Cautivados por el río

Cautivados por el río

Por Laura Reina
Fabián de Martino se para sobre el deck de su casa e inspira profundamente con la mirada fija hacia adelante: “No hay mejor vista que ésta. Yo siempre digo que no tengo vista al río, sino sobre el río”, dice el dueño de la casa flotante que está amarrada en Yatch Club Buenos Aires de San Fernando. Fabián fue el primero en construir la casa, después de “flashear” con las que había visto durante un viaje a Ámsterdam.
“Cuando las vi pensé que acá podían funcionar con el Delta maravilloso que tenemos”, dice el hombre que dedicó casi toda su vida al comercio y a la importación hasta que, cansado de las trabas, decidió dejar de traer productos y empezar a importar ideas. “Recibo muchos mails por día de gente que quiere venir, conocer y tener una casa flotante. Todo esto del río despierta un bichito especial, hay una fantasía de escape, de libertad, de llevar una vida más natural. Es una experiencia única: realmente flotás. Estar en el agua te da paz, tranquilidad, armonía. Ganás en calidad de vida, es como si todo sucediera a un ritmo más lento”, describe el pionero del barrio que tiene cinco casas y otras dos a punto de ser botadas.
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Mariela Milano conoció el barrio flotante por una amiga, y siempre que puede, se escapa con sus hijas en busca de paz. Por ahora, se alojan en casa de ella, pero a futuro, asegura, el objetivo es poder convertirse en dueña. “Fue amor a primera vista -reconoce-. Vamos siempre que podemos, incluso intentamos ir en la semana con el tiempo lindo. Es descontracturante”, dice . Es abogada y practica kayak acompañada de su hija mayor.
Pablo Duarte, en cambio, prefiere la libertad que le da Esmeralda, su joya náutica estrenada en enero. Para Pablo, el río siempre fue de “otros”, hasta que decidió que también podía ser de él. “Recuerdo que estaba de vacaciones en la playa y desde la costa veía pasar los barcos y pensé ‘yo tengo que estar ahí, no acá’. Volví, hice el curso de timonel y me propuse tener mi propia embarcación para poder salir a navegar -recuerda-. Siempre digo que en otra vida habré sido capitán de barco, porque aunque jamás me había subido a uno, lo siento como algo muy natural.”
Hace ya algunos años que el río se volvió un polo de atracción y centro de reunión para quienes buscan llevar una vida más natural. Desde Berisso hasta Rosario, la costa ribereña recibe todos los fines de semana en los que asoma el sol gente que tiene como único objetivo vivir bien de cerca el río. Pero ¿por qué fascina tanto? Varias investigaciones hablan del bienestar que produce estar cerca del agua. Una de las últimas es la realizada por el biólogo marino Wallace J. Nichols, autor de Blue Mind, un libro en el que se propuso demostrar científicamente cómo estar cerca, adentro, sobre o debajo del agua hace a las personas más felices y saludables. “Venimos del agua. Nos pasamos nuestros primeros nueve meses de vida en ella. No podemos sobrevivir sin ella. Es por eso que, al estar cerca del agua, nuestro cerebro nos indica que estamos en el lugar correcto”, dice Nichols desde California, su lugar de residencia.
Para comprobar lo que era hasta entonces sólo una intuición, el propio Nichols se pasó meses mar adentro conectado a un dispositivo neuronal que medía sus reacciones ante diferentes estímulos. Y la experiencia la repitió fuera del agua. El resultado es que dentro del mar las mediciones se mantenían en un nivel de estabilidad mucho mayor que en tierra. “La gente reporta mayores niveles de bienestar cuando está en contacto con agua que cuando no lo está -afirma Nichols-. La vista, el sonido, e incluso el olor del agua nos afecta de manera sorprendente. Aunque las experiencias son personales, hablando de forma general, el medio acuático nos da un sentimiento de bienestar, relajación y estado creativo superior al que tenemos cuando no estamos en contacto con ella.”
De hecho el biólogo marino cita en su libro a Mappiness, una app surgida en el Reino Unido que permite “mapear” la felicidad contestando qué tan contento y relajado está el usuario. Después pregunta por el contexto: con qué personas está; si se encuentra en un lugar cerrado o abierto y qué actividad está haciendo. La app también puede grabar para medir niveles de ruido. Mientras la persona responde las preguntas -la app solicita dos veces por día la interacción del usuario- el GPS del teléfono manda vía satélite su ubicación. Finalmente, el usuario recibe una devolución de su “nivel de felicidad”. Lo cierto es que las personas dicen ser más felices al aire libre que puertas adentro, y dentro de las opciones de aire libre los lugares con agua (ríos, lagos, mares) aparecen en segundo lugar, apenas un poco por debajo de las montañas.
