02 Dec La Liga del futuro
Por Ezequiel Fernández Moores
“¡Chaaaampions!”, suena por los altavoces el himno de la vieja obra reformada de Handel. Imposible escuchar más. Cerca de setenta mil personas inician una silbatina atronadora. La liturgia futbolera interpretada por la Royal Philarmonic Orchestra y un coro británico es tapado al ritmo de Guantanamera. “Mafia -cantan los hinchas-/ la UEFA es una mafia/ es una mafia/ la UEFA es una mafia”. El Camp Nou se cubre de miles y miles de esteladas, la bandera no oficial del independentismo catalán. El tradicional diario La Vanguardia critica la acción. Pero la escena impacta. Sacan fotos hasta los señores elegantes del palco de honor. Es miércoles de noche, un triunfo de trámite contra el Bate Borisov. Vuelvo al Camp Nou al domingo siguiente, victoria 3-0 contra Villarreal. “Independencia, independencia”, cantan otra vez decenas de miles de hinchas. En la cancha ya no están Pep Guardiola ni Xavi, el ADN del equipo catalán. Lesionado, tampoco está Leo Messi, rey indiscutido. Aparece Neymar, mago heredero. La política cede espacio al fútbol. Y el Barça avisa que puede seguir reinando en el futuro. En la Liga que sea.
El momento sublime sucede a principios de noviembre en el minuto 85. “Meeeeeessi, Meeeeeessi”, cantan los hinchas que homenajean al ídolo ausente. En ese momento, Neymar, se disfraza de Ronaldinho y de Rivaldo. Hace un sombrero de espaldas. Se viste luego de Romario y de Ronaldo y define de primera, antes de que la pelota pique. “La mejor magia de Neymar desde que está en Barcelona”, admite al día siguiente el diario madrileño Marca. Los hinchas que cantaban por Messi comienzan a cantar por Neymar. Pareció una ceremonia anticipada de traspaso de mando. Quinta victoria en seis partidos de Liga sin Messi. Dieciséis goles. Ocho de Neymar. Ocho de Luis Suárez. “Dos pendencieros esperando al jefe de la banda”, escribe el periodista Roberto Palomar. Pero la defensa suma además su cuarto partido sin sufrir goles. Sergio Busquets presiona alto y vuelve a ser “el mejor centrocampista del mundo”, como lo define Luis Enrique. Andrés Iniesta exhibe destellos. Y el Barça, seducido porque son destellos de la vieja música, festeja “olés” en medio de los reclamos independentistas. Está todo mezclado. “Una Cataluña independiente -me acepta el colega en el Camp Nou- acaso vaciaría de sentido al Barca”. Al Barça del “más que un club”.
La última villana era Anna Bordiugova, exatleta ucraniana de 33 años, inspectora disciplinaria de la UEFA. El informe oficial del delegado holandés Harry Been había registrado una conducta “impecable” de la hinchada de Barcelona en la última final de Champions. Sin embargo, días después del partido, y desde su país, Bordiugova denunció la estelada (“bandera inadecuada”) y la UEFA inició el camino de multas y advertencias, ahora frenado. Si rechaza soberanía española, Cataluña menos iba a aceptar soberanía UEFA. Los silbidos al himno oficial de la Champions -iniciados tiempo atrás por los hinchas del Manchester City- amagaban escándalos mayores. En el Barça sospechan que la decisión de sancionar ahora reclamos independentistas que tienen vieja data parte desde Madrid, al calor de los nuevos tiempos políticos. Igual que el caso de María Silva de Lapuerta. Es la abogada del Estado, directora del servicio jurídico de España que, pese a que la Fiscalía retiró la querella, mantuvo el pedido de 22 meses de prisión y la decisión de sentar a Leo Messi en el banquillo de los acusados por fraude fiscal. Silva lidera también la acusación y juicio en contra del Barça por las graves irregularidades en el fichaje de Neymar. La abogada, recordó tiempo atrás el sitio vozpopuli.com, formó parte de la directiva de Real Madrid entre 2000 y 2006, durante la primera etapa del presidente Florentino Pérez.
