23 Nov Ayudar a curar las heridas del alma después de una catástrofe
Por Leandro Milán
Carlos Sica nació el 1 de julio de 1946, en el barrio porteño de Almagro. Su padre Enrique Sica falleció a los pocos meses de su nacimiento por lo que su madre, Fortuna Bengualid, debió hacerse cargo de su hermano mayor Alberto y de él desde muy joven. Cineasta, mediador, psicodramatista y psicólogo social, Carlos es por sobre todas las cosas un ayudante por vocación. “Si bien mi primer estudio fue para ser cineasta, todo lo que aprendí en la vida lo pude usar después para ayudar a la gente. Yo me recibí de psicólogo social en 1982 en el Instituto de Ciencias de la Información (I.C.I.), la segunda escuela que se fundó en el país, pero antes había estudiado cine con Oscar Gamardo, un cineasta argentino que estuvo 5 años en la escuela de Lodz en Polonia, y gracias al cine aprendí que con los pacientes el arte puede ser más reparador que la ciencia”.
Carlos le da una larga bocanada a su pipa antes de responder cualquier pregunta. Como si con cada nube volvieran a su mente los recuerdos de su infancia más temprana, aquella en donde él asegura que nació su vocación por la ayuda social. ” Como mi mamá siempre quiso darnos todo, no tuvo problemas en dejarme ir con la colonia de vacaciones a Necochea cuando yo tenía 9 años. Aunque estaba muy feliz por el viaje, también estaba triste por separarme de ella y de mi casa, por lo que cuando partió el tren yo me quedé mirando por la ventana hasta que ella despareció a lo lejos. En ese estado de sensibilidad absoluta fue que vi el patio del hospital Moyano, y pese a que en ese momento no entendía que eran personas con problemas psíquicos, yo sabía que estaban sufriendo y quería ayudarlas”, resume Carlos y agrega: “18 años después, mi maestro de cine, Alfredo Mofad, empezó un proyecto en el Borda y yo me sumé. Desde ese momento que nunca mas me fui del área la salud mental, abandoné la carrera de cineasta y empecé a estudiar psicología social.” Tras culminar sus estudios, Carlos fundó la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina (APSRA) y comenzó a preocuparse por las falencias que nuestro país tenía en aquel campo. “Fue en 1991 cuando me di cuenta de que ante cualquier situación de desastre, o accidente grave, no había quién se ocupara de la contención emocional de las personas afectadas. Podían llegar los bomberos, la policía y los médicos, pero había toda un área que no estaba siendo contemplada que era justamente la psicoemocional, una de las más golpeadas durante una desgracia.”
Fue en aquel marco de preocupación que Carlos Sica decidió crear Emergencias Psico Sociales (E.P.S.) entidad que reúne a un grupo de psicólogos recibidos y de voluntarios que se encargan de brindar contención emocional en los primeros momentos de una tragedia. “Al principio éramos un gran grupo de colegas que teníamos más o menos una idea de lo que queríamos hacer, pero como no había antecedentes en ningún lado del mundo de una experiencia así, tuvimos que arrancar de cero”, explica Carlos y añade: “El único material que conseguíamos era de psicología de la guerra, pero se enfocaba más en el estrés postraumático después de un conflicto, no había nada que hablara de la contención durante el evento, con lo cual tuvimos que arrancar con las teorías de Enrique Pichon Riviere ( el creador de la psicología social argentina) y las técnicas de terapia de crisis de Alfredo Moffatt”.
Tras 23 años de funcionamiento y habiendo estado presente en las principales tragedias nacionales como: AMIA, Cromañón, la voladura de la fábrica militar en Río Tercero, las tragedia de LAPA, las inundaciones y el accidente de Once, entre otras, el E.P.S. adquirió sus propias técnicas y se volvió parte fundamental en la respuesta a situaciones de crisis. “A partir del 21 de mayo de 1996, fuimos declarados como entidad auxiliar de Defensa Civil de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, así que somos reconocidos nacional e internacionalmente como un equipo apto para estar en los lugares donde suceda una tragedia”, cuenta con orgullo Carlos. También recuerda algunas anécdotas de los primeros momentos de la organización. “Cuando nosotros estábamos armándonos, sucedió el ataque a la embajada de Israel (marzo de 1992). Si bien todavía no éramos una institución reconocida, fuimos para allá los que conformábamos E.P.S. y estuvimos con las víctimas. Ahí entendimos lo importante que era estar presentes, estaban los mé- dicos y los bomberos para curar las heridas fí- sicas, pero éramos los únicos que estábamos ahí para curar las heridas del alma.”
Aquellas heridas del alma, son lo que se conoce en psicología como traumas, que muchas veces si no son sanados a tiempo pueden derivar en problemas psicológicos graves a futuro. “Cuando un hecho traumático irrumpe en la vida de una persona y la conmociona emocionalmente, son muy importantes esas primeras horas o esos primeros días. Quedan totalmente shoqueadas y lo importante es poder brindarles una contención emocional que les permita recuperar el equilibrio emocional y fundamentalmente prevenir que después no tengan las secuelas posttraumáticas que culminan en tratamientos psicológicos”, explica Carlos. Y aclara que “lo que hacemos nosotros no es un tratamiento psicológico. En una tragedia las personas están muy alteradas, pueden procesar mucho a través del llanto, de la bronca, de la desesperación, todas conductas normales en ese contexto. Hay que dejar que la persona libere sus emociones.” Para ayudar a liberar las emociones sentidas y no contenerlas, Carlos Sica y el equipo de E.P.S. desarrollaron un protocolo de intervención que ya ha comenzado a replicarse en varias ciudades del mundo.
“El protocolo de intervención son 4 etapas. Una primera etapa, que es las más sensible y la más importante, que es producir el encuentro y el vínculo entre el asistente y el asistido, lograr que la persona sienta que estamos ahí realmente sosteniendo y conteniendo pero sin invadir. Después viene la segunda etapa que consiste en propiciar que hagan catarsis, se desahoguen de las emociones retenidas. Si se trata de dolor que lo liberen a través del llanto, si es bronca a través del estallido. La tercera etapa es la de la verbalización, en donde los inducimos a que puedan poner en palabras todos los pensamientos y sentimientos que afloraron en ellos desde el primer minuto en que se enteraron del hecho, y por último, donde ya se va cerrando la intervención, es el proyecto, una etapa en donde se les consulta sobre qué van a hacer a futuro. Si la persona te puede detallar los pasos que va a dar, eso indica que ya se para sobre sí misma y puede continuar su vida.” Lo más interesante de E.P.S. es que a través del tiempo y la experiencia, fueron confirmando que si hay una adecuada contención emocional en los primeros instantes, las secuelas traumáticas se reducen al mínimo. “La gente te dice que no llores, que no te enojes, y eso es lo peor que pueden hacer. Hay una desinformación absoluta con respecto a la liberación de las emociones. Lo ideal es desahogarse y evitar que todo eso que nos duele y nos molesta quede adentro generando problemas psíquicos y físicos. Nosotros acompañamos al paciente en esa liberación para evitar problemas más severos a futuro.”
En estos 23 años Sica y su equipo de psicólogos sociales ayudaron a atravesar el dolor a cientos de personas en toda la Argentina. La organización que estuvo presente en las principales tragedias de las ultimas décadas ya se replica en varios puntos del planeta y ha demostrado la misma efectividad que la vista en nuestro país. Un país con defectos y virtudes, pero que aún hoy demuestra ser el primero en llevar la generosidad a todos los campos de la sociedad.
LA NACION