Entre Ríos en clave verde

Entre Ríos en clave verde

Por Cristian Sirouyan
En sintonía con los objetivos integracionistas del Mercosur, un ambicioso proyecto vial sepultó la desgastada y angosta traza de la ruta 14 y, en su lugar, dejó a la vista la autovía de dos carriles por mano, un camino bastante más cómodo para recorrer el litoral oriental de la Mesopotamia. Con la obra concluida se acortaron los tiempos de viaje y el tránsito dejó de ser un suplicio para los conductores, pero conviene pasar por alto esos beneficios proporcionados por la nueva fisonomía de la cinta asfáltica. Como para desacelerar y bajar un cambio. Los verdes intensos, desperdigados sobre las insinuantes lomadas de Entre Ríos, sugieren siempre un paseo, una forma relajada de absorber con los sentidos ese cautivante entorno natural siempre presente.
El paisaje exuberante se planta cara a cara con el sereno semblante del río Uruguay en los 340 km que separan Ceibas –en el sur– con el arroyo Mocoretá, un tajo casi imperceptible que marca el límite con la provincia de Corrientes. La permanente impresión de cercanía toma cuerpo una vez que el vehículo deja atrás Zárate, atraviesa el doble puente sobre los brazos del río Paraná y completa el cruce de la isla Talavera. La naturaleza empieza a encandilar con su interminable secuencia de postales luminosas desde los costados de la banquina. Pero muy pronto los cruces con la gente arraigada en este tierra añade una carga de cordialidad a esa sensación de proximidad que relaja el espíritu.
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El entrerriano franquea el paso de los visitantes, convencido de su rol de amable anfitrión, dispuesto a revelar los rincones más indicados para pescar, sugerir sitios insoslayables para conocer o señalar el rumbo preciso que conduce hasta los expertos cocineros de platos típicos.
La provincia teñida de verde y generosamente regada por una madeja de ríos, riachos y arroyos es un cuadro deslumbrante, anticipado en el vistoso panorama que, antes del despegue de la ruta 14, recorta la ruta 12 en sus 12 kilómetros desde el paraje Brazo Largo hasta Ceibas.

Primera escala
A 23 km hacia la derecha de la ruta 12, metido como una cuña mínimamente urbanizada en la inmensidad agreste del delta, Villa Paranacito es la antesala minúscula y coqueta para abordar Entre Ríos por su portal sur. Un puñado de turistas embarcados, empujados hasta aquí por la pesca, la nuez pecán y la miel orgánica, se dejan llevar por la suave correntada del arroyo Sagastume Chico. Desde la orilla, los botes a remo son cortejados por hileras de cipreses calvos, de los que se descuelga una ruidosa multitud de pájaros.
En ese paseo, cada tanto se dejan ver los isleños aunque al principio marcan distancia. Los distingue el sombrero de paja, la camisa aferrada al pantalón por una faja de lana ajustada a la cintura, botas de goma y una cuchilla lista para cuerear nutrias o carpinchos. Detrás de esa imagen capaz de amedrentar a todo aquel que se acerque se escuda gente hospitalaria, dueña de una bondad más afín con otros tiempos.
Por eso, cualquier recorrido por este laberinto de aguas –teñidas de verde y marrón por el follaje sobreprotector– dispensa una reconfortante seguidilla de saludos, seguidos de alguna invitación a matear.

KM 56 GUALEGUAYCHU
Agazapada en el exacto punto donde se enlazan los ríos Gualeguaychú y Uruguay, la ciudad de Gualeguay- chú y sus pobladores no esperan la hora señalada de la fiesta mayor –motorizada por carrozas, bastoneros, lentejuelas y batucadas– para disfrutar de los atractivos que los rodean. A cinco meses de estallar el Carnaval más promocionado del país, se disfruta sin ansiedades de un privilegiado entorno natural, que alcanza su mejor expresión en el parque Unzué.
La arrasadora popularidad de las comparsas de Gualeguaychú en lejanas latitudes desdibuja la fuerte atracción que ejercen sobre los turistas los dos complejos termales de la ciudad. Otra sorpresa la proporciona Dacal, el restaurante más antiguo de Gualeguaychú, apoyado en sus mejores argumentos: empanadas de surubí y roquefort y el surubí al verdeo. Tras esa inestimable caricia al paladar se ven aún más atractivos: la Reserva Unzué, la pérgola de la Costanera y la playa Ñandubaysal.

