Haters, esos personajes que inundan la Web de agresividad

Haters, esos personajes que inundan la Web de agresividad

Por Ludmila Moscato
Sentir enojo, escribir un mail descargando la bronca, apretar Send. Responderle agresivamente en Facebook a alguien con quien no estamos de acuerdo. Basurear en Twitter a un político o a la persona que se ocupa de los reclamos de una empresa. Comentar una nota que genera indignación, insultando y discriminando. Términos como haters y trolls se incorporan al lenguaje cotidiano de los cibernautas y cada vez resulta menos llamativo y más habitual toparnos con grados crecientes de violencia en Internet. Y es que entre todas las posibilidades que brinda, desahogarse y descargar furia parece ser una de las principales, sin advertir quizá que esto puede tener consecuencias irreversibles. ¿Está la ira virtual a la orden del día? Pareciera que sí.
A nivel legislativo existen proyectos de ley que buscan actualizar la ley antidiscriminación y que pueden implicar penas de cárcel para quienes incurran en prácticas discriminatorias en Internet. La polémica iniciativa fue objeto de muchas críticas que defienden la libertad de expresión de los usuarios.
La función de Gmail de poder arrepentirse de haber apretado send durante un lapso de 30 segundos parece ser otra herramienta para que se pueda reflexionar sobre lo escrito e incluso arrepentirse.
Por supuesto que no es un tema fácil de resolver, ya que en alguna medida el origen de la violencia virtual parecería estar en la sociedad misma: “Creo que al ser tan fácil la posibilidad de comunicarse, muchas veces decimos cosas de las que luego nos arrepentimos -comenta Santiago Siri, emprendedor y fundador del Partido de la Red-. Habría que empezar a diseñar los sistemas, los foros, las comunidades, las redes sociales, y madurar las formas de generar moderación por parte de todas las comunidades que existen en Internet. Es un problema muy grande, tecnológico y cultural, donde tal vez la parte cultural sea la más importante”, agrega.
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Tomás Balmaceda, periodista especializado en tecnología, concuerda: “Lo que hace Internet es amplificar cosas que ya estaban presentes, como por ejemplo lo que sucedió con Chano (el cantante de Tan Biónica), la golpiza que le dieron los vecinos, ese clima de violencia, de bronca, para mí se traslada a Internet. Lo que tienen las redes sociales es que están mucho más liberadas de algunas convenciones sociales. Cuando el año pasado apareció este chico Casey Wander -que se hizo famoso por sus simpatías con el kirchnerismo- era increíble la violencia con la que se dirigían a un nene de sólo 11 años, y no solamente por parte de trolls o personas que se dedican a agredir, sino también personas con nombre y apellido; hay algo de esa impunidad de estar detrás del monitor que te ampara. La violencia es producto de la impunidad que da la virtualidad, junto con que todavía no existen buenos métodos para que las redes sociales controlen esos contenidos”.
Lo cierto es que hoy, ante la infinidad de situaciones públicas o privadas que generan estrés, enojo, frustración -y a diferencia de otros momentos en los que para desahogar la angustia o bronca había que hacer una llamada o concertar un encuentro con algún amigo-, estamos a un clic de compartirlo con los demás. Y precisamente esa inmediatez es la que puede jugar en contra, tanto a la hora de mandar un mail iracundo como de tuitear animosamente en contra de alguien.
“Cuando utilizamos el lenguaje, la lectura o la escritura sobre alguna cuestión en la que reflexionamos, hay un tiempo que media entre el impulso y la acción. Ese tiempo está dado por lo que llamamos el pensamiento simbólico, que sería el equivalente al lenguaje hablado -sostiene la doctora Nora Leal Marchena, presidenta honoraria del Capítulo de Violencia Social y Salud Mental de APSA y coautora del libro Violencia del apego a lo social-. Las redes tienen que ver con el mundo de la inmediatez, del ahora, y no ya tanto con la reflexión; entonces, cuando nosotros sentimos el impulso y obramos directamente con la acción, no tenemos ese intermedio de pensamiento reflexivo que nos permite evaluar si en realidad esto es conveniente.”
Justamente algo así le ocurrió a Inés D. hace poco en su oficina. Sobrepasada de tareas, su jefe continuaba asignándole más trabajo, sin reparar en que estaba desbordada: “Estaba indignada, el gerente se iba a pasear, volvía, me daba más trabajo y yo no daba más. En un momento se vuelve a levantar de su escritorio y furiosa le escribo a un compañero por chat: > No te puedo explicar lo que sentí cuando me di cuenta de que eso se lo había mandado a mi jefe. Por suerte, como se había levantado, fui a su computadora y borré el chat. Si no, no estaría contando la historia”.
