Murakami cuenta cómo se convirtió en el escritor que es

Murakami cuenta cómo se convirtió en el escritor que es

Antes de empezar a escribir, el sueño de Haruki Murakami era como el de muchos otros chicos: ponerse un bar. “Me movía la idea, muy simple y en algún sentido optimista, de que, como me gustaba el jazz, me iría como anillo al dedo un trabajo donde pudiera escuchar música de la mañana a la noche. Pero un estudiante casado no tiene dinero, por supuesto.”

El escritor japonés cuenta esta anécdota en “El nacimiento de las novelas escritas en la mesa de la cocina”, especie de prólogo autobiográfico para Escucha la canción del viento y Pinball 1973, sus dos primeras novelas breves que, traducidas por primera vez al español, Tusquets distribuirá a partir de este fin de semana. No fue fácil, pero en 1974, abrió con su mujer un local en Kokubunji, ciudad estudiantil en la periferia oeste de Tokio. La pareja tenía deudas, es cierto; sin embargo, Murakami era joven y escuchaba todo el día jazz. “Así pues, consagré la década de mis veinte años, de la mañana a la noche, al trabajo físico (hacer sándwiches, preparar cócteles, echar del local a borrachos malhablados) y a la devolución del préstamo. Entretanto, decidieron reconstruir el edificio de Kokubunji donde se encontraba el local, de modo que tuvimos que dejarlo y trasladarnos a Sendagaya, al centro de la ciudad. Renovamos y ampliamos el bar, y ya pudimos poner un piano de cola, pero, con las reformas, volvieron a aumentar las deudas. Por lo visto, no podía vivir tranquilo. Si pienso en aquella época, lo único que recuerdo es: «¡Cuánto trabajo!». […] Sin embargo, incluso entonces, en cuanto disponía de un momento libre tomaba un libro y leía. Por más trabajo que tuviera, por más dura que fuese mi vida, por más agotado que estuviese, leer un libro, lo mismo que escuchar música, continuó siendo, siempre, un gran placer. El único placer que nadie podía arrebatarme.”

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Pero de leer se pasa en algún momento a escribir y eso es lo más interesante de lo que cuenta Murakami en este breve texto desconocido hasta ahora en castellano. Una tarde de abril, el escritor fue a ver un partido de béisbol. Jugaban los Yakult Swallows, equipo del que Murakami es hincha, contra los Hiroshima Carp. Estaba por batear Dave Hilton, de los Swallows. Cuenta el autor de Tokio Blues: “En la segunda parte de la primera vuelta, cuando Sotokoba realizó el primer lanzamiento, Hilton bateó con un bonito golpe efectuado hacia el ala izquierda y logró avanzar hasta la segunda base. El sonido limpio del bate dándole a la pelota resonó por todo el estadio Jingû-kyûjô, y se oyeron unos pocos y dispersos aplausos por los alrededores. En aquel instante, sin antecedente ni fundamento alguno, pensé de pronto: «Sí. Quizá también yo pudiera convertirme en novelista». Todavía recuerdo con claridad lo que sentí en aquel momento. Fue como si algo descendiera despacio, revoloteando, del cielo y yo pudiese tomarlo limpiamente con ambas manos. ¿Por qué razón fue a parar aquello por casualidad a las palmas de mis manos? No lo sé. No lo sabía entonces y sigo sin saberlo ahora. Pero, fuera cual fuese la razón, aquello, en definitiva, ocurrió. Aquello, no sé muy bien cómo llamarlo, supuso una especie de revelación. Quizá la palabra que mejor lo defina sea «epifanía». Y, a raíz de aquello, mi vida cambió por completo. En el instante en que Dave Hilton dio, como primer bateador, aquel hermoso y certero golpe en el Jingû-kyûjô. Después del partido (recuerdo que ganó el Yakult) tomé el tren, fui a Shinjuku y compré papel de escribir y una pluma estilográfica.”

Lo que resultó fue, medio año después, Escucha la canción del viento. Aparte, los Yakult Swallows salieron campeones de la liga. Fue un año inolvidable. Y en realidad todo estaba empezando. Murakami escribió Pinball 1973 el año siguiente, como continuación de Escucha la canción del viento. “También esta novela la escribí mientras llevaba el bar, sentado ante la mesa de la cocina a altas horas de la noche. A estas obras yo las llamo, con afecto y cierto pudor «las novelas de la mesa de la cocina». Poco después de escribir Pinball 1973 tomé la decisión de vender el local, me convertí en novelista a tiempo completo y empecé a escribir una auténtica novela larga: La caza del carnero salvaje. Creo que ésta es la obra que marca el verdadero inicio de mi carrera como novelista.Pero, al mismo tiempo, las dos «novelas de la mesa de la cocina» son también obras decisivas, difícilmente reemplazables, dentro de mi carrera como novelista. Son como las viejas amistades del pasado. Quizás ya no salgamos y charlemos, pero jamás olvido su existencia.”
LA NACION