Un palacio con historia

Un palacio con historia

Por Giorgio Benedetti
Una inmensa fortaleza de piedra se levanta imponente dominando el panorama en la Piazza de la Signoria. Su planta rectangular, de fachada rústica y compacta, la dibuja como si fuera un atalaya de resistencia. El aspecto palaciego se lo da la torre de casi 100 metros que se estira alzándose sobre ese valle de tejas naranjas que crean los techos de Florencia.
En un continuo diálogo entre el lenguaje arquitectónico civil y el militar, el Palazzo Vecchio saca a relucir su historia, mostrándose como la más importante obra en esta suerte de museo al aire libre que es la Plaza de la Señoría. Aquí fue donde se estableció en el siglo XIII el centro civil de Florencia, una importante república de mercaderes, príncipes y mecenas, de ásperas luchas políticas, guerras y constantes sustituciones de símbolos y emblemas.
Nadie tenía muy claro en aquella época quién gobernaba esta ciudad de más de 100.000 habitantes, pero de todas maneras, los aires de crecimiento que traía el medioevo hicieron eco en toda la zona de la Toscana. Entonces comenzó a levantarse una extraordinaria cantidad de iglesias como Santa María Novella y Santa Croce, en 1269 se inició el centro religioso Santa María di Fiore, y por fin, en 1299 se colocaron los cimientos para la construcción civil más importante de la república. Allí se alojarían las magistraturas gubernativas de Florencia, e inclusive, en el segundo piso vivirían los Priores -o parlamentarios- que debían llevar una vida en común, casi como de cardenales en cónclave.
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Arnolfo di Cambio, el más prestigioso de los arquitectos florentinos, se hizo cargo del proyecto dejando terminado en 1314, después de 15 años de trabajo, el mayor edificio construido hasta ese momento. Se trató de una mole de piedra fuerte, con ciertas notas de elegancia evidenciadas en la galería superior y en sus ambientes internos saturados de pinturas. De su cara externa, sobresalió la esbelta figura de la torre que desde su campanario lograba dominar toda la ciudad.
Pero en realidad, el Palazzo Vecchio es mucho más que su brillante puesta arquitectónica. Históricamente, representó el ícono de poder de los burgos en el medioevo, como también de los tantísimos vaivenes políticos que se repitieron sin tregua en el Renacimiento. Durante el paréntesis de seis años en que Florencia fue capital de Italia (1865-1871), el edificio fue sede del parlamento, la función para la que había sido creado.
Muchos disturbios y poca paz
Los años fueron pasando y con ellos las rebeliones, los levantamientos populares y las continuas crisis. Como gran sede del agitado gobierno, el Palazzo Vecchio fue testigo de rencores, traiciones y muertes, viviendo entre las borrascosas vicisitudes de un sistema político ambiguo, complicado y contradictorio.
Las diferentes familias que ostentaban el poder se adueñaban y eran echadas de la fortaleza con una rapidez abrumadora. Entrado el siglo XV, uno de los más importantes apellidos de la república florentina comenzó con la gesta que lo llevaría al poder. Mecenas desde las primeras épocas y poseedores de una gran riqueza, los Medici accedieron a la corte gracias a la audacia de Cosme I, un antiguo preso del palacio.
Entonces el gran renacimiento se instaló definitivamente, la pasión medicea del arte logró acaparar todo y nombres como Botticelli, Leonardo da Vinci o Miguel Angel se hicieron moneda corriente. Los palacios empezaron a poblarse con cuadros, y esculturas como El David (de Miguel Angel) eran exhibidas en público en la Plaza de la Signoria.
En 1540, Cosme contrajo matrimonio con Eleonora, hija del Virrey de Nápoles, y juntos se trasladaron a la Signoria. En 1559, victorioso por la conquista de Siena, ordenó la construcción junto al palacio de lo que sería el último legado de su vida: el Palazzo Uffizi. La familia Medici se trasladó al Palazzo Pitti transformando en vecchio (viejo) al de la Signoria, y al poco tiempo Francisco I tuvo que suceder a su padre fallecido.
Excelente administrador del capital artístico heredado, Francisco concibió esta riqueza no como un bien privado, sino como un importante elemento de prestigio político internacional digno de una estirpe. Las obras de arte iban y venían de Roma, se trasladaban a la Galería Uffizi y decoraban casas y capilla mediceas. Como nunca se comenzaron a dar cita los aires científicos y entre ellos los instrumentos astronómicos, los laboratorios y los enormes mapas geográficos.
Más allá de este desarrollo que colocó a Florencia entre las ciudades más importantes del continente, nadie que en este período de tiempo haya habitado tierras florentinas podría recordar un lapso considerable de paz. Italia llegaría muy tarde a conformarse como estado moderno, y el Gran ducado de la Toscana se propuso siempre como un campo en el que prosperaron todo tipo de batallas. Sin embargo, los siglos XIV, XV y XVI fueron los que le dieron esa gloria que aún se percibe entre sus calles intactas.
Hoy los escudos, las torres y las obras de arte son la debilidad de los viajeros. Los siglos han pasado, pero Florencia continúa siendo testigo vivo de una historia que se va tallando en cada fachada y en cada cúpula eclesiástica. Piazza de la Signoria sigue igual; solo que El David fue cambiado por una réplica (el original se trasladó unas pocas cuadras, a la Galería de la Academia) y el antiguo dialecto dejó paso a los heterogéneos idiomas de los visitantes. El Palazzo Vecchio hace mucho que no siente el murmullo de los priores ni el golpe tajante de la guillotina. Después de 700 años de vida, y aunque allí todo siga remitiendo a otra época, no pudo más que acostumbrarse a la tranquilidad y a posar para las cámaras fotográficas de los turistas.
EL CRONISTA