La revancha de Barón Biza: el escritor maldito revive en la Web

La revancha de Barón Biza: el escritor maldito revive en la Web

Por Gabriela Origlia
CÓRDOBA.- Millonario, excéntrico, militante radical, viajero, para algunos misógino, para otros antisemita. Todo eso fue Raúl Barón Biza, escritor que disfrutaba de escandalizar y cuya vida parece una novela de final trágico. Ignorado por la crítica y la academia, unas 50.000 descargas de su obra se bajaron en la última década de un sitio administrado por un grupo de fieles lectores que reivindican sus creaciones.
Federico Minolfi, Ariel Curone y Gabriel Waisberg armaron desde Córdoba la casa de Barón Biza en la web (www.baronbiza.com.ar). Coincidieron cuando, cada uno por su lado, buscaban libros del escritor e intervenían en foros donde defendían al autor. “Nunca reivindicamos el acto final de su vida; es indefendible. Nos interesa el artista”, enfatiza Minolfi a la nacion. Se refiere a 1964, cuando Barón Biza se encuentra en Buenos Aires con su segunda esposa, Clotilde Sabattini. Llevaban meses separados. Ella era la hija de Amadeo, gobernador radical de Córdoba y presidenta del Consejo de Educación durante la presidencia de Arturo Frondizi. Barón Biza le arrojó ácido sulfúrico en la cara, se encerró en su dormitorio y, tras envenenarse, se pegó un tiro en la sien. En 1978 ella saltó por la ventana del departamento en el que habían vivido en la calle Esmeralda. En 1990, su hija María Cristina la imitó y once años después otro de los hijos, Jorge, repitió la historia.
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El mayor, Carlos, es secretario de la Fundación René Barón, creada por su tío fallecido en 1993 para “promover y estimular la investigación y producción científica”. Respecto de que la obra de su padre esté online, afirma: “En un mundo libre y mientras no se digan mentiras ni se ofenda, no hay problemas”. ¿Cree que se ha mentido mucho sobre su padre?, le preguntó LA NACION. “Hubo gente a la que tuve que frenar porque avanzó sobre lo privado. Pero lo que es público es público”, respondió, escueto.

Lo cierto es que la secuencia de muertes abrió la puerta a la historia de “la maldición” de Barón Biza. Su primera esposa, la actriz y aviadora suiza Myriam Stefford, se mató al estrellarse el avión con el que pretendía unir catorce provincias. Hubo versiones acerca de que él había aflojado una chaveta de la nave al descubrir amoríos de la joven. La homenajeó con un monumento al amor, un ala más alta que el obelisco porteño (82 metros) ubicada en la ruta que une Córdoba con Alta Gracia. Esta escultura, que hoy es el centro de una disputa judicial que busca recuperar el predio donde está emplazada (ver aparte), alimentó su leyenda. Cuatrocientos dos escalones llevan al ataúd. “Maldito sea quien profane esta tumba”, escribió, a la vez que aseguró que, junto a ella, enterró sus joyas, incluido un diamante de 45 quilates: el Cruz del Sur.
Minolfi y Curone definen la literatura de Barón Biza como incómoda: “Buscaba provocar reacción”. Insisten en que fue el creador de una expresión literaria sin precursores ni continuadores. “No era un mero escandaloso, un mediático -sigue Minolfi-. Fue un intelectual. Tampoco es el Marqués de Sade argentino; su literatura no pasa por la sexualidad, tuvo intención poética.”

Descargas y defensas
Aunque tenía cuatro títulos publicados, a fines de 1933 sale El derecho de matar, que narra la historia de Jorge Morganti, su hermana Irma y su amante Cleo. El gobierno militar de Agustín Justo lo secuestra por considerarlo un “alegato cívico lésbico” y el papa Pío XI, a quien Barón Biza le envía una edición encuadernada en plata, lo excomulga. La segunda edición fue best seller, con 20.000 copias.
En 2005, cuando el trío de “amigos” subió este título a la Web, registró en una hora quinientas descargas; ya lleva más de 15.000. Su público es, en general, joven. “Lo quieren sus seguidores, no la academia, que le critica su técnica literaria. Su vigencia está construida sobre sus lectores”, dice Curone. Minolfi lo equipara a una comida: “No es gourmet, no es refinado, pero está rico”. En ese mismo libro, el autor plantea que su obra no es para estar encerrada en una biblioteca, sino para “corretear salvaje por el cerebro de la humanidad”. Tal vez algo así sea hoy Internet.
A Barón Biza se le adjudica la expresión “tirar manteca al techo” en referencia al lujo con que recorrió Europa entre 1913 y 1935, cuando fue el primer pasajero de la línea aérea que unía París con Berlín en doce horas. Conoció a Stefford en Venecia y se convirtieron en una pareja exótica y glamorosa, que en 1930 se casa en la catedral de San Marcos, y el festejo, sin nadie de su familia, fue en el lujoso hotel Danieli.
En su militancia radical -financió el viaje de mil cordobeses al entierro de Yrigoyen- conoció a Sabattini y en una fiesta en Villa María se encontró con Clotilde, entonces de 15 años. La empezó a cortejar en contra de la voluntad del padre, que puso a la chica interna en un colegio. Un año después, Barón Biza secuestró a la chica del colegio, huyeron a Uruguay y se casaron. Vivieron en la estancia de Alta Gracia con un gigantesco retrato de Stefford mirándolos. Clotilde, incluso, dio clases en la escuela que él construyó para los hijos de sus empleados. Cerca había una capilla que transformó en cantina cuando el cura que la iba a consagrar le pidió plata. Alojaba allí a los artistas que invitaba, entre los que estuvieron Narciso Ibáñez Menta, Libertad Lamarque y Paulina Singerman.
Minolfi insiste en que el escritor es un fenómeno subterráneo. Ofrecieron sus obras a editoriales pero nunca recibieron respuestas, lo mismo que cuando buscaron donar sus libros a bibliotecas. Admiten que la vida trágica de Barón Biza terminó imponiéndose sobre su producción. “Que mi tumba no tenga ni nombre, ni flores, ni cruz”, escribió. Está debajo de un olivo, al lado del ala con que homenajeó a Stefford y que, durante años, un jorobado contratado por él guiaba a conocer.
LA NACIÓN