KM 125 CONCEPCION DEL URUGUAY
Ocho monumentos históricos –entre ellos, el imponente Palacio San José–, son hitos clave del pasado de Concepción del Uruguay, la provincia de Entre Ríos y la Nación. En este itinerario, en épocas lejanas, resaltaban las figuras del caudillo Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza. Mientras tanto, los atractivos naturales, con el río, la playa y las aguas termales a la cabeza, mantienen su lugar preponderante aunque aquí comparten con el patrimonio arquitectónico los mayores motivos de orgullo de los 80 mil habitantes.
Se percibe con mayor nitidez cuando uno se dedica a admirar los brillos que conserva desde 1847 el Palacio Santa Cándida (a 9 km de Concepción del Uruguay) y se explica aún mejor durante la visita guiada al Palacio San José, a 30 km de la ciudad por la ruta 39. La antigua residencia de Urquiza es una ostentosa muestra de estilo italianizante, fusionado con líneas criollas que derivan de la arquitectura colonial introducida por los españoles.
El casco antiguo de Concepción del Uruguay se lleva de maravillas con esa aristocrática reliquia. Su perfil más moderno despunta en las cinco cuadras peatonales de la calle Rocamora, el Paseo de los Artesanos “Manos entrerrianas” y el salón de juegos infantiles Magic Kingdom. El río, a esta altura, juguetea con bancos de arena y la orilla, copada por el bosque.

KM 151,5 COLON
La ruta 14 apunta recta hacia el norte a su paso por Colón y en el horizonte, pintado de ocre por el sol del atardecer, se empiezan a dibujar las siluetas erguidas de las palmeras. Otra línea sin curvas se desprende hacia la derecha –la cinta asfaltada de la ruta 135–, para meterse en el corazón mismo de la ciudad. Enfrente de las piscinas termales, el río se muestra ahora como un remanso, removido de a ratos por veleros y lanchas de paseo, que roza con delicadeza el contorno de las islas de Hornos y Queguay. Este cuadro de absoluta calma se aprecia hasta el mínimo detalle desde el Parque Quirós, encaramado en la cima de una lomada que se eleva diez metros.
El recreo público y su mirador suspendido al borde de la barranca fueron imaginados en 1927 para sosiego propio y de sus vecinos por el abogado y político Herminio Quirós. Para que la obra concluyera de la mejor manera, dejó su proyecto en manos del paisajista Carlos Thays, que aportó su talento creativo para parquizar y ornamentar el terreno ocioso.
Por sobre las pérgolas, los jarrones de bronce y las figuras de piedra –se destacan las dedicadas a Cervantes, Víctor Hugo y Dante y leones alados que remiten a la mitología griega– bailotean las copas de araucarias, pinos, lapachos y palos borrachos.

KM 163 VILLA ELISA
El pulmón verde de Colón fue un anticipo de la réplica de la inspirada pintura al óleo que semeja Villa Elisa, esmerada en justificar su mote de “Ciudad jardín de Entre Ríos”. Oportunos, los brillos del sol resaltan los colores fuertes de las flores que abarrotan los bulevares. La atmósfera bucólica es una constante en todo el tejido del casco urbano, un sinfín de casas con cuidados jardines y plantas de toda forma y tamaño, cuyo esplendor se manifiesta en primavera.
Villa Elisa también se muestra espléndida a través del firme traqueteo del ferrocarril de 1907, que se desliza a 20 km por hora rumbo a Primero de Mayo y Puente Negro. Sembradíos de soja, patos y teros metidos en pantanos, corrales de gallinas, hornos ladrilleros y palmeras sueltas en la campiña –referencias de los sitios donde hubo o todavía se levanta una estancia– se suceden más allá del vagón.

KM 165 LIEBIG
Suspendido al borde del río Uruguay y a 22 km al este de Villa Elisa, el primer pantallazo de Liebig arroja una muestra de naturaleza que avanza sin obstáculos y arquitectura centenaria. La imagen es algo engañosa: pese a haberse despojado de todo su esplendor hace más de tres décadas, Liebig conserva la atracción de una codiciada perla escondida. El pulso de este puñado de viviendas de estilo inglés –levantadas a principios del siglo XX– lo marca el ameno encuentro de los vecinos en los jardines y huertas del fondo de las casas. Hasta allí conducen largos pasillos revestidos con baldosas, en un mágico trayecto que empieza en los zaguanes de entradas abovedadas y sin puertas.
En 1980, el cierre de la fábrica de extracto de carne Liebig apagó las chimeneas y silenció la profusión de ruidos que durante ocho décadas partían de esa mole, movida por gigantesacas máquinas y 3.500 empleados. Sólo quedó en el aire el agudo canto de los jilgueros.
Los lugareños, gente habituada a las charlas largas y sonrisa franca, se acercan con parsimonia a la playa después de cumplir estrictamente con el sagrado ritual de la siesta. Mientras procuran desentrañar el horizonte, esperan alzarse con el mejor presente, con el que, en forma de patí, dorado o surubí, suele premiarlos el río.

