01 Dec Lo que significa el llanto de un bebe
Por Maritchu Seitún
El llanto es la forma más sana que tienen los bebes de manifestar su incomodidad; las alternativas serían no llorar, pero ensimismarse, es decir, retirarse hacia adentro y desconectarse para no sufrir y no pedir nada, o rendirse (tras haber llorado hasta el cansancio) y dejar de hacerlo cuando no encuentra respuesta en el entorno. Como sea, las dos son muy complicadas para su futura evolución.
¿Qué cosas molestan a un bebe? El hambre, el frío, el calor, el sueño, la necesidad de mimos, la incomodidad, el aburrimiento, la soledad, el dolor de panza, el exceso o la falta de estímulos, etcétera.
Con su llanto convoca a quien lo cuida para que lo ayude a resolver su molestia.
Una mamá sana conectada con su bebe, en poco tiempo reconoce la diferencia entre los distintos tipos de llanto y puede aliviar su incomodidad y atender sus necesidades, y resultar entonces una mamá “suficientemente buena” para su hijo (maravilloso concepto de Donald Winnicott). Y lo mismo ocurre con el papá que se toma el tiempo para hacerlo.
Pero las cosas pueden complicarse por muchas razones, y sería imposible mencionar todas. Veamos algunas:
A veces la madre no logra sintonizar con facilidad con su bebe y decodificar lo que le pasa, ella se angustia, pierde la calma y la confianza al no poder calmar su llanto, y empieza a actuar por ensayo y error, en lugar de seguir tratando de entender hasta finalmente lograrlo, y por ese camino recuperar la confianza en sí misma.
O alguna dificultad funcional en el bebe que lleva tiempo descubrir, como reflujos, alergias, hipersensibilidades, etcétera, con el paso de los días puede desanimar a la mamá y hacerla sentir que no puede o no sabe.
Otras veces los consejos que recibe la mamá terminan aturdiéndola y deja de escuchar lo que su corazón le dice y atiende en cambio al “no lo alces tanto que se va a malcriar”, “que aprenda a esperar”, “ese bebe te está manejando”, “llora para llamar la atención, no le hagas caso”.
En algunas ocasiones se le cuelan a la madre temas muy antiguos de su historia personal, anteriores incluso al uso de la palabra, de cuando ella era bebe y su propia mamá podía y sabía calmarla, comprenderla, sostenerla, hacerla sentir segura y cobijada, o no podía o no sabía hacerlo. Es parte de aquello que los psicólogos llamamos “no sabido-no pensado”, que de alguna forma define las acciones actuales de las personas por cuestiones remotas que no recuerdan con palabras.
Lo cierto es que hay tiempo para educar y durante los primeros tres meses, los bebes no se malcrían (e incluso podrían ser seis esos meses). En el embarazo estuvieron mecidos y envueltos dentro del cuerpo de su mamá: lleva tiempo y muchas experiencias cortas y placenteras que se acostumbren a pasar ratos en el moisés, la cuna, el huevito o en el piso, y que descubran lo fascinante que es el mundo físico y el entorno humano a los que se incorporan.
Durante ese corto, pero largo, período de adaptación, los bebes necesitan alguien que esté siempre disponible para calmar su llanto y sus miedos, atender sus necesidades, comprender lo que les pasa y ayudarlos a regularse, de modo que ellos vayan descubriéndose también como buenos comunicadores y de a poco vayan aprendiendo a regularse a sí mismos.
Por supuesto, las madres no pueden hacerlo solas. De la mano de su pareja, y pidiendo y aceptando la ayuda de su familia y del entorno cercano, en general, arman un sistema de cuidado para la díada madre-bebe que apoye a la madre en su tarea, de modo que el bebe conozca, confirme y confíe una y otra vez en esa presencia adulta que cuida y sostiene.
LA NACION