Constelaciones, una terapia que crece con la mirada en el pasado familiar

Constelaciones, una terapia que crece con la mirada en el pasado familiar

Por Sergio Di Nucci
Es, explican,otro modo de tratar el malestar. “Porque casi el 70% de los problemas psicológicos que afectan a las personas provienen de nuestra historia familiar, de algo que ocurrió y fue transmitido; por eso un síntoma en el presente tiene ver con las relaciones familiares.” Así lo afirman los principales cultores de un tipo de terapia que día a día suma nuevos adeptos en la Argentina y en el mundo. Se llama terapia de constelaciones familiares y hace pie en el pasado inmediato, pero también en el que no nos tocó conocer porque corresponde a nuestros antepasados.
“Mi hija despertaba a los gritos todas las noches”, cuenta Gabriel Dopazo, arquitecto de 40 años, de Monte Grande, “y con la terapia descubrí que tuve una tía que nació muerta. Ese pasado familiar oculto de algún modo afectaba el sueño y la vida de mi hija”, asegura a punto de entrar a su terapia de constelaciones, en Palermo.
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El alemán Bert Hellinger es el fundador de esta corriente terapéutica. Desde el Centro Latinoamericano Hellinger, con sede en el barrio de Caballito, explican que “esta terapia parte de otros rumbos: por ponerte un ejemplo, el niño, por amor ciego, adopta reacciones y soporta cargas que le dificultarán la vida de adulto. Constelaciones saca rápidamente a la luz la dinámica que causa el sufrimiento y, si se dan las circunstancias apropiadas, la corrige en el mismo momento”.
¿Qué diferencia a esta terapia de otras? La “extrema” rapidez: una constelación –que sería una sesión en la jerga psicoanalítica– dura de media a una hora. La persona es tratada pero la terapia alcanza al entero “sistema familiar, ya que cuando un elemento del sistema se mueve, todo se recoloca: lo que es preciso para hallar un equilibrio”, aseguran. Además, el trabajo grupal con un participante afecta al resto del taller, ya que son muchos los problemas y dilemas comunes a la totalidad de quienes asisten.
“Amor en orden”, llama la licenciada en psicología Laura Jazmín Gulí a su terapia con constelaciones, que inició 15 años atrás “en momentos en que aún no se conocía casi la palabra. Aquí, a Buenos Aires, llegó en el año 1999 la discípula directa de Bert Hellinger, la estonia Tiiu Bolzman, que comenzó a divulgar la terapia de constelaciones familiares en nuestro país, y de ahí se irradió a toda Latinoamérica. En 2000 comencé la formación con ella, en grupo, en una casa, porque desde luego aún no había sede. Y es impresionante cómo ha crecido el método en estos años”, dice a Tiempo.
¿A qué se debe esa propagación? “Para mí, porque ofrece soluciones, que son fascinantes y efectivas. Y también porque trajo innovaciones, como por ejemplo que aquí volvemos a hablar de alma, o de que reconocemos las almas grupales, o tribales, algo que en una época tan individualista dejó de reconocerse. O por el concepto que el origen de los síntomas se hallan muchas veces varias generaciones atrás. Por eso hablamos de terapia transgeneracional”, ilustra Gulí.
Una constelación es un acto, es decir, una terapia que se desarrolla en escenas que pueden parecer teatrales, con “actores”, que llaman “representantes”, y que ocupan los roles de la “víctima”, o sea del consultante, y de sus familiares. Uno hace de la persona que acude a la consulta, otro de su padre, y así. Se trata de que la persona vea representada la imagen del hecho generalmente desordenado que causó consecuencias dolorosas o de la imposibilidad que en el sistema familiar le hizo daño.
“Un caso que recuerdo mucho es el de una chica que era anoréxica –cuenta Gulí–. Y yo le dije que eligiera a un representante de la figura de su padre. Ella lo toca, porque así le transmite información de su campo morfogenético. Las personas andan como si estuvieran en un escenario, frente al resto de las personas que asisten al taller. Y allí se produce una primera escena diagnóstica: allí el que hace de padre se pone a mirar el piso, la señal de que está ante un muerto. Resulta que el papá había estado en la Marina de Guerra, en tiempos del Proceso. Y su hija percibía una relación cercana en él, una orientación a la muerte, una tendencia a desvitalizarse. Ella quería ‘desaparecer’, no comiendo, antes que su padre muriera. Le hice repetir la frase al que hacía de hija: ‘Preferí desaparecer yo en vez de vos, por amor ciego. Ahora veo y ocupo mi lugar de hija. Dejo esto con vos. Reconozco el lugar de estos fallecidos en mi corazón, los tengo en cuenta’’ Es que los síntomas siguen la línea del amor, que termina con la imagen de solución que se inscribe así en el consultante”.
En el barrio de Las Cañitas atiende el licenciado Alejandro Grunstein, que organiza encuentros grupales: “Se trata de tratar distintas disfunciones que se pueden estar manifestando en el plano físico, psíquico, emocional o espiritual. Y lograr que aflore y se muestre algo de la denominada ‘matriz inconsciente’, que por su propia condición no nos es accesible desde lo que denominamos la voluntad o la conciencia. Muchas veces, hay hechos que ocurren en el sistema familiar del que provenimos que son muy intensos, y no pudieron ser elaborados. Es una herida, un trauma que, de no tratarse, se irá transmitiendo a las generaciones posteriores. Por eso buscamos lo que llamamos ‘des-implicar’ a las personas: acomodar lo que pasó hace tiempo para que deje de pesar en el presente.”
Quienes llegan a estas “constelaciones” padecen problemas de un variado espectro. Los hay que tienen conflictos de pareja, o con los hijos, o con el sexo opuesto, con los padres o madres, hermanos, temas de adicciones, situaciones de violencia, etc., y refieren que los enfoques más tradicionales no las han ayudado a superarlos.
Magdalena, abogada de 40 años de Barrio Norte, prefiere no dar su apellido, pero ilustra: “Hice psicoanálisis y en el momento me sirvió. Pero ahora precisaba algo más experimental. Por eso vengo aquí. Para no hablar tanto y pensar más.” Cecilia Piqué es compañera de constelaciones de Magdalena. Joven profesora de Literatura, dice haber venido “por un desengaño amoroso. Hice mucho psicoanálisis, freudiano y lacaniano. Pero acá comencé a descubrir mi parte femenina, que no te podría explicar ahora porque ha sido un proceso con muchas dimensiones. Hace ocho años que asisto a esta terapia, y hoy no la dejo por nada.”
TIEMPO ARGENTINO