Estas informaciones e investigaciones no son ignoradas por los empresarios privados. Históricamente negado -la ciudad y sus alrededores le dieron por años la espalda- hoy el río gana protagonismo: los emprendimientos más importantes lo incluyen en sus proyectos dirigidos al público más selecto. Así lo confirma el arquitecto Alejandro Apa, que construye casas en barrios cerrados y countries de zona norte. “El verde sólo no alcanza. La gente quiere tener también una salida al agua, porque da idea de amplitud, visuales largas. El terreno con amarra se volvió un aspiracional de quien busca tener una mejor calidad de vida”, afirma.
El arquitecto cuenta que el 85% de los proyectos en los que trabaja actualmente tiene salida al río. “La competencia es grande y en esto de ofrecer más y mejores prestaciones, el agua ocupa un lugar importante. Si tiene amarra propia, la casa se revaloriza. Polo, golf y amarra son los amenities más solicitados -dice-. Si no hay terrenos con salida al río, se ofrecen espejos de agua artificial, como las cristal lagoons, que te dan la sensación de estar en una playa en el Caribe. Un terreno con salida al río -dice Apa- puede costar el doble de uno que no lo tiene. “Hoy son los más codiciados y los que según los desarrolladores hacen valer muy cara la tierra. Tener tu propia amarra es sinónimo de calidad de vida, de disfrute”, afirma el arquitecto.

Sol y… agua
Los dos últimos fines de semana, en los que el clima acompañó, el río empezó a llenarse de embarcaciones y gente dispuesta a disfrutarlo ya sea desde adentro, navegando o practicando algún deporte náutico, o desde afuera, en restaurantes o picnics dispuestos en la orilla. Claudia Francica, a cargo de Atelier Chez Lissie, el restó más antiguo del Delta, es testigo privilegiada de la postal primaveral que todos los años se forma cuando asoma septiembre.
“Los dos últimos fines de semana, en los que el clima acompañó, aumentó muchísimo el parque naútico -confirma Claudia, la hija de Lissie-. Ves a los más jóvenes haciendo wakeboard, a otros pasar en lanchas o embarcaciones de distinto tamaño; después están los que hacen kayak, o remo… Me encanta esta época del año, ver ese paisaje es un espectáculo en sí mismo. Como nunca antes, creo que la gente está disfrutando y viviendo el río”, opina Claudia, que recibe en su restó, que cumplió 60 años, a prácticamente tres generaciones de familias.
“Los padres de hoy, que vienen con sus hijos, son los mismos chicos que acompañaban a sus padres hace 25 o 30 años”, dice. Ella está al mando del restó que ofrece entre sus platos más emblemáticos los ravioles de pollo y verdura amasados de forma casera, o el pollito a la provenzal para los que reniegan de las harinas. “También hacemos dorado y pejerey a la parrilla, pero a pedido y cuando hay”, dice Claudia.
Juan de la Huerta llegó a Atelier Chez Lissie por recomendación de una amigo amante de la náutica… y el buen comer. Lo hizo, como casi todos los comensales, en su propia lancha, que adquirió luego de años de navegar a vela. “Disfruto el río desde chico, me gusta porque es el lugar en el que me relajo y puedo estar en contacto con la naturaleza”, destaca Juan, mientras disfruta del pollito a la parrilla y mira de reojo los ñoquis que degusta una de sus hijas. Juan es uno de esos fanáticos que sale aún cuando el clima no es tan benévolo como el de ahora. “Lo hago siempre, es mi manera de desconectarme”, asegura. Pablo Duarte, el flamante timonel y dueño de Esmeralda, tampoco esquiva el mal tiempo. Desde que tiene su “crucerito”, sale todos los fines de semana -incluso aunque llueva- con su mujer, Andrea Pacialeo. Pero el objetivo es hacerse una escapada durante los días laborables. “Desde que tengo a Esmeralda descubrí un mundo nuevo -asegura Pablo-. Es una sensación de libertad absoluta. Ponés la cabeza en cero, el olor, la vista te ponen de buen humor. El martes ya estoy planeando adónde vamos a ir. Ya hicimos viajes más largos, llegamos hasta Carmelo. Por suerte mi mujer es muy compañera, sino sería un problema”, reconoce Pablo.
En el Astillero Visión, de San Fernando, se respira un aire mucho menos distendido del que hay en abundancia en medio del Delta. “De acá a los próximos 30 días voy a estar ocupado siempre”, reconoce Fernando Candau, que se toma cinco minutos para explicar el boom de la náutica. “A la gente antes no se le ocurría que podía llegar a tener una embarcación, lo veían como algo muy lejano a sus posibilidades -reflexiona-. Hoy se da cuenta de que es mucho más accesible, desde 50 mil pesos tenés una embarcación y la verdad es que mucha gente se interesa, viene y averigua”, dice.
