Auge y caída de la reina de la belle époque

Auge y caída de la reina de la belle époque

Por Nora Bär
El trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel permite adivinar lo que vendrá: una ciudad tapizada de plantas, a caballo entre el Mediterráneo y las colinas bordadas de casitas que, vistas a lo lejos, parecen de juguete. Todo muy alejado del terremoto en la costa del Pacífico?
Este centro de 500.000 habitantes, que en verano llega a los 2.000.000, es conocido por su microclima privilegiado, que nunca alcanza temperaturas extremas, y que en primavera y otoño permite esquiar en los montes cercanos y luego bañarse a la playa, todo en el mismo día. Cruce de caminos y sitio estratégico desde la antigüedad, recibe anualmente convenciones industriales y reuniones médicas (ayer comenzó el Congreso Europeo de Retina, que atrae a oftalmólogos de todo el mundo). Pero lo que ya pocos recuerdan es que en estas callecitas de influencia italiana, donde residió y pintó Matisse entre 1917 y 1954, también vivió una mujer que fue el símbolo de la belle époque: la “Bella Otero”.
cultura
Carolina Otero, una “diosa” que cautivó a reyes, politicos y magnates, había nacido en el fango, el 8 de noviembre de 1868, en Galicia. Aunque la leyenda cuenta que fue hija de una princesa gitana y un militar griego, la verdad es que se llamaba Agustina Otero Iglesias, y vivió una dura infancia en un hogar en perpetua alarma económica.
A partir de testimonios orales y escritos en antiguas publicaciones nos enteramos de que, después de pasar un año recuperándose de una brutal agresión sexual cuando recién ingresaba a la adolescencia, se va de su casa, cruza la frontera hacia Portugal en una agrupación circense ambulante y consigue trabajo como bailarina de café.
A la manera de Edith Piaf, la vida de la Bella Otero supera las tramas novelescas. A los 20 años está en Barcelona, donde un banquero “enloquecido por su belleza” insiste en llevarla a Francia prometiéndole un éxito resonante. Carolina lo abandona casi de inmediato en Marsella para viajar sola a París, donde cambia el rumbo de su destino: embruja a amantes acaudalados desde las tablas del Folies Bergère y baila en casa de millonarios y diplomáticos. De allí en más, es la fama y la gloria. Se codea con presidentes y con la crème de la crème de la realeza europea y rusa, y cautiva a todos a tal punto que, afirma la leyenda, no falta el amante que le ruega de rodillas: “¡Arruíname, Carolina, pero no me abandones!”
En restaurantes de la ciudad luz causan sensación las “supremas de lenguado a la Otero”. En Nueva York, llega a cobrar mil dólares (de 1890) la función. Tras conocerla, José Martí le dedica unos versos: “¿Cómo dicen que es gallega? Pues bien, dicen mal: es divina.”
De regreso en Europa, se hace noticia en los diarios por el suicidio de dos de sus pretendientes despechados. Celebridades como Gaudí, el conde Güell, Gustavo Eiffel y quien sería luego Eduardo VII se cuentan entre sus amigos íntimos y amantes. También, Mata Hari e Isadora Duncan. Colette, que la retrataría en sus escritos, la describe como una mujer con un rostro que califica de obra maestra. María Félix la personifica en un film sobre su vida.
Pedro Orgambide, en una novela histórica que lleva su nombre (La Bella Otero, Sudamericana 2001) la llama “la reina plebeya del varieté”. Según cuenta, llega hasta Buenos Aires atraída por el socialista Manuel Ugarte y el conservador Benito Villanueva, y se presenta en el Teatro Nacional de la calle Corrientes, el 29 de agosto de 1906. Una nota firmada por Arturo Giménez Pastor refleja las alternativas de su visita en las páginas de la revista Caras y Caretas,: “Su llegada a estas tierras ha constituido un acontecimiento sensacional (?) ¡Qué espectáculo el de su estreno! ¡Cosa estupenda!”
Pero en medio del frenesí de la vida loca, la fortuna se le esfuma como el agua entre los dedos luego de caer en la ludopatía. A los 42 años, física y mentalmente arruinada, se establece aquí en una modesta pensión. Sale sólo para hacer las compras y para caminar trabajosamente hasta la Promenade des Anglais, donde se sienta en un banco a tirarle migajas a los pajaritos.
La Bella Otero vivió 55 años en esta ciudad, Niza, que hoy nos parece inmersa en una eterna primavera. En abril de 1965, su muerte pasa inadvertida y, según consignan testimonios de la época, su herencia asciende a 130 francos.
LA NACION