Después de vivar primero a Messi y luego a Neymar, los hinchas del Barca cantan “ole-le-le, ola-la, ser del Barça es lo mejor que hay”. Lo dicen en catalán. El partido contra Villarreal termina en fiesta. Antes, hubo minutos de tensión, porque la teoría victimista incluye a los árbitros. “¡Qué malo eres!”, cantaron como todo insulto los hinchas a Carlos Clos Gómez, que amonestó a cuatro jugadores del Barca. A Neymar y a Suárez en una misma acción por protestar. La injusticia precipitó la reacción de hinchas y de jugadores. Como si también fuera parte del ADN del Barça. Juego y rebeldía. Identificar al supuesto enemigo (no le es difícil) y reaccionar jugando fútbol. Es el mejor argumento para un club cuya Junta Directiva está bajo demanda judicial. También sufren querellas las viejas y las actuales autoridades políticas de Cataluña, en algunos casos por graves cargos de corrupción. Puede que no sea casual. Pero la bandeja estaba servida con errores propios. El Barça no puede siquiera usar a sus últimos refuerzos, pues está condenado por fichar a menores de modo irregular en la célebre Masía. Lo más curioso -me dicen en Barcelona- es que la directiva que preside Josep María Bartomeu “es cero independentista, pero no puede ignorar que el Barça es un símbolo”.
“España se rompe de una puta vez”, afirma en portada la revista satírica Mongolia y añade que “las hordas catalanas votan el principio de ruptura”. El debate se adueña de todos los escenarios. No hay izquierda ni derecha en Cataluña. Hay independentistas y no independentistas. Hoy son claves los votos de la CUP (Candidatura de Unidad Popular), “izquierda de la izquierda”, según lo define La Vanguardia, “radical, indómita y poco dada al realismo político”. ¿Se mantendrá la unidad en una batalla que cada día se hace más intensa? La política es algo más complejo que el fútbol. Algunos recuerdan a George Orwell y su libro crítico por las divisiones de la izquierda que fue derrotada en la Guerra Civil Española: “Homenaje a Cataluña”. Si Cataluña se independizara y el Barça quedara afuera de la Liga -impensable por un lado, pero consecuente por otro-, el equipo de Messi no pasará a jugar contra rivales pequeños como Hospitalet o Palamós. “Más probable -me dicen mis interlocutores- sería que esto empuje el viejo sueño de una Liga aparte con los clubes más grandes de Europa”. Porque el Barça se jacta de enfrentar al poder. Pero el Barça es un poder.
El fútbol acepta desviaciones de soberanismo: el Barça, por ejemplo, vive hoy con dineros de Qatar y el Espanyol, el segundo equipo de la ciudad, recibe en estos días el desembarco salvador de Chen Yansheng, presidente del grupo chino Rastar Group, que asumirá como nuevo accionista mayoritario del club. El mismo domingo del Barca-Villarreal el deporte español vivió su momento de “unidad”. “Somos españoles y el título tenía que venir para España”. Jorge Lorenzo, acompañado en el podio por Juan Carlos, rey emérito, acaba de coronarse campeón mundial de moto en Valencia. Un supuesto pacto de no agresión entre pilotos españoles perjudica al ídolo italiano Valentino Rossi. Terminan las motos y los aficionados parten al Camp Nou. Campeón de todo la temporada pasada, con un Messi en estado de gracia, el Barca más corredor de Luis Enrique no es aquel de Guardiola, que lucía más plástico, flexible, dinámico y ligero, que casi jamás perdía la forma. Una “complejidad polifónica” de un “equipo cuántico” que humillaba a rivales que eran “estructuras rígidas”, como escribió el periodista italiano Sandro Modeo en su libro “El Barça”. El libro también es un homenaje a Johan Cruyff, el gran holandés hoy enfermo de cáncer y que, como escribió Raúl Caneda, sacó al fútbol español de la Edad Media. Enseñó que los buenos debían jugar juntos. Según Modeo, parecía indicarle a sus jugadores: “apresúrate, poco a poco”.
Fui al Camp Nou sabiendo que ya no sonaban las orquestas de Cruyff ni de Guardiola. Y sabiendo que ni siquiera estaba Messi. Con un Cristiano Ronaldo en crisis inesperada, el reinado en estos días fue de un Neymar de 23 años que puede hacer caño, bicicleta y cambio de pierna en una misma acción. Que golea y que asiste. Que ya compartirá terna de Balón de Oro. Que es pichichi de la Liga y que, a prepararse, comandará al Brasil de Carlos Dunga que entrará mañana en el Monumental.
LA NACION