El mal hábito de pedirle algo al que viaja

El mal hábito de pedirle algo al que viaja

Por Paloma Bigio
“Un desubicado total”, dijo Pamela C. (26 años), cuando un compañero de trabajo le pidió un iPhone. “Se enteró de que me iba unos días de vacaciones afuera y pretendía que le traiga un celular carísimo, como si yo no fuera a comprarme cosas para mí”, contó indignada. A Laura M. le pasó algo parecido: su jefe le dio los días para que se tome unas cortas vacaciones en el exterior, pero a cambio le encargó una computadora Mac Book Pro. Matías S. viajó por trabajo a Miami y una madre del colegio de sus hijas le pidió que le traiga una valija llena de ropa que compró por Internet.
En un viaje en la misma ciudad, a María H. un conocido le pidió un vinilo de Daft Punk. “Acá no se consigue”, le dijo, pero ese argumento fue el mismo que usó su padre para pedirle que le traiga un gorro de golf. También le pasó a Alejandra Z.; fue a Nueva York y una compañera del trabajo con la que no tenía una amistad le encargó un vestido de novia.
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Los casos se repiten, en mayor o menor medida, por el mismo motivo. Cada vez que una persona comenta que está por realizar un viaje al exterior, especialmente en destinos donde rige el dólar y abundan las ofertas en tecnología, ya sean amigos, parientes o compañeros laborales saltan a la yugular del viajero para pedirle que les traigan encargos. Sin importar la confianza que se tenga (o no), la molestia que puedan generarle al otro en sus vacaciones (o no), o los conflictos que puedan tener en la Aduana (o no), los que encargan sin freno no miden el impacto de su demanda. El que viaja no siempre disfruta a pleno: pierde tiempo de sus días de descanso en busca de pedidos, se siente comprometido, tiene que pagar exceso de equipaje o buscar artimañas para esconder los objetos ante el escáner del aeropuerto.
“Che, ¿te coparías con traerme un iPhone?”, le dijo un compañero laboral a Pamela, en la agencia de publicidad digital en la que trabajan. “No teníamos mucha confianza. Yo viajaba por primera vez y me quería comprar cosas para mí. Cuando le dije que no, me pidió una cámara, porque dijo que era más barata allá, más un rollo de Polaroid. También le dije que no, pero honestamente me dio pena”, confiesa. “Yo entiendo que acá los precios son imposibles y que todos queremos poder comprarnos cosas. Pero la verdad es que me iba a comprar cosas para mí, tenía altas chances de que me pararan en la Aduana y no quería pasarlo mal por cosas ajenas”, agrega.
Lo cierto es que los argentinos viajan al exterior cada vez más: en julio volaron 602.000 personas, un 24,3% más que lo registrado en julio de 2014, según datos del Indec. Por el atraso cambiario nadie quiere dejar de disfrutar de viajar.
“Cuando me piden cosas me da cosa; a mí también me gustaría que me traigan si yo no viajo”, dice María, social media manager de 24 años. Relata que los últimos días de su viaje fueron “para los «pedidos»”, y que se lo pasó haciendo recorridos cargando con “bolsas ajenas”. “El que me pidió el vinilo fue un amigo, pero fue un capricho: acá lo conseguía, sólo que más caro. Yo soy bastante buena y termino trayendo todo porque estoy indignada con el modelo antiglobalización que tenemos en el país”, dice.
Matías (37), empresario tecnológico, viaja seguido por trabajo a Miami. Cuenta que constantemente los amigos y conocidos le piden cosas. “Creen que uno va caminando y las cosas caen del cielo. No entienden que tenés que manejar horas por la ciudad para conseguírselo. Si les decís que no se los traés, se ofenden y te tratan de egoísta. Pero te piden y piden, les encanta pedir”, sostiene. Asegura que muchos pedidos son caprichosos, que no son por una verdadera necesidad, sino por “la desesperación por sentir que compran cosas importadas”. Así fue como una madre del colegio de sus hijas le pidió que le traiga “unas cosas que compró online”.
Tras manejar media hora y pasar a retirar el pedido se encontró con una valija llena de ropa infantil. “Me tuve que volver con una valija extra, pagar exceso de equipaje porque American Airlines te cobra cuando superás los 23 kilos, y a la vuelta discutir porque ella no entendía que había sido un despropósito”, recuerda.
“¡Ya sé lo que te voy a pedir! Me vas a traer mi vestido de novia. Pero no te asustes, es el del civil”, le dijo a Alejandra (29), psicóloga, una compañera de trabajo. Alejandra relata que lo que más le molestó fueron tres puntos: “Primero, el exceso de confianza. Segundo, la falta de consideración, y tercero, el remate. Cuando le dije que no iba a traerle nada a nadie me dijo con toda impunidad: «Ahhh!? Bueno, entonces te pido un perfume del free shop»”. Alejandra opina que “si bien es cierto que hay cosas más baratas afuera, creo que hay una mística medio exagerada alrededor de lo que viene importado, que tiene que ver más con lo prohibido que con la compra en sí”.
“Yo nunca traigo nada. Me gusta viajar y si llego a comprar, me compro cosas para mí -dice Laura M., productora publicitaria-. Cuando le pedí a mi jefe unos días para irme a Nueva York me dijo que me los daba, pero con la condición de que le trajera una Mac Book Pro. No me quedó otra, se la tuve que traer. Con los encargos la gente te pone en situaciones incómodas y en compromisos”.
Con pocos días para las vacaciones, y sin ganas de perderlos haciendo compras para otros, algunos consejos pueden ayudar: no traer nada que no se quiera, evitar conflictos con familiares o amigos, y saber que se pueden poner límites.
LA NACION