Once relatos para mostrar un costado poco conocido de la vida en el Caribe

Once relatos para mostrar un costado poco conocido de la vida en el Caribe

Por Ivana Romero
Santurce, dice Luis Negrón, “es todo lo que sobró”. Se trata de uno de los barrios más poblados de Puerto Rico, con más de 80 mil habitantes, en el municipio de San Juan. A partir del siglo XVII ahí fueron llegando esclavos que huían de países como Holanda o Inglaterra, ya que la corona española les prometía libertad. La idea era poblar Puerto Rico, estimular la agricultura y debilitar a los países enemigos. “No hay muchas otras experiencias de colonia con tanta mulatería, con tanto mestizaje. O sea, Santurce hace rato que es maricona”, asegura Negrón. Él vive ahí. También los personajes de Mundo cruel. Son todos distintos y sin embargo, por el orden de estos once relatos, podría pensarse que se trata de las múltiples vidas de un mismo personaje. El libro comienza con “Mujercitas” –cuando un niño escucha de boca de su padre la acusación “pato” mientras abraza el libro de Louise May Alcott- y termina, justamente, con “Mundo cruel” donde un señor –gay pero decoroso- abjura de la mariconería actual, llena de chicos con musculitos y de discursos correctos que no logran maquillar su homofobia. En el medio hay traidores, asesinos, desesperados, solidarios, enamorados, todos escapando de sus asuntos con la altanería propia de un Joker Queer. No es casual, entonces, que el libro tenga su versión teatral y hasta Benicio del Toro le echó el ojo para hacer un film. Además, la prestigiosísima Suzanne Jill Levine –traductora de Borges y Puig, entre otros- se ocupó de llevarlo al inglés. De ahí a que Mundo cruel ganase el Lambda Literary Award for Gay Fiction en 2014, hubo un sólo paso. A pesar de tanta fama, este libro –que aquí acaba de editar Páprika- conserva su negritud desafiante y encantadora, cercana a los personajes de Junot Díaz, Marcelino Freire o Pedro Juan Gutiérrez. Negrón estuvo de paso por Buenos Aires para presentarlo.
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-¿Cómo fueron surgiendo estos cuentos?
-Los fui escribiendo a lo largo de tres años. Yo era un escritor de closet que siempre había escrito pero nunca me había dado la libertad de mostrarlo hasta que participé de Los otros cuerpos, una antología que recoge textos queer de Puerto Rico. Así hice el crossover de librero a escritor. Es que trabajo como librero hace 25 años. Cuando un librero saca un libro es como cuando eres curador de un museo y haces una exposición. O sea, me daba vergüenza mostrar mis textos. Pero funcionó, me lo tomé más en serio, seguí escribiendo y acá estamos.
-Llama la atención que estos personajes parecieran estar sentados a tu lado, contándote sus historias con acento puertorriqueño.
-Mira, al principio me dijeron que el libro era, como tú dices, demasiado puertorriqueño. Y respondí: “No importa, si total a nosotros no nos lee nadie, nos leemos entre nosotros.” Además, yo no quería limpiar el lenguaje, dejarlo neutro al estilo Univisión. Por otro lado, lo que hago no es nada nuevo. Luis Rafael Sánchez, que también vive en Santurce, dice que él escribe con la oreja. Tanto es así que en 1976 su novela La guaracha del macho Camacho cambió todo. Con él cobra impulso una generación que comienzan a mirar su propia cultura, a recrearnos, a entendernos, a ponernos en escena… Eso cambió en los noventa, donde había unos libros muy bien escritos pero que buscaban demostrar cuán buenos eran, muy posmodernos, que no decían mucho. Como librero era difícil venderlos porque no todo el mundo entra en esa onda. Yo prefiero escribir cosas que siento auténticas.
-¿Por qué el mundo cruel de estos personajes es, al menos geográficamente, Santurce?
