatólogo, me llevó a Europa. Consultamos a muchos especialistas, incluso a Oscar Ivanissevich -quien fuera ministro de Educación de Perón y que atendiera a Evita como médico- quien me dijo que tenía el mismo cáncer que ella, y me dio tres meses de vida. Estaba desesperada…
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Un día, mi marido me comentó que en Buenos Aires había un cura que tenía el don de sanar. No le creí. Es más; pensé que sería un chanta y decidí no moverme de casa. Pero tanto insistieron mi marido y mis hijos que acepté. Al llegar a Buenos Aires hablé primero con elpadre Ismael Quiles, un hombre extraordinario, filósofo y entonces rector de la Universidad del Salvador. Le pregunté por el tal Padre Mario y me dijo que realmente era famoso, y que había conocido a mucha gente respetable y seria que le juró haberse curado gracias a él. Me dio una carta de presentación y así llegué a un edificio de la avenida Santa Fe al 900, donde vivía la familia Lalor, que le prestaba un piso al Padre Mario para que atendiera a los enfermos. Me abrió la puerta la dueña de casa, María Lalor, una mujer culta y encantadora. Le conté lo que me pasaba. Mientras, el Padre Mario Pantaleo estaba arrodillado en otra habitación, y todos los pacientes parados o sentados junto a las paredes, como en los bailes de Corrientes…
De pronto; el Padre Mario le dijo a una paciente:
‘Espere, hermana, porque hay una persona con una gran hemorragia’. Le pregunté a la señora Lalor si yo había hablado muy fuerte, si era posible que él me hubiera oído, pero me dijo que no. El padre se me acercó; no me miró, prendió un cigarrillo con el pucho de otro (fumaba como un loco), extendió una de sus manos hacia mí, ¡y sentí que la hemorragia paraba! Se lo dije, asombrada; le agarré la mano, me miró por primera vez, me tiró el humo en la cara y me preguntó: ‘¿No vino para eso?’. Le dije que sí, pero que él me había curado y que… Pero me interrumpió. ‘No. Yo soy una guitarra. El guitarrero es El de Arriba Agradézcale a El. Pero tiene que volver, porque las hemorragias no van a desaparecer’. Y así fue; a la noche volvieron. Pero el tumor, que primero era como un pomelo, después como una naranja, más tarde como una mandarina, después como una aceituna… desapareció para siempre. Hasta mi marido, médico, dijo que era un milagro…
¿Cómo y por qué me quedé con el Padre hasta su muerte? Fue así: un día me dijo que quería hacer una obra para desvalidos en González Catán, pero que le robaban los materiales. ‘Necesito alguien que me ayude’, dijo, y me miró a los ojos de un modo muy especial. Mi marido estaba conmigo y me dijo-, ‘Te tiró una espada. No podés negarte’. Aclaro que a diferencia de lo que muestra la película Las Manos (que me gustó mucho), nunca fui una mujer sola que pasaba todo el tiempo con el Padre. Siempre fui con mi marido, jamás lo traté de che, jamás en cuarenta años entré en su habitación, y él tampoco me tuteaba. Me llamaba Doña, y a veces me decía ‘Che, nena linda’.
Pero antes de todo, ¿cómo conocí su bunker de González Catán? Es una novela. Ya curada, y como agradecimiento, le di una suma de dinero. La tiró al suelo y la pateó: ‘Esto no se compra, no se vende, no se paga: ¡mándele el cheque Al de Arriba!’, se enojó, y
me dijo que si quería quedar bien con él que le consiguiera un perro pekinés color champagne. Me volví loca buscando el perro, porque la mayoría son marroncitos. Una vez que lo encontré me fui a González Catán en un taxi, pero no sabía cómo llegar a su refugio, que era una casita muy modesta, de modo que tuve que preguntarle al comisario. En eso, el perro hizo pis en su despacho, y el comisa rio, que no quería darme la dirección (no sé por qué), le ordenó a un cabo que me acompañara hasta allá…
Así empezó mi vida junto al Padre. Todos, mi marido, mis hijos, yo, lo ayudamos a levantar su obra y lo obligamos a que se bañara más seguido y se cambiara la sotana. Porque, de tan obsesionado por su misión, andaba como un pordiosero. El quería seguir edificando obras para su fundación, y yo aumentar los servicios. Pero me dijo que no, ‘porque después que yo me muera, usted no va a poder poner un solo ladrillo. Le va a costar mucho… ’.
Se murió el 19 de agosto de 1992. Fue un día terrible para mí y para todos los que lo amaban. Un mes después se abrió su testamento, que entre otras cosas decía: ‘Cedo mi obra a la señora Araceli Gallardo de Garavelli por vida natural’. ¡De por vida! Un enorme honor y una tremenda responsabilidad. Pero ya ve: cumplimos tres décadas, hicimos un centro para gente de la tercera edad con dos piletas de natación, terminamos el polideportivo, y el año pasado entregamos casi 60 mil kilos de comida, 70 mil prendas y calzado, 60 mil medicamentos, enseñamos a más de 6 mil alumnos, atendimos a 50 mil pacientes en nuestropoliclínico, y no es todo… Además, cada año, más de 250 mil almas vienen hasta el mausoleo del Padre Mario y apoyan sus manos esperando que su energía les llegue al corazón. Muerto, está más vivo cada día”.
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