Los más ricos se adueñan del deporte

Los más ricos se adueñan del deporte

Por Simon Kuper
Cuando los golfistas de Wentworth escucharon esta semana que tendrían que pagar una cuota de £100.000 o dejarían de ser miembros del antiguo club inglés, muchos se sorprendieron, pero no tenían por qué. La demanda de los nuevos propietarios chinos de Wentworth expresa una verdad contemporánea, tanto en el deporte como en otros terrenos: todo lo glorioso está quedando en manos del 1%.
El dinero comenzó a vertirse en el deporte europeo recién en la década de 1990, cuando los magnates de la televisión comercial Rupert Murdoch y Silvio Berlusconi descubrieron el señuelo de las trasmisiones en vivo. El fútbol, antes considerado violento, sucio y de la clase trabajadora, fue el más beneficiado. Los estadios se refaccionaron. El precio de las entradas subió, y en muchas localidades provinciales el salón del club de fútbol local el día del partido reemplazó al Rotary Club como lugar de encuentro de los empresarios de la ciudad. En 2000, estos nuevos aficionados se conocían como la “brigada de los sandwiches de langostinos”, después de que el entonces capitán del Manchester United, Roy Keane, se quejara de que muchísimos fanáticos del club estaban demasiado ocupados en abalanzarse sobre esos sándwiches como para seguir el partido.
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Hoy se trata más de una brigada de caviar y blini: tras la gentrificación de la década de 1990, hoy vemos la plutocratización del deporte. Esto no se debe a que el deporte se ha convertido en un gran negocio. Si bien el Real Madrid el mes pasado declaró ingresos anuales por €660,6 millones -más altos que cualquier club deportivo en toda la historia-, en términos de ingresos es solo una empresa de rango medio.
El deporte quizá no sea un gran negocio, pero hoy es el punto de encuentro de grandes empresas. El 1% muestra una solidaridad a escala internacional con la que Marx apenas podría haber soñado. A sus miembros les gusta reunirse en lugares distendidos en grandes ciudades, mezclando juego, comida y contactos. ¿Dónde mejor que un estadio de deportes?
Para encontrarse con el candidato presidencial francés, Nicolas Sarkozy, por ejemplo, basta con ir a uno de los salones VIP del estadio del Paris Saint-Germain. Para encontrarse con decenas de importantes empresarios mundiales en un lugar, basta con ir al Foro Económico Mundial en la estación de esquí de Davos, a los Juegos Olímpicos o a un mundial de fútbol. Incluso líderes a quienes no les gusta el deporte asisten a estos lugares para hacer sociales.
La estrategia de Francia ahora consiste en ofrecerse como anfitrión de cada gran evento deportivo internacional, en parte porque quiere una tajada del negocio que se logra en el estadio. La charla alusiva al deporte ayuda a suavizar la incomodidad de hacer contactos con miembros de élites, y de las interacciones de la élite con el ciudadano común, al punto que incluso David Cameron tiene que fingir ser fanático del fútbol, aunque en la última campaña electoral se olvidó públicamente si hinchaba por Aston Villa o West Ham.
En China la élite se reúne en campos de golf, donde los funcionarios del gobierno con “bronceado golfista” ostentan su riqueza. Muchos de los nuevos ricos viven en campos de golf. De hecho, la mayoría de las canchas de golf de China se construyen principalmente para vender casas de lujo, escribe Dan Washburn en su libro El juego prohibido: el golf y el sueño chino. Y cita de una cartelera de campos de golf: “Si logra liderar la filosofía empresarial, un campo puede conquistar el mundo”. El futuro de Wentworth podría ser bastante vulgar.
La plutocratización del deporte está causando irritación. Antes del partido de Arsenal y Bayern Munich esta semana, los seguidores del Bayern protestaron por los precios de las entradas. Las entradas del Arsenal (el abono más barato cuesta £1014) son probablemente las más caras del fútbol mundial, en parte porque el club está cerca de la ciudad de Londres.
Es un tema incómodo porque si hay algo que el fútbol sigue vendiendo es la nostalgia de un pasado obrero. El juego no puede reducirse descaradamente al 1%, al igual que el sector de los viajes de lujo, porque eso entraría en conflicto con sus “valores de marca”. Y así, después del partido del Arsenal, el gerente del Bayern, Pep Guardiola -él mismo, por supuesto, multimillonario-, prometió: “Vamos a cuidar a los hinchas del Arsenal en Munich con un buen precio”. Un deseo similar de aparecer en contacto con las raíces del fútbol puede haber motivado a los exjugadores Gary Neville y Ryan Giggs a dejar que ocupas ilegales sin hogar permanezcan en su hotel de lujo en Manchester durante el invierno.
Fue un gesto amable. Sin embargo, no se puede ocultar la nueva realidad del 1%. Que dos ex futbolistas estén convirtiendo la antigua Bolsa de Manchester en un hotel de lujo habría sido impensable hace solo 25 años. Mientras tanto, el club de Guardiola se jacta de tener posiblemente el consejo de vigilancia más rico de cualquier institución de Alemania, con directores ejecutivos de Deutsche Telekom, Adidas y Audi, además del Director Ejecutivo que acaba de retirarse de Volkswagen salpicado por un escándalo, Martin Winterkorn, que también pretende apoyar al club de fútbol propio de Volkswagen, VfL Wolfsburgo.
En este punto el 1% y los hinchas tradicionales entran en conflicto directo. Se debe a que el deporte de alto nivel es un bien limitado. Solo 60.000 personas pueden ver Arsenal-Bayern, y menos aún pueden llegar a ser miembros de Wentworth. Como vemos en Wentworth, el acceso más íntimo ahora se concede al mejor postor. Los ricos están dispuestos a pagar fortunas por practicar deporte en los mejores lugares, y para verse con deportistas y entrenadores famosos, o al menos escucharlos dar “discursos de negocio”, en general, sobre que “en el equipo no existe ningún ‘yo'”. El exentrenador del Manchester United, Sir Alex Ferguson, es la figura más buscada en esta industria incipiente, aunque hay pocas pruebas de que pueda transmitir su genio empresarial a otros. La Harvard Business School, donde ahora enseña, ofrece eficazmente a los estudiantes la ventaja de conocerlo… algo que pocos fans del United pueden permitirse.
El fútbol, en definitiva, está volviendo a sus orígenes del siglo XIX, cuando era un juego para las clases altas. Pero hay algo en el deporte que el dinero no puede comprar. “Hombres capaces de gobernar imperios”, escribió el autor británico PG Wodehouse sobre el golf, “no logran controlar una pequeña pelotita blanca, que no presenta dificultad alguna a otros que tienen apenas una pizca más de cerebro que un reloj cu-cú”. Los mejores deportistas todavía provienen de las clases más pobres, porque para llegar a ser muy bueno en un deporte, es necesario pasar la infancia jugando casi sin parar y sin distracciones, como tareas hogareñas, vacaciones o clases de violín. Todo lo que el 1% puede hacer es mirar.
EL CRONISTA