-Porque me encanta. Es una zona ruidosa, incómoda y a mucha gente le da miedo. Es un sitio donde consigues alquilar seguro: das el dinero que te piden y luego métete ahí y vive como puedas. Nadie te pregunta de dónde vienes ni qué haces. Entonces todo lo que no quieren que se vea, va a Santurce. De todos modos, el lugar está cambiando en los últimos años, está más hipster, vienen artistas… Está de moda la estética de los pobres de Santurce. Pero como sea, la gente cuando sale de los suburbios, se muda ahí. O sea, es un barrio que siempre se transforma. Y por eso Santurce es maricona, como dice el crítico cultural Rubén Ríos Ávila.
-¿Maricona en qué sentido?
-En el sentido de lo mestizo e inesperadamente contracultural que tienen los barrios populares, donde no tienes nada para perder porque ya lo perdiste todo. Y además, una cosa son los gays y otra cosa, los maricas. Como decía Pedro Lemebel en su “Manifiesto”, ser pobre y maricón es peor. Hace un tiempo me fui de un amigo a cenar y entro y veo uno patos en un silloncito, la misma camisa blanca, el mismo recorte de barba. Y vas a Miami y ves lo mismo. Yo no entiendo por qué. Las identidades son casas, son albergues y yo chévere pero me molesta ese fascismo con el cuerpo. A mí me preguntan si soy gay y con este cuerpo yo no puedo ser gay. Soy puto, como dicen ustedes acá o pato, como decimos allá. Pero la intención no es censurar. Tampoco pensar que porque eres marica, eres buena gente. Podemos ser malos, así que incluso tenemos derecho hasta de joderla.
-Eso último aparece en el cuento que le da nombre al libro.
-En ese cuento hablo de la gente que se siente gay pero respetable, que se comporta y que sigue las reglas. Y es también otra forma de sobrevivir. Viste esa gente que te dice: “Yo no voy a la marcha del orgullo porque no me representa o porque van muchas locas.” Y yo digo, “tienes que ir porque nadie te representa mejor que tú. Y por otro lado, cuál es el problema con las locas”. Entonces tú dices “Va la prensa y solo saca fotos de las travestis”. Y yo digo “Ay, ya, lo que tú quieres es montarte”. Como ustedes, nosotros también tenemos matrimonio igualitario y adopción y todo eso. Mira, yo no me voy a casar a menos que se me aparezca alguien muy hermoso. Y boda, seguro que no porque me da vergüenza. Pero no ando marchando sólo para lo que quiero sino también para lo que quiere el otro.
-¿Cómo es que Suzanne Jill Levine terminó traduciendo Mundo cruel?
-Yo siempre iba a una cafetería atendida por una dominicana que me hablaba con orgullo de su hijo, que estudiaba en Nueva York. Ella quería mi libro y yo dudaba porque si lo leía, ya no me iba a querer. Y es que tenía miedo por el sexo, las malas palabras… Al fin, su hijo vino a Puerto Rico, leyó el libro, le gustó mucho. Estuvimos hablando y me contó que trabajaba en una editorial y comentó el libro ahí. Paralelamente ve el epígrafe de Puig, va a una librería, compra La traición de Rita Hayworth y anota el nombre de la traductora. El asunto es que le escribe y le manda el libro. El editor se quería morir frente a la osadía del gesto. Y además le dijo que seguramente él no podría pagar lo que ella pediría. Pero Suzanne accedió a traducirlo haciendo una concesión con el precio. Esas cosas pasan en las novelas. Y aquí también pasó.
-¿Cómo empezó tu fascinación por Manuel Puig?
-En 1985 sale la película El beso de la mujer araña. Fui a verla con mi mamá. Estaba avergonzado de la felicidad que sentía. Y además pensaba: “Que ella no se dé cuenta de que soy como los de la peli”. Luego compré el libro y descubrí a Molina, que es casi Madame Bovary. Si nosotros fuéramos menos machistas, ese personaje estaría en el lugar que merece. También descubrí que la literatura puede hablar de lo que me gusta, del amor al cine, del cine como metáfora de la vida, de que la vida no se acaba en tu cuerpo, no se acaba en tu calle ni con tus relaciones. Por eso nos gusta ir al cine, porque es otra forma de continuar la vida. Leemos por eso mismo. Si no, sería imposible escapar de nosotros.
TIEMPO ARGENTINO