Lucca, la ciudad amurallada

Lucca, la ciudad amurallada

Por Giorgio Benedetti
A pesar de los siglos que han pasado desde el turbulento Medioevo, Lucca con sus murallas intactas que rodean la ciudad, parece seguir esperando por los invasores. Ya desde antes de llegar, a lo lejos, se vislumbra como una fortaleza entre las colinas verdes de la Toscana y una vez dentro, por momentos la ciudad parece detenida en el tiempo, casi intacta y genuina hasta en el último recodo.
Pero lo más fascinante es que el relato de su historia se va dibujando en las calles. Porque es allí donde las fachadas barrocas construyen a la ciudad auténtica, o donde los palacios del siglo XVII no se muestran extraños, sino que se integran al entorno con naturalidad cotidiana. Es allí, en sus calles estrechas, donde todavía se conserva el trazado urbano original que le dio el Imperio Romano, junto a esas casas con formas de torres que la enaltecieron durante los largos siglos medievales.
Auténtico exponente de la tardía Italia, hoy Lucca es gustosa de estar fuera del circuito turístico tradicional, por lo que las tardes se hacen largas y silenciosas, y los paseos se suceden lentos en un entorno que parece de otra época.
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Construcciones medievales
Los domingos por la mañana, religiosamente, suenan las campanas en la Piazza San Martino. Entonces, el clima se aquieta y el espíritu devoto de Lucca se congrega bajo los arcos románicos de la fachada de la catedral, que en unos minutos se hará mística con el murmullo de las oraciones y con esas pinturas del renacimiento que adornan los largos paredones internos de su imponente nave central (prestar especial atención a La Última Cena de Tintoretto).
El fin de la misa enciende otra vez más el rumor de la gente desparramándose por Via del Duomo hasta la vicina Piazza Napoleone, sitio de encuentro público desde los tiempos de Elisa Bonaparte. Allí hay que visitar el Palacio Ducal, uno de los trabajos más refinados y paradigmáticos de la arquitectura luquesa.
Vale decir que aunque Lucca lleva vividos siglos, su aspecto no ha cambiado mucho. Las edificaciones antiguas han sido reconstruidas guardando una relación armoniosa con el entorno, y esos edificios que se ven en las metrópolis nunca tuvieron espacio en el centro histórico de la ciudad.
La combinación plaza-iglesia-palacio, en Lucca se repite sin fin. A escasos 200 metros del Ducal, otra nueva postal se dibuja con la Piazza San Michele, la iglesia homónima con su correspondiente campanario y el Palazzo Pretorio. Todos, ubicados en el lugar de un antiguo foro romano, generan una extraña fusión de románico y gótico sutil. Piedra caliza blanca, capiteles, columnas e interminables arcos que van elevándose en una estética novedosa hasta la imagen del santo con sus alas abiertas desde lo alto.

Ciudad aparte
Via Santa Croce traza un circuito que se pierde entre caserones y viejas reliquias arquitectónicas como el Palazzo Bernardini y la Piazza dei Servi. Y a partir de cualquier esquina, comienzan a despegarse esos típicos pasajes cerrados e inspiradores, que atraviesan esta cittá haciéndola aun más íntima y cercana. Interrumpiendo la Via Santa Croce, la Via Guinigi recuerda con su gran palacio de ladrillos del siglo XIV a uno de los apellidos más ilustres de Lucca. Junto con la Iglesia de San Simone e Giuda, este sector de grandes torres y palacetes de la antigua familia Guinigi forma uno de los rincones más sugestivos de la ciudad.
A pocos metros se abre paso la Piazza del Carmine y luego uno de los lugares más llamativamente pictóricos: el Anfiteatro Romano. Se trata de una gran plaza que todavía conserva su planta elíptica desde los tiempos medievales, en donde han proliferado sobre las ruinas del antiguo imperio viviendas de colorido desorden que dibujan al lugar como uno de los más sugerentes.
EL CRONISTA