El astillero construye lanchas de 4,6 a 7 metros. “Son lanchas para uso familiar. Lo que más piden, aunque ya es otro precio, es que tenga baño porque si estás toda la tarde en el río el baño se vuelve fundamental”, cuenta Fernando, que también confirma que muchos le agregan heladerita, anafe, un horno y una camita donde poder tirarse a descansar.
Pero el Delta no es el único polo náutico que explotó en los últimos tiempos. En el sur, el Yatch Club Regatas La Plata tiene récord de parque náutico y el interés por asociarse está en aumento. Así lo confirma el comodoro Leandro Ronga, que cuenta que de dos años a esta parte hay plena ocupación de las 430 amarras disponibles en el yatch. “Hace un par de años había lugar, hoy no, tenemos que rechazar las solicitudes que nos llegan porque no tenemos más espacio físico -comenta-. Y también hay lista de espera en la guardería de lanchas. No sólo aumentó el parque náutico, sino que se renueva más seguido. No sé bien la razón de este boom, pero creo que la gente que tiene dinero y le sobra, lo inverte en cosas que le dan placer”.
Las vacantes para el curso de timonel también están completas: “Los 25 cupos se llenan ni bien se abre la inscripción”, asegura Ronga, que dice que los clubes del sur son bastante más baratos que los de Capital o zona norte. Allí. en Ensenada, se paga por única vez un derecho de amarra de $ 30.000 y luego una cuota de mantenimiento de $ 700 por mes, además de otros $ 400 de cuota social.
La costa de Rosario también vive su momento de esplendor. De un tiempo a esta parte la ciudad se puso de cara al Paraná, lo que atrae a los locales y cada vez más a gente de Córdoba y Buenos Aires. La temporada pasada unas 80 mil personas partieron desde la estación fluvial, ubicada a pocos pasos del Monumento a la Bandera, para pasar un día de playa en El Banquito de San Andrés, una pequeña isla frente a la ciudad. La temporada 2015-2016 quedará oficialmente inaugurada el sábado próximo, cuando se reanude el servicio de lanchas para cruzar ($85 ida y vuelta).
El cruce demora unos 15 minutos y ni bien se vuelve a pisar tierra firme (o arena calentita) se accede a los paradores, donde abundan servicios y actividades. Los que concentran mayor número de visitantes son Deja Vú (con un deck y dos terrazas que invitan a comer o tomar algo mirando el paisaje náutico), Sudestada (un restó-bar rodeado por un buen espacio arbolado y parrilleros) y Vladimir (que con 19 temporadas es el más antiguo). A lo largo de la playa se suceden varios paradores que renuevan propuestas y actividades cada verano. Pero quienes prefieren alejarse del ruido y la movida, pueden caminar hacia zonas menos pobladas y buscar refugio en algún metro cuadrado de los 3000 que hay de costa . Además, las islas, frente a la ciudad, empezaron a transformarse en una opción para alojarse y pasar la noche en un contexto de río pleno.
La movilidad y libertad que da una embarcación, Fabián de Martino dice que también la tiene con su casa flotante, que puede remolcarse a cualquier parte con un auxilio autorizado. De hecho, sus dimensiones (4 metros de ancho por 12 de largo y 4.8 de alto) responden a la medida estándar de todos los clubes náuticos del país. “Las casas en el agua pesan muy poco. Estamos por mover una al club de San Isidro para que la gente conozca el proyecto. La gran ventaja es que podés cambiar de entorno cuando quieras. Acá si te cansás del vecino o de la vista, te movés tres marinas a la izquierda o tres a la derecha y listo”, dice Fabián, el pionero del barrio flotante. La otra ventaja, destaca, es que son ecofriendly. “No contaminan, todas están equipadas con un biodigestor similar a un tanque del agua donde van a parar todos los desechos del baño. Allí se procesan y van al río limpios”, explica.
El costo de una casa flotante estándar, de 72 metros cubiertos y 33 descubiertos (entre terrazas y deck)ronda los 55 mil dólares. Su alquiler, por noche, unos 1100 pesos. ¿Los más interesados en pasar un fin de semana flotando en una casa? “Los extranjeros”, responde Fabián. Sin embargo, dice, son los locales los que se proponen vivir el río de forma más intensa, interactuar con y en él, y ser parte de la cultura ribereña con todos los códigos y complicidades que se dan cuando hay una pasión compartida. “En el río la gente acostumbra a saludarse, a ayudarse. Es un ambiente muy parecido al que uno encuentra cuando va al interior, sólo que estás a 30 minutos de la capital -dice Fabián-. Es un espacio de socialización donde todo se ralentiza, donde no hay apuros ni horarios. Y muchos destacan la seguridad: el agua es un ambiente donde casi no existen robos. Por todo esto creo que la gente empezó a redescubrir el río.” Cada quien, a su manera.
LA NACION