Probablemente Inés haya pensado que desahogándose por Internet con un amigo se sentiría mejor. Pero como sostiene Graciela Díaz Lima, directora del programa gratuito de Talleres de Reflexión del Hospital Tornú y coordinadora del taller “Emociones a flor de piel”, esto rara vez ocurre: “La sensación de liviandad es muy exigua, es muy momentánea, porque también uno empieza a pensar las consecuencias que puede tener eso. Luego de haberse descargado no se olvidan del tema, se quedan ahí pegados esperando ver qué efecto tuvo, imaginando posibles respuestas, y nos deja una sensación interna sumamente negativa: no resolvimos nada, descargamos y en ese momento nos sentimos fantásticos, pero a los dos segundos ya aparece otra vez la bronca, la persecución, la insatisfacción y los sentimientos negativos”.
Podría incluso pensarse que mandar un mail en el que uno se desahogue no tiene nada de malo, ya que es privado. Pero Marchena lo desaconseja y propone ser muy cautelosos también en este sentido.
Lo mismo ocurre con el descargo de furia a nivel masivo, incluso en situaciones en las que uno está convencido de estar en lo correcto, como cuando se es estafado por una empresa de servicios. Si bien el reclamo público puede ser acertado, no siempre lo es la violencia que lo acompaña: “Pobres, yo los vuelvo locos a los que contestan en Twitter, porque responden rápido y te solucionan el problema, sobre todo las compañías de celular e Internet. Los escracho porque es la única manera de que me solucionen las cosas. Pero más de una vez los insulté y después me sentía mal y terminaba pidiendo perdón, diciéndoles que ellos en realidad no tienen la culpa”, confiesa Jaqueline Fernández.
Muchas veces, el hecho de estar tras un monitor hace que lleguemos a niveles de violencia que no sostendríamos cara a cara: “El anonimato y la virtualidad facilitan una descarga que no responsabiliza al sujeto. La persona no se siente con responsabilidad subjetiva, es equivalente la analogía a lo que ocurre con un barrabrava, donde la masa de sujetos hace que el individuo desaparezca y que nadie se sienta responsable de la violencia producida. Las redes sociales me parece que tienen en esa especie de potenciación que genera la cadena de contactos, una desresponsabilización del efecto que produce el mensaje, es como si el mensaje no tuviera sujeto que la enuncie”, reflexiona Juan Eduardo Tesone, médico psicoanalista de APA. Además, no siempre se miden las consecuencias de desahogar furia en Internet ni se termina de tomar conciencia de que el perfil en las redes construye una identidad y una reputación virtual, en la que cada tuit o post suma para que los demás se hagan una idea de quién es uno. Si el nombre propio solamente queda asociado a quejas, insultos y descargas de ira es muy probable que su reputación pueda verse dañada.
Daniel Monastersky, abogado especialista en delitos informáticos y en protección de datos, así lo entiende: “El 92% de las empresas que hacen búsquedas laborales > al candidato. Calculo que nadie quiere como empleado a una persona que se queje de todo. No te van a decir que no te quieren por eso, pero evidentemente lo van a tener en cuenta dentro de los ítems para llamar a una entrevista a una persona. Hoy vos sos lo que Google dice que sos, ¿quién va a querer tener algún tipo de relación, ya sea personal o profesional, con alguien que se refleja que es de esa manera?”, se pregunta.
En definitiva, la descarga de ira en Internet parecería traer más perjuicios que satisfacciones. Y probablemente, la clave esté en entender que, como dice Díaz Lima, es imposible transmitir un mensaje mediante la violencia, sea de la índole que sea: “La comunicación violenta no comunica conceptos, comunica violencia. El contenido del mensaje desaparece, lo que se está haciendo es como dar un golpe y el otro responde con otro golpe, nunca nos vamos a llegar a entender, porque lo que desata la comunicación violenta es violencia”. Si incluso teniendo esto en cuenta aflora un impulso violento, los expertos consultados recomiendan demorar la respuesta: irse a caminar, darse una ducha, contar hasta diez o incluso escribir un mail, sí, pero no mandarlo.
Si al otro día uno sigue estando de acuerdo con el contenido, ahí sí, enviar, sin necesidad de echar mano a los treinta segundos de changüí que ofrece Gmail. Y no olvidarse, nunca, de que hay actitudes imposibles de volver atrás: la palabra escrita es muy difícil de borrar, no solamente de Internet, sino también de la memoria y la pupila del agredido.
LA NACION