01 Dec Las claves del amor platónico
Por Emilse Pizarro
Estar en pareja es un picnic a los pies de un volcán. Un equilibrio mudo flota sobre la lava individual. Cuando comience la erupción, de uno o de ambos, nunca o muy seguido, los dos se enfrentarán al mayor ejercicio: perdurar. Estar en pareja es para atentos, laboriosos y tenaces. ¿El amor imposible? Ése es para muy pocos. Pero el platónico… Ay, ¡qué cosa más democrática! Todos podemos. Puede ser cantante, escritor, jugador de fútbol, dramaturgo, hippie, escocés. Puede ser cuarenta años mayor; hasta puede haber muerto antes de que nacieras. Puede ser tu primo. O tus primos. Puede ser el padre de una amiga. Puede ser cura. Puede ser gay y vos heterosexual. ¿Qué querés? Elegí.
Para ser, el amor platónico requiere que no sea. Cuanto más inverosímil y ridícula sea la posibilidad de la concreción, más es.
A los quince años me enamoré de mi profesor gay de Educación Cívica. En mi cabeza también estuve de novia con el futbolista Fernando Redondo -el mejor y más lindo cinco que vi-. Actualmente, y desde los once años, estoy en pareja con Rod Stewart. Con Gustavo Cerati salgo desde los trece. Mónica Cahen D’Anvers compartió conmigo durante bastante tiempo a César Mascetti y algo similar le pasó a la esposa del ex fiscal Luis Moreno Ocampo. Mi último metejón: el escritor mexicano Juan Villoro.
Fueron las lecturas que me acercó en tercer año del secundario, su oratoria. Fueron el pelo largo en los años noventa y los pases más elegantes que ha dado el fútbol nacional. Porque sí; le respondo siempre que sí, que creo que es sexy, aun ahora con setenta años. Por cantar poesía, Gustavo. Por presentar las noticias con la seguridad de un padre. Por ser fiscal y verdad -a mis doce eran sinónimos-. Es por escribir así, Juan: “No era normal estar vivo. El alma tardaba en regresar al cuerpo. No quise descorrer la cortina por temor a que la ciudad estuviera destruida o a que se destruyera por el solo hecho de mirarla. La sinrazón era mi único impulso” (del libro 8.8. El miedo en el espejo, en el que Villoro relata el sismo que vivió en Chile en 2010).
Hasta hace unos meses, en esta nube narcótica de idealización, ajena a todos, ajena al tiempo, estaban sólo estos siete. Entonces conocí un poco más en Netflix a un brasileño. Lo tenía de nombre, pero no le había prestado mucha atención. Es de San Pablo y es piloto de Fórmula 1; Ayrton Senna se llama. En el documental que lleva su nombre, pude ver lo arriesgado que era en las maniobras y comprobé que era el mejor corriendo bajo la lluvia. Y es tan lindo.
Además de su condición democrática -¡ni límites de cupo hay!-, el amor platónico es fácil. No hay necesidad de reciprocidad, no hay rechazo ni desilusión, no hay esperas, no hay angustias, nada de todo eso porque no se precisa nada del ser amado: sólo que exista. En nuestra cabeza.
En ese noviazgo mental suceden las mejores cosas y viven las mejores personas, porque diseñamos a nuestro gusto. No es sólo lo que inferimos de nuestros objetos de deseo, es lo que queremos que sean. Estamos seguros de anécdotas que, por inexistentes, son incomprobables. Pero en el terreno del amor platónico son las únicas posibles; por ende, son verdad. Así es como sé que Villoro disfrutaría muchísimo de una tarde de fútbol en el Cilindro de Avellaneda, que, rápidamente, aprendería todas las canciones de la hinchada y que ante el parrillero no dudaría ni un segundo: un Paty con queso y una Coca. También sé que Fernando Redondo jamás le pegó a nadie -aunque mi novio insista en que en un partido amateur trompeó a un árbitro, le pegó una patada en el piso y lo mandó al hospital-; que Luis Moreno Ocampo charla con todos los mozos y deja siempre buenas propinas; que César Mascetti es imbatible en el Carrera de Mente. Y que Rod Stewart no va al baño.
La clave del éxito es mantener estas relaciones en el terreno de lo inverosímil y las posibilidades de encuentro en un nivel ridículo. Con Rod estábamos así hasta hace unos años, cuando me ofrecieron entrevistarlo. El encuentro sería en Los Angeles, en la habitación de un hotel. No exigían las preguntas por anticipado ni había temas prohibidos -muchas estrellas ponen sus condiciones-. Luego de varios días de meditarlo, desestimé la oportunidad: conocerlo podía poner en riesgo el amor.
¿Y si en el medio de la entrevista iba al baño?
LA NACION