29 Nov Don Quijote nos recuerda el valor de la justa rebeldía
Por Miguel Ángel Caminos
Siempre es oportuno volver a Cervantes, como lo es volver a Dante. O volver a Shakespeare. Son clásicos entre clásicos, que en otros tiempos formaron a generaciones enteras. En su época marcaron un punto de inflexión al renovar el idioma y, desde luego, la forma de hacer literatura. Cervantes encarnó la vanguardia de la novela moderna. Fue un transgresor, como lo fue García Márquez con Cien años de soledad. Cabe recordar una anécdota: cierta vez, ante el ostracismo de García Márquez, Cortázar le preguntó a Carlos Fuentes si sabía qué le pasaba. Fuentes le respondió: “Se recluyó para escribir el Quijote del siglo XX”. Se refería, entre otras cosas, a la idea de la novela total, en la cual desfilara la esencia misma de la condición humana.
En el complejo mundo actual, leer el Quijote equivale a realizar un ejercicio de reflexión. Ante tanta tecnología y tanto orden globalizado, con Estados que vigilan a las personas de a pie, una novela como el Quijote resulta indispensable. En el decir de Borges, inagotable. La historia y el personaje tienen mucho de resistencia contra el sistema, con asidero en una satírica locura. Por eso merece respeto detenerse en tantas páginas que retratan al protagonista. Su actitud díscola, pero digna, denuncia la supuesta normalidad que, paradójicamente, dio origen a un mundo enfermo. Y, quizá, cada vez más peligroso. A pesar del tiempo, la obra de Cervantes siempre está vigente.
Así habían pensado, en la propia España, los escritores de la Generación del 98, cuyo paradigma para salir de la crisis de entonces fue interpretar en clave el Quijote. Fruto de esto es el excelente libro Vida de Don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno. Junto con otros intelectuales, surcó el camino del llamado quijotismo, un ideario basado en la urgencia de provocar en los albores del siglo XX una revolución moral. El símbolo de los molinos de viento, en su versión, revivía antiguos fantasmas: la violencia y el autoritarismo.
Unamuno selló su posición quijotesca con célebres palabras: “Venceréis, pero no convenceréis”. Las pronunció mientras el falangismo echaba raíces y él, en un reclamo desesperado, buscaba libertad de expresión. ¿Acaso no resuena hoy el eco de esas palabras en cada rincón del planeta donde se instalan el poder y la corrupción?
Cuando hace 400 años Cervantes publicó la segunda parte del Quijote, en abril de 1615 (un año antes de su muerte, el 22 de abril de 1616), supo que en esa triste historia de humor a retazos el hidalgo y el escudero ya no le pertenecían. Ambos habían abandonado el libro, al mejor estilo pirandelliano, para eternizarse como un antídoto contra las injusticias y las desigualdades.
A cuatro siglos de esa publicación, don Quijote nos llama para que, en la actualidad, encontremos las señales de progreso en una justa rebeldía. Y, como dijo alguna vez Freud, en un sano escepticismo. La derrota del hidalgo cervantino enseña que, en tanto no abracemos el desafío de comprender la vida, sólo la muerte nos traerá alivio. Lo explicó muy bien Milan Kundera al escribir: “Don Quijote ha sido vencido. Y sin grandeza alguna. Porque, de golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla”.
Tal vez nosotros, seres de carne y hueso, debamos armarnos de paciencia y luchar contra los males de la sociedad sin tanto ruido. Luchar para comprender. Hacerlo a favor de la paz, la convivencia y la honestidad. Abrevar en el quijotismo de Unamuno que, con certeza, afirmó: “Seamos padres del futuro y no hijos del pasado”.
En efecto, el futuro de la humanidad es lo que importa. Evocar la ética de don Quijote sirve para proyectarlo, para despertar en los lectores el afán por reivindicar la libertad y, detrás del humor, advertir la profunda seriedad de una novela llena de sabiduría. Es válido entonces celebrar el tono paródico del Quijote cuando parece que el mundo se derrumba, ya que su utopía no tiene por qué ser nuestra condena al fracaso sino nuestra esperanza.
En el magnífico cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges sugiere que el lector es también el creador de la historia que lee. Tenemos derecho, pues, a crear nuestro propio Quijote del siglo XXI: el de la luz y no el del desencanto.
LA NACION