12 Dec Las catedrales góticas
Reims, Chartres, Toledo, París, Colonia, Milán, Sevilla, York y Gloucester son algunos de los nombres que El Viajero Ilustrado recuerda cuando piensa en las catedrales medievales europeas. Fue el estudioso francés Georges Duby quien destacó que la construcción más típica de la Edad Media era la catedral, símbolo de la ciudad y del poderío del obispo local, siempre en una alianza inestable con los señores feudales de la región.
Las catedrales (del latín c athedra , “trono del obispo”) florecieron con el reordenamiento de la vida eclesiástica, que ya no transcurría sólo en lejanos monasterios y abadías ubicados en el campo sino también en la ciudad y su catedral. Lentamente, en un movimiento que recién culminó con el primer Renacimiento en Italia, la aristocracia abandonó sus castillos rurales para instalarse en palacios urbanos. Las catedrales serían el primer indicador de este cambio, porque el estilo gótico también se usó en la construcción de palacios municipales y edificios de los gremios medievales, como los que aún se ven en Brujas (Bélgica) y Siena (Italia). Con sus blancos mármoles, el palacio Ca’d’Oro, en Venecia (Italia), es un modelo del gótico tardío.
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En la época medieval, la relación con lo divino tenía la forma del rayo de luz. Según Duby, “así era como se transmitía la gracia y se mantenía el fervor de los creyentes”. Pero para dejar entrar la luz en las iglesias era necesario construir ventanas más amplias y altas, con paredes capaces de sostenerlas. Eso sería posible con la arquitectura gótica, que nació en Francia a partir del estilo románico y se difundió en casi toda Europa aproximadamente entre los años 980 y 1420.
Con el gótico llegaron tres novedades importantes: el arco ojival, la bóveda de crucería y el arbotante . Los tres elementos ya estaban presentes en la construcción de la catedral Notre Dame de París (Francia), en 1180. Junto con la basílica de Saint Denis, en las afueras de París, serían un modelo a seguir en la Europa cristiana. A tal punto, que en esa época se hablaba de “obra francesa” para referirse a la construcción de una catedral.
Como sabe El Viajero, el arco ojival o arco “apuntado” en forma de herradura ya se conocía en la arquitectura islámica y marcó un avance. En vez de las gruesas paredes sostenidas con el tradicional arco romano de medio punto, se podía construir en altura. Con ese arco, las presiones laterales eran menores y la carga de las paredes se podía distribuir mejor.
La bóveda de crucería, que se denomina así porque básicamente está hecha con dos arcos cruzados a gran altura –sus nervaduras son típicas del “techo” de una catedral gótica– fue otro avance, derivado de la bóveda romana tradicional o “de cañón”. Lo novedoso era que, con ese diseño, el peso de la bóveda se descargaba sobre finos pilares o columnas y no sobre las paredes. El arbotante era un arco exterior que sostenía las bóvedas. De esa manera, los muros ya no funcionaban como contrafuertes: podían ser más altos, lo que permitía dejar mucho espacio libre para las ventanas, decoradas con inmensos vitrales, por donde entraba la luz.
La tarea de construir una catedral podía durar siglos. Bajo la dirección de un arquitecto o maestro mayor de obras, trabajaban los gremios medievales de albañiles, orfebres, vidrieros, canteros y talladores. La “fábrica” de la catedral era el obrador, donde se iban montando inmensos andamios y sistemas de poleas para manipular los materiales. Los secretos del oficio se transmitían con gran cuidado: de allí provienen las leyendas ligadas a la masonería, palabra derivada del francés mason (“albañil”). Y allí se origina también la sugestión literaria de las catedrales, que inspiró a escritores de todos los tiempos, de Victor Hugo a Ken Follet.
CLARIN