KM 198 PARQUE NACIONAL EL PALMAR
A 46 km al norte de Colón, la mayor concentración de palmeras yatay del país y un conjunto de selvas cerradas se alargan al borde de los ríos y arroyos afluentes del río Uruguay. En las 8.500 hectáreas del Parque Nacional El Palmar, las siluetas estilizadas de los troncos y sus crestas, fusionadas con los destellos del sol del atardecer, plasman una secuencia de imágenes a pedir de los fotógrafos más exigentes.
Ese derroche de estímulos para los ojos de los turistas acompaña las caminatas y cabalgatas por el sendero principal de 12 kilómetros y las huellas secundarias, que a veces también transitan zorros de monte, vizcachas y ñandúes, sobrevolados por miles de aves.

KM 250 CONCORDIA
A contramano de otros pueblos y ciudades de Entre Ríos, la figura de Justo José de Urquiza no monopoliza en Concordia el sitial de prócer. Una calle y una plaza testimonian la marca que dejó el ex presidente en estas latitudes, pero la memoria de los concordienses también reserva un lugar de privilegio para el caudillo oriental José Gervasio Artigas y Antoine de Saint-Exupéry. El autor de “El Principito” fue un inesperado visitante de la zona en 1930, cuando un desperfecto en el avión de correo aeropostal que pilotaba lo forzó a buscar un claro para aterrizar. Sus pies dieron con las lomadas que sostienen el castillo de San Carlos, en tiempos en que ese mirador del río Uruguay era una selva enmarañada.
Concordia estaba a años luz de la pujante ciudad actual, con tres centros termales y la gesta pionera de los colonos ya consumada –rigurosamente recreada en el Museo Judío–, aunque ya desde fines del siglo XIX atesoraba el señorial Palacio Arruabarrena, la indiscutible pieza mayor del casco histórico.

KM 296 FEDERACION
La historia de Federación y su gente (partida en dos con la puesta en funcionamiento de la represa de Salto Grande) agita la memoria colectiva y una pátina melancólica recubre la ciudad moderna, una réplica bastante diferente de la original, aunque prolija y forestada a discreción. Cada atardecer, con puntualidad inglesa, los pasos sin apuro de decenas de vecinos –equipados con mate y termo bajo el brazo– avanzan por los bulevares adornados con azaleas y la viboreante Costanera. Sus miradas, tarde o temprano, apuntan hacia los restos de la ciudad vieja, sumergidos en 1979 por las aguas desbocadas del embalse.
Pese a todos los claroscuros que marcaron a fuego el carácter de los federaenses, aquí también se respira un aire de esperanza, generado por el influjo del parque termal, cuyos vapores se elevan hacia el cielo en un predio arrinconado entre el norte de la ciudad reconstruida y la enésima curvatura del lago. Familias enteras desatan allí su alegría a puro grito y charla, movidas por las caricias que reciben de las aguas cloruradas, bicarbonatadas y sódicas.

KM 329 CHAJARI
La última parada del circuito que la ruta 14 desanda en complicidad con el río Uruguay se trata de una seductora réplica de las ciudades termales de Entre Ríos, con la salvedad de que nada se compara con el intenso masaje que prodigan las aguas de una cascada artificial. Bajo ese torrente a 38 grados de temperatura, los cuerpos se entibian y recuperan la energía.
Ese rato de placer merece completarse con un recorrido por los reductos de los primeros colonos italianos. Sus herederos honran la gesta de los pioneros poniendo sobre la mesa sus mejores cartas: licores de cítricos, mermeladas y salames.
Llegado el momento de regresar, uno se descubre empalagado por la hospitalidad y el paisaje litoraleño, encendido al atardecer las últimas brasas del sol. Después, ya a oscuras, saldrán a escena los aromas que cubren de perfumes la margen del río, que dependen de la especie vegetal: sauce, ceibo, mora, álamo, fresno o casuarina. De yapa, el cielo deslumbrará con el fulgor de las estrellas, que en el firmamento entrerriano suelen tener asistencia perfecta.
CLARIN