Los Espartanos: de la cárcel al Vaticano, gracias al rugby

Los Espartanos: de la cárcel al Vaticano, gracias al rugby

Por Lucila Rolón
Aunque es un penal de máxima seguridad, no son tan altos los muros grises de la Unidad Penitenciaria N° 48 de San Martín. De fondo, los bosques de la Ceamse perfuman el aire. El día anterior llovió y el barro brilla, fresco, en lo que debería ser el tupido césped de una cancha de fútbol. Son las 10 y dos grupos de presos se abrazan, agachados, y empujan hacia adelante. Embarrados de pies a cabeza, parece que formaran un animal sagrado acunado por una danza de gemidos y de furia. Hasta que se desarma y despide la pelota ovalada.
Son Los Espartanos, el equipo de rugby del penal, quienes viajaron al Vaticano, invitados por el papa Francisco, que los recibió en una audiencia privada.
El árbitro marca falta, los jugadores se quejan. Uno de ellos no se calma. “¡No reacciones! ¡Tacklealo! -le grita el entrenador-. ¡Tacklealo!”. Lleva la furia en la sangre. “Pobre -dice en voz alta «el Boli» a un costado de la cancha-, salió hace dos semanas y se enteró de que un vecino abusó de su esposa en su ausencia; está luchando contra él mismo, porque lo quiere matar.”
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Hace seis años, Eduardo “Coco” Oderigo, un abogado y ex medio scrum del San Isidro Club (SIC), se preguntó qué pasaría si les enseñaba a jugar al rugby a los presos, y terminó entrenando a un equipo que transformó la dinámica del penal más peligroso del Servicio Penitenciario Bonaerense. Especialmente, del pabellón N° 8, donde “vive” el equipo.
Esta mañana están efervescentes: es el último entrenamiento antes de que un grupo de 30 -10 de ellos, ex presos- viaje al Vaticano, donde el Papa espera conocerlos en una audiencia privada. Les mandó una invitación personal y un saludo en un video casero. “Lo que hacen ustedes es como el canto que dice «en el arte de ascender lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído»”, los elogió.
El Servicio Penitenciario Bonaerense administra la vida de 31.224 presos en 55 unidades. Según datos oficiales, el porcentaje de reincidencia de quienes recuperan la libertad supera el 65%. En los 18 penales donde se juega al rugby, la reincidencia de los que abrazaron el deporte es sólo del 1%. Más de 400 fueron Espartanos.
Ezequiel se sumó al juego para ocupar el día en la cárcel y se terminó de enganchar cuando sintió que tenía amigos. “Empezamos a tratarnos bien entre todos, eso me cambió la vida”, confiesa. Cayó preso por robo cuando tenía 19 años y salió hace unos días, a los 28. Es uno de los que viajan a Roma. No quiere decir su apellido porque teme que sus compañeros de trabajo lo discriminen. “Almuerzan conmigo, hacen chistes y no tienen idea de dónde vengo yo”, dice. “Perder la libertad es el peor castigo para un ser humano. Moralmente, te destruye. El preso hace como el hámster que gira en la ruedita, se acostumbra.”
Robo calificado y agravado por el uso de arma, toma de rehenes y privación ilegítima de la libertad son algunos de los delitos que cometieron los 34 presos del pabellón N° 8, que tienen entre 19 y 40 años de edad. Los antidepresivos circularon entre ellos durante años como un único salvavidas.
El “Negro” Víctor era el preso que mayor poder tenía en la cárcel. Su vida delictiva comenzó a los 14 años. Salió en libertad el 1° del actual, a los 29 años. Cuando Oderigo lo vio por primera vez dice que se le heló la sangre. “Lo único que me salió fue invitarlo a taclear. Lo hizo y era muy bueno, todos lo felicitábamos por cómo tacleaba y se ganó el respeto del resto haciendo algo bien”, señala. El “Negro” Víctor empezó a estar más tranquilo, lo nombraron capitán del equipo. Al tiempo cortó las pastillas para todos; no iba a dejar que nadie atentara contra el clima que habían logrado en el pabellón. Todo encierro confabula para crear sociedades en miniatura. “Ahora somos una familia, el que la complica se va”, dice “Piojo” mientras trota hacia el centro del barro.
Los viernes por la mañana, un grupo de voluntarios monta un desayuno colectivo y rezan el rosario en el patio alrededor de una larga mesa. Algunas mujeres llevan sus guitarras y cantan temas de La misa criolla. “Gracias Dios porque alguien confía en nosotros”, dice Diego, que tiene 28 años y en dos podría salir en libertad, después de cumplir ocho por homicidio en grado de tentativa en ocasión de robo. “Es mentira que no creemos en nadie. Vos ves a uno que te saca una faca grande y lo primero que pensás es «¡Ay Diosito!»”, dice Nicolás, de 22 años, preso desde hace seis.
El “Negro” Víctor estuvo en las oraciones de todos durante los 70 días que pasó encerrado por tuberculosis. Se recuperó. Él es, para los Espartanos, el ejemplo a seguir, el rey Leónidas de un ejército que entrena como si la libertad entrara en una pelota.
El año pasado, el equipo fue noticia cuando jugaron un partido contra un equipo de fiscales, jueces y abogados, entre los que estuvieron José María Campagnoli y el ex capitán de los Pumas Agustín Pichot. “Es el único momento en que no me acuerdo de que estoy preso. Solo veo la pelota y corro atrás de ella”, dice Wichi, de 26 años, que desde hace seis está preso. “No hay rejas, no hay encargados, sólo siento? a mí”, dice Camilo. En el encierro vale todo. Los presos tienen que pelear por conservar sus zapatillas, sus paquetes de arroz o un televisor. Pero entre los Espartanos no hay cuchillos. Siempre hay alguien dispuesto a consensuar, hasta que la cosa se complica. “De repente, un oficial se peleó con la esposa y descarga su furia contra nosotros. Te atan como a un chanchito, pies y manos, y te empiezan a dar entre varios hasta que se cansan.” El 28 de enero de 2012, el Tribunal Oral en los Criminal N° 4 de San Martín condenó a cadena perpetua a cinco agentes penitenciarios de esta cárcel (y absolvió a uno) por el asesinato del preso Patricio Barros Cisneros. Se lo consideró un fallo histórico.
Cuando el entrenamiento termine será mediodía y los Espartanos se turnarán para bañarse. Pero antes formarán un círculo en medio de la cancha. Mostrarán sus cicatrices cubiertas por el barro, con la mirada achinada por el sol, y se regalarán un aplauso después de haber jugado un partido más.
LA NACION