Vicente López y Planes, autor del Himno y poeta campero

Vicente López y Planes, autor del Himno y poeta campero

Por Pablo Emilio Palermo
La obra poética del doctor Vicente López y Planes (1784-1856), compuesta al igual que la de todos los de su generación dentro de los cánones neoclásicos entonces en boga, reúne cantos guerreros, elegías y hasta ofrendas amatorias. Han triunfado del tiempo, con justicia, dos acabados poemas heroicos frutos de su inspiración: El triunfo argentino (1808), extensa composición en honor de los bravos que rechazaron en 1807 el segundo ataque inglés a Buenos Aires, y la Mar¬cha patriótica (1813,también conocida como Oíd, mortales, y que no es sino nuestro Himno Nacional.
Oculta, ignorada por las colecciones y antologías, aparece en una de las ediciones del semanario Correo de Comercio, fundado y dirigido por Manuel Belgrano, una curiosa oda que López y Planes firmó con sus solas iniciales, V. L. Se trata de las Delicias del labrador, que ocupa las últimas páginas del ejemplar correspondiente al sábado 21 de abril de 1810.
En estrofas de seis versos bien rimados, el poeta del “grito sagrado” brinda al lector el elogio de la vida campestre. Canta su musa el gozo de quien derrama su sudor en la tierra. Es el paisano que a diario deja su sueño al rayar el día, como lo hacen el ave y la oveja cuando “el sol que ya se asoma / Con la faz matizada de oro y grana / Dora el verdor dé la vecina loma”.
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Y el labrador es feliz, porque al dejar su “choza” de débiles puertas, corren a abrazarlo sus tiernos hijos y la “consorte hacendosa”: el mejor obsequio para quien aban-dona el hogar rumbo a la faena. En la séptima estrofa está la pampa, la campaña que pronto sacudirá su vieja servidumbre: “En pos al yugo uncidos / Los más membrudos bueyes, el arado / A conducir se apresta; los balidos/ De los rebaños que al herboso prado / Caminan juntamente, / A su alma infunden júbilo inocente”. El cultivo principia así, atrás quedan “la rota tierra” y un enjambre de “hambrientos pajarillos revolando”.
El trabajo culmina al caer la noche, “cuando el rubio Apolo / Des¬aparece del cárdeno occidente”, para expresarlo según el estro latino. El placentero hogar aguarda al hombre de campo: “a lo lejos luce/ El provisto fogón, donde el cordero /Y la vaca sabrosa / Preparando por cena está la esposa”.
La crítica ha sido benigna con la presente oda. “Pasajes de tan dulce sencillez, prueban lo que poetas como Vicente López, en esta tierra de pastores, hubieran podido componer bajo el magisterio virgiliano, si al maestro de la Geórgicas hubieran tomado el espíritu y no las apariencias”, escribió Ricardo Rojas. “Es, sin embargo -continúa Rojas-, una de las pocas notas agradables de toda la lira colonial. Menos resonante que El triunfo argentino y las odas marciales, es la obra de un buen discípulo de Fray Luis de La vida retirada”.
En la última estrofa, el poeta de Mayo contrapone la felicidad del campo al dolor de las ciudades. “Suspende, Musa, el canto; / Vete allá a los felices labradores / Que alabas tú con entusiasmo tanto, / Pues si nosotros, llenos de dolores, / Oímos tus verdades, / Despobla¬remos luego las ciudades”.
LA NACION