25 Nov Fernando Cáceres, a seis años del robo que lo dejó en silla de ruedas: “No tengo rencor”
Por Marina Zucchi
“Me dicen siempre: ¿Te preguntaste alguna vez por qué a mí? Y yo respondo: ¿Y por qué a mí no? Lo que pasó, pasó, y no puedo echar culpas. Quizá los chicos que me pegaron el tiro no encontraban otra salida. Quizá fueron a buscar durante la semana muchos trabajos y no los consiguieron. Entonces decidieron hacer algo que les quedaba mucho mejor. Ahí tal vez les hice un favor y aparecí yo. No hay rencor. Son cosas que suceden. Ya está”. Fernando Cáceres no tiene tiempo para odiar. A seis años del aquel asalto cuyo balazo le perforó la base del cráneo y lo dejó en silla de ruedas, fundó un club de fútbol. Ni Atlético, ni Deportivo, ni Sportivo. El nombre de la institución se resume en cuatro letras: FCFC, Fernando Cáceres Fútbol Club.
El archivo periodístico está plagado de páginas de Fernando tanto en la sección “Deportes” como en “Policiales”. Las crónicas deportivas lo pintan como un “león” que cortaba el avance rival con el último hilo de aliento. Hasta que un día, dice, “esa cabeza que frenaba siempre pelotas, paró una bala”. Corría el 1° de noviembre de 2009 y en Ciudadela el defensor se deslizaba bajo la lluvia con su BMW. Un automóvil Siena con cuatro delincuentes lo interceptó. El balazo le produjo la pérdida de su ojo derecho y le perforó la base del cráneo. Desde entonces, una lucha descomunal, de meses y años.
Hoy, nada de tristeza: cientos de chicos de entre 8 y 24 años llegan a un predio de La Matanza para que “El Negro” los encamine en el juego más hermoso: “Uno intenta guiarlos, después la decisión es de ellos. Pasa que no se dan cuenta del potencial que traen. Tratamos de refinar o poner calidad a lo que hacen, todo lo traen ellos”. “El proyecto surgió entre amigos y familiares, como una rama más”, bromea. ¿Una rama más? “Está la rama de la vagancia, la rama de la drogadicción. O la rama del fútbol. Nosotros agarramos a los chicos que tienen ganas de fútbol. Los más grandes juegan en la Liga de Luján. Tengo suerte de que en La Matanza hay cualquier cantidad de chicos, y hay gente que sabe verdaderamente jugar. Quisiéramos que los vean los directivos o algún técnico de algún equipo. Y que se los quieran llevar”.
Cáceres no se pregunta qué habría sido de su destino si en 2009 no hubiera regresado de España. Ni si esa noche de noviembre hubiera escuchado el consejo de su madre de “no salir”. Prefiere pensar que hay lugares por los que uno tiene que pasar para llegar a otros, como este predio de Ciudad Evita, cedido por la gobernación de la Provincia, en el que decenas de chicos hoy lo escuchan: “Yo estoy en mi habitación solo y nunca jamás me salió la bronca por lo que pasó. Nunca. Nunca. Tampoco seguí la historia de los ladrones. No sé qué pasó con ellos, ni qué será de su vida, ya no me interesa”.
Nació en San Isidro, 46 años atrás, como el menor de seis hermanos. Sus padres, chaqueños, Juan y Ramona, se mudaron a la villa Carlos Gardel de El Palomar y en la escuela 104 empezó la vida futbolera de Fernando. Las imágenes mentales lo emocionan: un club de Villa Luro primero, otro de Devoto, una prueba en Argentinos Juniors, la Primera, la Selección juvenil y la mayor. “Se me pasó todo rápido”, juzga. Defensor central, debutó en Argentinos Juniors en 1986, llegó a River en 1991, y hasta 2006 paseó por Zaragoza, Boca Juniors, Valencia, Celta de Vigo, Córdoba e Independiente. Todavía se emociona cuando recuerda pasajes de esa intensa vida futbolística, que incluye 24 partidos oficiales en la Selección argentina, una Copa América (1993) y la tristeza del Mundial de los Estados Unidos (1994) en el que Diego Maradona quedó suspendido por un control antidoping positivo. Padre de cuatro hijos (tiene, además, dos nietos), creyente “lo justo y necesario”, pide que “si leen esta nota, que nos ayuden las empresas grandes. La idea es darle comodidad a los chicos. Si llegamos a subir al Argentino C, ya hay viajes, esas cosas y tenemos que tener recursos”, explica.
Su increíble historia de superación también comprende una revancha en el amor. “Con Ingrid tuvimos una historia, un día la reencontré 20 años después, y hoy es mi gran compañera. Destaquen en la nota a Ingrid”, pide. Ahora Cáceres descubrió una pasión distinta sin tener que transpirar. “Llego a casa y trato de leer. Me incliné por la psicología social. Voy a la librería, busco. Me gusta saber sobre manejo de grupos, liderazgo. Me gustaría volver a estudiar, pero soy muy burro”, lanza la carcajada.
¿Sueños? “Mis sueños son dos”, dice como si fuera ese Maradona tierno del primer video de la historia. “Primero, sueño con caminar. Estoy haciendo rehabilitación en una pileta de natación todos los días. Si logré lo que logré hasta ahora sin parar, quién te dice que no se cumpla. No hay fechas. Después, sueño llevar el equipo hasta el Nacional B. Una locura. Pero se puede dar. Tengo jugadores interesantes y no creo en imposibles”.
CLARIN