La tierra queda chica: un argentino en la elite de la innovación espacial

La tierra queda chica: un argentino en la elite de la innovación espacial

Por Sebastián Campanario
Ya sea por libros, series y películas que son un éxito en la cultura pop (El Marciano, Interestelar, Prometheus, la reedición de Cosmos, los tráilers que van saliendo de la nueva Guerra de las galaxias) o por avances reales en la exploración más allá de la Tierra (el acercamiento a Plutón, el descubrimiento de agua en Marte, la sonda Philae sobre el cometa 67P), la agenda y la temática espacial cobraron un protagonismo inédito en los últimos tiempos.
Para el ámbito del emprendedorismo esta atracción se potencia, porque por primera vez el avance de la ciencia permite que muchos proyectos estén al alcance de innovadores privados y no solamente a tiro de la escala del gasto público. Para varios de los magnates de Silicon Valley, Tel Aviv y de otras mecas de la innovación, que crecieron viendo la saga de Star Wars, hay una seducción adicional: la Tierra queda chica para sus proyectos. El área de impacto de las ideas ahora es el universo.
El empresario icónico en esta categoría es el sudafricano radicado en los Estados Unidos Elon Musk, con su iniciativa SpaceX, una firma de navegación aeroespacial que el ex fundador de PayPal abrió en 2002 con 120 millones de dólares de su propio bolsillo. El año pasado, Musk -cuya biografía es uno de los best sellers del año en la categoría de no ficción en los EE.UU.- anunció que su intención es trabajar a partir de 2018 en un proyecto para establecer a futuro la primera colonia humana en Marte, con viajes regulares que costarán medio millón de dólares.
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Las energías alternativas (Solar City y los autos eléctricos de Tesla) son la otra pasión de Musk, quien piensa que dentro de diez años será ilegal manejar (porque los vehículos automanejados funcionarán mucho mejor y será muy evidente lo “asesinos” que somos los humanos al volante). El dato lo recordó el tecnólogo Santiago Bilinkis en el último Coloquio de IDEA.
En esta elite global de emprendedores espaciales hay un argentino. Diego Favarolo, de 35 años, fue seleccionado hace un año por la World Technology Network como uno de los disruptores más influyentes en esta categoría junto al propio Musk, a Peter Diamandis (de Singularity) y a uno de los cofundadores de la NASA.
La fascinación de Favarolo (atención que no es homónimo del fallecido cardiólogo: hay dos letras invertidas, todos se confunden) por el espacio empezó en la infancia. “Si te ponés a pensar, en esta esfera no estamos en una situación muy distinta a la de los europeos antes de 1492. Apenas pudimos llegar al árbol de la vereda en la entrada de nuestra casa -la luna- y con dificultades. No es nada en distancias cósmicas”, cuenta el empresario a LA NACION, que hoy desde su compañía Space AI está desarrollando un sistema operativo para “máquinas que se mueven” (ya sean drones, vehículos automanejados o cohetes).
“Creo que la evolución de la computación puede dividirse en tres etapas: la de la PC de escritorio, la de artefactos transportados por personas y ahora viene la de computadoras que se mueven solas”, vaticina.
Favarolo es porteño y fundó su primera empresa a los 15 años. A los 18 fue uno de los socios originales de Boomeran, el sitio de búsqueda de personal que luego se consolidó como una de las empresas más importantes del sector en América latina. Estudió economía en la UCA y años más tarde pasó por Singularity, donde “te bajan la última actualización del sistema operativo del cerebro, te cambian todas las variables y límites de tu mente”. En el medio había sido reconocido por la comunidad mundial por el descubrimiento del THYON3, una molécula que resulta una alternativa al cloro para la purificación del agua a muy bajo costo, y que ofrece una gran oportunidad para acabar con el problema del acceso al agua potable en el mundo.
La iniciativa que lo llevó al podio con Musk y Diamandis fue DIY Rockets (las siglas en inglés de cohetes “hágalo usted mismo”), que en 2013 y con sólo 25.000 dólares de premio interesó a 7000 científicos de todo el mundo (de América latina, Asia, Europa. EE.UU. y Canadá) para hacer motores de naves espaciales. Los dispositivos se desarrollaron con procesos colaborativos, con tecnología abierta (están disponibles para quien quiera aprovecharlos) y debían ser reproducibles con impresión 3D.
Diez ideas llegaron a buen puerto y algunas acapararon la atención de la NASA. “Muchos creían que era imposible hacer algo tan sofisticado como ?ciencia de cohetes’ (en inglés, rocket science, alude a una disciplina complicadísima) con inteligencia colectiva, pero demostramos que no. Hoy la tecnología para cocrear en forma remota es tan eficiente que ya no hay fronteras. Los únicos límites están en nuestro cerebro”, cuenta Favarolo, que participó semanas atrás en el encuentro Buenos Aires al Mundo, que organizó la Dirección de Comercio Exterior del GCBA.
¿Cómo llega un economista porteño a pensar que puede desafiar a físicos y matemáticos de la NASA en su propio campo y tener éxito?
“Hay un tema de chip mental, no te olvides que yo arranqué de chico con Boomeran, te acostumbrás a no pedir permiso. Hoy en términos de tecnología la cancha está nivelada para quien venga con buenas ideas. Por eso soy tan optimista con el futuro de países como la Argentina, creo que estamos ante una oportunidad única e inédita para pegar el salto en materia de desarrollo”, dice Favarolo, que tiene su oficina central en la costa oeste de EE.UU., pero planea hacer el desarrollo de software desde Buenos Aires. “Las claves en políticas públicas son dos: educación y promoción de nuevos proyectos; sin estas dos patas es imposible pensar en aprovechar de lleno la revolución que se viene”, destaca.

Por estos días, Favarolo viaja seguido a Utah, donde un equipo asociado a Space AI está trabajando en una tecnología con nanomateriales que creará un transporte de ondas de radio 500 veces más potente que el actual, y que utilizará para sus dispositivos móviles. “Es un proyecto muy excitante, te sentís como si estuvieras hablando con Tesla antes de la invención de la radio”, cuenta el emprendedor, despreocupado, como si estuviera diciendo que se tomó un café con leche. Pasa mucho en el campo de la singularidad: cuesta discernir si el que habla es un loco o un genio.
El emprendedor se ríe: “Es cierto. Todo el tiempo te movés por esa cornisa muy finita. Con la experiencia te acostumbrás a administrar el tiempo que gastás en convencer a escépticos, muchas veces ni vale la pena. Y con los inversores estamos en una etapa de tanta velocidad que tenés que ir con el producto terminado, ya no sirve un plan que prometa hacer algo”, recomienda. Así actuó Favarolo meses atrás con un vehículo automanejado que presentó en Buenos Aires junto al GCBA.
Para el argentino que se codea con Elon Musk, América latina tiene hoy todas las chances de acelerar su crecimiento con procesos e ideas disruptivos. “Hay acceso al conocimiento, recursos humanos y de todo tipo. Muchos empresarios y políticos no se dieron cuenta, pero entramos en una era en la que si no tenés imaginación vas a desaparecer. Y lo más divertido es que esto recién empieza.”
LA NACION