27 Nov Historia de una extraña obsesión
Por Verónica Chiaravalli
Los Modlin entraron por azar en la vida de Paco Gómez y se convirtieron en una obsesión. ¿Quiénes eran esos seres excéntricos, cuya historia, hecha de fotos extravagantes y jirones de documentos, había ido a parar a un volquete donde cirujeaban ávidos coleccionistas de rarezas y meros curiosos?
Todo comenzó cuando le avisaron que en la madrileña calle del Pez alguien había desechado parvas de retratos y negativos, debilidad de Paco, que es fotógrafo. Aquello valía oro. Las fotos eran postales de un mundo inquietante cuyos habitantes, madre, padre e hijo, posaban desnudos o casi, en poses insólitas, como si interpretaran escenas de un drama. Desde ese momento, Paco Gómez comenzó una ardua pesquisa para develar el misterio de esas vidas. El resultado es Los Modlin, un libro apasionante.
Margaret Marley Modlin y su marido, Elmer Modlin, habían nacido en Carolina del Norte, en un entorno rural y muy religioso, a mediados de los años veinte. Él soñaba con ser astro del cine y ella, con triunfar como artista. Se casaron en 1949 y se establecieron en Hollywood, donde tres años después nació su único hijo, Nelson. Pero el éxito que los Modlin pretendían les era esquivo, aunque Elmer había conseguido varios papeles en cine y TV, y hasta un bolo en El bebé de Rosemary. Por sugerencia de Henry Miller, a quien Margaret llegó a retratar -siempre en su estilo esotérico, con colores vibrantes y reminiscencias de Dalí-, decidieron instalarse en España. Europa sabría apreciarlos. Llegaron en 1970 y recalaron en el barrio de Malasaña. Elmer y Margaret vivían recluidos en un enorme piso atiborrado de cuadros. Ellos y Nelson posaban como modelos para la mayoría de las pinturas, que a menudo eran interpretaciones de pasajes bíblicos, sobre todo del Apocalipsis. Las fotos que Paco encontró eran las que Margaret tomaba de sí misma, de su marido y de su hijo, para los bocetos de sus obras.
Margaret era el centro de aquella compleja constelación familiar. Las imágenes la muestran altiva, con una mirada penetrante, alucinada y predadora. Elmer la adoraba, y tal vez admirara en ella no sólo el talento sino también una fuerza de la que acaso él careciera. En el hijo, ambos veneraban la belleza de un dios y manipulaban la vulnerabilidad de una víctima. Las fotos de Nelson revelan una tensión entre cierta sumisión filial y la necesidad de romper la densa telaraña de irrealidad narcisista y mística que Margaret y Elmer tejían a su alrededor.
El 2 de octubre de 1970 Margaret Modlin tuvo una epifanía. Su mirada se cruzó con la de Francisco Franco y sintió que debía pintar al caudillo de España. En el cuadro Generalísimo Franco, tú que vives al abrigo del Altísimo, y habitas a la sombra del Omnipotente, los ojos del dictador brillan con una negrura perturbadora.
Nelson logró tomar cierta distancia de sus padres y trabajó como locutor, periodista y en la industria cinematográfica. No tuvo hijos, pero se casó cuatro veces, y estaba a punto de hacerlo una vez más cuando murió de un infarto, antes de cumplir cincuenta años. La segunda esposa de Nelson, Susana, cuenta que durante los seis años que estuvieron casados sólo vio a los Modlin una vez. Nelson no quería que intimara con sus padres para no repetir el fracaso de su matrimonio anterior. Y a Susana no le agradaba el “interés morboso” de la madre por el hijo que advirtió en los cuadros de Margaret. Pero Nelson era reticente a hablar sobre su infancia. Sólo le confió a su mujer que sus padres no lo habían “respetado” y que, en la casa de Hollywood, varios fines de semana los pasó subido a un árbol para evitar los golpes cuando Elmer y Margaret se excedían con la bebida.
Margaret también murió de un infarto, cuatro años antes que su hijo, en 1998. Esa muerte desesperó a Elmer, pero la de Nelson lo enloqueció. Durante el funeral de su hijo, Elmer acosaba a la novia intentando convencerla de que debían engendrar juntos para que el linaje de los Modlin no se extinguiera. Un año después Elmer murió alcohólico. Sus hermanas viajaron a Madrid, se llevaron algunas cosas del piso y tiraron el resto a la calle, donde los Modlin encontraron en Paco Gómez una voz para su historia. Como si Margaret hubiera dispuesto, una vez más, el papel que cada uno tendría en el gran fresco final de su vida, después de la muerte.
LA NACION