La ventaja de abordar el cambio climático

La ventaja de abordar el cambio climático

Por Martin Wolf
La conferencia intergubernamental sobre el clima que se va a realizar en París en diciembre ¿representará un cambio decisivo en los esfuerzos mundiales para frenar los riesgos de un catastrófico cambio climático? Hoy en día esto es muy improbable, pero no inconcebible. Definitivamente, no será suficiente por sí sola. Pero una combinación de nuevas oportunidades tecnológicas y de nuevos enfoques en relación con un acuerdo facilita novedosas posibilidades. La conferencia pudiera marcar el final del principio; el punto en el cual comienzan los verdaderos esfuerzos para cambiar nuestra trayectoria.
En su libro Why Are We Waiting? (¿Por qué estamos esperando?), Nicholas Stern, autor del informe Stern sobre la economía del cambio climático, establece los retos y las oportunidades con claridad y pasión.
El autor presenta tres proposiciones. En primer lugar, las metas primordiales de la humanidad para el siglo XXI deben ser la eliminación de la pobreza masiva y del riesgo de un catastrófico cambio climático. En segundo lugar, estas metas son complementarias. En tercer lugar, el argumento a favor de tomar una acción temprana es abrumador, tanto por el hecho de que los gases de efecto invernadero permanecen en la atmósfera durante siglos y porque las inversiones en la infraestructura energética, de transporte y urbana determinarán la intensa necesidad del carbono de nuestras economías.

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Estos argumentos se basan en el punto de vista de que los riesgos climáticos son significativos y que los costes de abordarlos son llevaderos. El no hacer nada insinúa que los riesgos son insignificantes. Tal posición implica un grado absurdo de certeza. En relación con los costes, nunca obtendremos una respuesta si no intentamos hacer algo. Pero la evidencia es cada vez mayor en cuanto a que, lo que el profesor Stern llama una “revolución industrial energética”, está a nuestro alcance. Si es así, los costes económicos a largo plazo de abordar los riesgos climáticos podrían ser bastante modestos: quizás tan poco como la pérdida de un año de crecimiento de consumo para el 2050.
Sin embargo, la solución en cuestión de emisiones que se necesita para brindar una posibilidad del 50 por ciento de limitar el aumento de la temperatura a 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales también es radicalmente diferente a la del pasado.
Hasta ahora, las emisiones globales de dióxido de carbono per cápita han aumentado, no disminuido — a pesar de todas las conferencias mundiales — a la vez que el rápido crecimiento de las economías emergentes, particularmente la de China, ha mermado los débiles esfuerzos para reducir las emisiones en otros lugares. Las disminuciones necesarias de las emisiones no se producirán en ninguna trayectoria como la actual. La humanidad habrá tomado un riesgo irreversible sobre la posibilidad de que los escépticos tienen, de hecho, la razón.
Afortunadamente, están surgiendo nuevas oportunidades tecnológicas. Existe la posibilidad de una revolución en la generación y almacenamiento de energía, en el ahorro energético, en el transporte y en la captura y almacenamiento de carbono.
Algunos claman por el equivalente del programa espacial Apolo de la década de 1960, pero dirigido hacia la investigación y el desarrollo de energía baja en carbono. También existe una oportunidad en el campo de la inversión: elegir tecnologías con altos niveles de emisiones de carbono para la infraestructura energética, de transporte y urbana fijaría un peligroso futuro. Pero para lograr la meta, las emisiones por unidad de producción deben reducirse en un equivalente a siete u ocho veces para el año 2050. El reto es abrumador.
Esta revolución no sucederá sin el apoyo gubernamental; se beneficiaría de la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles, los cuales el Fondo Monetario Internacional estima alcanzarán 5,3 billones de dólares en 2015 (el 6,5 por ciento de la producción mundial), con la inclusión de efectos colaterales, tales como la contaminación del aire. Estos subsidios son tres órdenes de magnitud mayores que el gasto estatal en investigación y desarrollo de fuentes de energía renovable.
En la actualidad se ha tomado la decisión de evitar los obstáculos para alcanzar un acuerdo global vinculante que determine un precio para el carbono. Esto tiene sentido. Llegar a un acuerdo sobre la asignación de derechos de contaminación negociables a través de las fronteras es imposible. Y el acordar una tasa impositiva común es casi tan difícil.
Además, si se les pide a los países asumir compromisos vinculantes, ellos limitarán sus promesas a lo que saben que pueden cumplir. En lugar de ello, se está alentando a los países a presentar “contribuciones determinadas a nivel nacional”. Aunque estas medidas están muy lejos de ser lo que realmente se necesita, se están encaminando hacia la dirección correcta, sobre todo ahora que China y EEUU están participando activamente.
Por otra parte, los analistas son optimistas con respecto a que, con el impulso adecuado por parte de los gobiernos, un círculo virtuoso de innovación tecnológica — combinada con la reducción de la contaminación local y otros beneficios — pudiera volverse beneficiosa la rápida adopción de tecnologías y formas de vida bajas en carbono para las economías nacionales, sin tener en cuenta el impacto sobre el clima. Si es así, depender de los planes nacionales tendría aún más sentido.
Los planes nacionales también tienen más probabilidades de triunfar sobre los intereses nacionales particulares si se desarrollan paralelamente. Pero la necesidad de una rápida difusión transfronteriza de innovación y de ayuda a los países más pobres para invertir en nuevos sistemas de energía y de transporte continúa. Los países más ricos deberán contribuir.
Para aquellos convencidos de la importancia del tamaño y de la irreversible naturaleza del riesgo que la humanidad está tomando con el clima, las noticias son malas y buenas. La mala noticia es que la próxima Conferencia de París no presentará una solución creíble que nos aleje del potencial desastre. A lo sumo, retrasará el ritmo al que nos acercamos a tal punto. La buena noticia es que, a largo plazo, el enfoque relativamente pragmático que actualmente se está adoptando — combinado con la posibilidad de un acelerado cambio tecnológico — hace que el cambio hacia una solución que nos aleje del desastre sea más probable.
Es incierto si, en la práctica, esto será suficiente para cambiar drásticamente el futuro de las emisiones energéticas a nivel mundial. Pero es posible. También será necesario mucho más esfuerzo y determinación durante la próxima década. Ese esfuerzo debe comenzar, al menos, con el mejor acuerdo posible en París.
EL CRONISTA