25 Dec “La dialéctica se puede usar de una manera miserable”
Por Mercedes Méndez
Alejandro Agresti terminó con una racha de 13 años sin filmar en la Argentina. El hombre creador de películas emblemáticas de la filmografía nacional, como El acto en cuestión (1993) o Buenos Aires viceversa (1996), se fue del país hace más de 30 años, y –salvo algunos regresos esporádicos– desarrolló su vida artística entre Holanda y Estados Unidos. Filmó con Al Pacino, John Cusack, Keanu Reeves y Sandra Bullock. Escribió novelas y guiones para Warner y Paramount.
Forjó gran parte de su experiencia filmando en otros países y en otros idiomas, Agresti está empecinado en buscar un “tono argentino”, un modo de filmar, tanto desde lo estético como lo narrativo que se refiera netamente al gen nacional. Por eso, con su realización más reciente Mecánica popular, este director decidió profundizar en una película que pone en primer plano el valor de las palabras, con permanentes referencias literarias, filosóficas y psicoanalíticas. La película participó dentro de la Competencia Internacional del último Festival de Cine de Mar del Plata y se espera su estreno para marzo de este año. Con las actuaciones de Alejandro Awada, Romina Ricci, Patricio Contreras, Diego Peretti y Marina Glezer, Mecánica popular (en referencia a la histórica revista estadounidense, al estilo de “hágalo usted mismo”) gira en torno al editor de una editorial Mario Zavadikner (Awada), que tras dedicar su vida a publicar filosofía, historia y psicoanálisis, desencantado con la realidad social e intelectual, decide pegarse un tiro en su editorial. Una inesperada presencia detiene su intento: Silvia Beltrán, una joven escritora que amenaza suicidarse si Zavadikner no le publica su novela.
–¿Por qué “la argentinidad” es un tema recurrente en su cine?
–Creo que es un tema recurrente porque viví muchos años afuera. Además, me parece que hay muchas cosas para decir de la Argentina y también porque aspiro a que exista un real cine argentino. Parece una chiquilinada mía, como un sueño. Viví tanto tiempo en Holanda y en otros lugares, que el hecho de hacer mi vida allá me generó una visión especial sobre la Argentina y el cine que se ha hecho en mi país. Pienso también que porque simplemente se haga en Argentina no lo define necesariamente como cine argentino. Puede haber películas más francesas que argentinas hechas en este país. También se pueden hacer películas más de género, que tienen que ver con un cine más norteamericano que argentino. Durante mucho tiempo, “lo argentino” estuvo muy sometido a ese costumbrismo exagerado, que en una época dominó la pantalla y se terminó destruyendo a sí mismo. Justamente porque exageraba todo y se hacía medio cocoliche. Entre una cosa y la otra, creo que películas como El acto en cuestión, incluso en su forma de filmar y algunas cuestiones estéticas, intentan generar un espacio que yo quiero descubrir y creo que debe existir, pero insisto es medio caprichoso el asunto. Es algo de lo argentino que siento que no está, que no es una ciencia, pero encontrarlo es lo que me impulsa y me alienta al momento de filmar. Encontrar algo en lo que yo pueda decir, bueno tal vez esto no es ni francés, ni norteamericano, que por acá aparezca una puntita que sea simplemente argentina. Para llegar a eso, me parece que el camino es quitarse de encima las influencias, relajarse un poco y observar cosas que tal vez pasan desapercibidas.
–¿Cambió su mirada acerca del país viviendo en el exterior?
–Sí. Pienso que en algunas cosas sabe más el que se queda, pero también quedarse implica acostumbrarse a muchas cosas. Uno se queda asentado en una sola realidad y ve el afuera de una misma manera. Son dos puntas: el que se queda ve el afuera de una manera que no es así y el que se va, cuando logra volver, toma lo suyo también con un cambio de perspectiva. A veces la distancia te hace observar cosas de la realidad, que si la tenés todos los días pegadas a la nariz no la podés ver.
–En la película, el protagonista recae varias veces en las consecuencias de la dictadura, otro tema recurrente en su cine, ¿por qué?
–Sí, siempre trato de encontrarle una vuelta, yo no hago cine documental. En Mecánica Popular traté de organizar una pieza dramática y hablar de nuestro pasado político, de la dictadura y de qué responsabilidades tenemos nosotros y cuáles nos queremos sacar de encima. Lo construí de una forma no enunciativa, los hechos reales se mezclan en un drama armado, conversacional, con otros temas, como el amor, la influencia de los libros, el apetito argentino por la filosofía, por las culturas de afuera. Hasta diría yo figurativamente cómo afecta el peso de la gravedad de estar tan abajo en el mapa.
–¿En ese contexto aparece el psicoanálisis?
–Sí, en la película se habla mucho de psicoanálisis y se trata de proponer una hipótesis acerca de por qué somos un país tan psicoanalizado. ¿Qué es lo que nosotros no podemos enfrentar realmente? ¿No somos una sociedad que merece su culpa y tendría que procesar su culpa de una manera mucho más directa? Los militares no son tipos que bajaron de un plato volador. Mucha gente hoy en día se llena la boca hablando de ellos, incluso periodistas, algunos han llegado a festejar el golpe de Estado. La clase media también los apoyó. Siempre se quiere vender cierta clase de altruismo en el argentino, que para mí es falso. Hay mucha hipocresía y eso lo traté de reflejar en la película.
–¿En qué aspectos ves la hipocresía?
–No me gusta hablar de todos, en general me refiero al porteño. Nosotros no quisimos darnos cuenta de muchas cosas y somos muy hábiles para dar vuelta la lombriz con ciertas cosas y de golpe nos preguntamos por qué nos pasa lo que nos pasa. Somos muy hábiles para transformar la realidad con palabras, le damos un sentido altruista que no es. En algún momento de su vida hay que pensar hasta dónde fui yo responsable de cierto quilombo. Hay que dejar de usar esa habilidad innata que tenemos, del verso criollo y que no sé de dónde viene. Creo que hay una lucha de clases, que tiene que ver con la intelectualidad. Existe una burguesía intelectual muy snob.
–¿Cómo define a la burguesía intelectual?
–Bueno, si hay algo en lo que el porteño es snob, muy snob, es justamente por ese complejo gravitatorio de estar al final del mapa y nos hace convertirnos en burgueses intelectuales. Eso es muy jorobado. Para el argentino siempre va a ser difícil por las situaciones económicas, por ahí, comprarse un gran auto, entonces se compra una idea que le queda grande. Con una idea o una ideología, uno tiene una responsabilidad, pero muchas veces los porteños tienen esa actitud de decir: “Leí a Lacan 1, 2 y 3”, que sólo se explica porque no se pueden comprar algo sólido, entonces se genera una burguesía intelectual. Son consumos y son comodidades, por un lado, es una parte linda, vas a un café y el nivel cultural del argentino sorprende. Pero de ese nivel cultural, se hace un uso jodido, que le saca valor, porque lo que se está haciendo es utilizar el conocimiento para diferenciarse de las clases bajas, como si estuvieran diciendo ¿Ves que yo no soy de clase baja, porque leí todo esto? El uso de lo leído, de lo aprendido, de las referencias que se puedan hacer a cierto filósofo o intelectual, te da como un estatus, que se exacerba acá, porque de alguna manera hay toda una clase social que se quiere diferenciar, y como no lo pueden hacer con bienes materiales, lo hacen con bienes intelectuales. Entonces, la dialéctica se puede usar de una manera miserable.
TIEMPO ARGENTINO