Arles, entre la herencia de Roma, los toros y Van Gogh

Arles, entre la herencia de Roma, los toros y Van Gogh

Por Eduardo Pogoriles
Muchos se preguntan de dónde viene la magia de Arles, esa pequeña ciudad del sur de Francia –en la región de Provence– donde conviven las culturas más dispares. Por algo se dice que Arles tiene vocación de encrucijada de caminos. Esa luz y esos cielos deslumbraron al pintor Vincent Van Gogh a pesar de un viento helado, el Mistral, que sopla cuando quiere. A lo mejor todo se explica porque Arles tiene un poco de espíritu gitano y campesino, más otro poco de París. Acaso el enigma se oculta en los colores, en el rojo de las capas de los toreros, el verde de los olivos, el violeta azulado de los cercanos campos de lavanda. Otros creen que todo se explica por la belleza de las mujeres. En ellas se inspiró hace más de un siglo el poeta Alphonse Daudet y luego el músico George Bizet para componer “La Arlesiana”, una conocida ópera. En ellas se inspiró también el modisto Christian Lacroix –uno de los hijos célebres de Arles– para saltar a la fama en la década de 1980 con el diseño de una creativa minifalda, inspirada en el vestido tradicional de las arlesianas, apenas cortado por encima de las rodillas.
Sin duda, los restos de la arquitectura romana tienen su encanto. Es que aún están en pie el teatro y el gran anfiteatro –parece una evocación del Coliseo–, construidos en la época de los emperadores Julio César, Augusto y Constantino.
La colonia romana de Arelate –la futura Arles– tenía entonces gran valor estratégico: estaba sobre la Via Aurelia, la ruta imperial que unía a Italia con España por el sur de la Galia romana. Además la ciudad era un buen acceso desde el sur al interior, porque Arles es un puerto a orillas del Ródano, el río que unos kilómetros más abajo desemboca en el mar Mediterráneo.
Necesariamente hay que pasar por Arles en cualquier viaje al delta del Ródano y la cercana belleza del Parque Nacional de la Camargue. Entre las 13.000 hectáreas de ese parque viven miles de flamencos rosados y otras doscientas especies de aves. En las lagunas, pantanos y salinas de la Camargue se crían los toros de lidia y los famosos caballos de la región, conocida también por sus cultivos de arroz. Por eso se dice que, más que una ciudad, Arles es una manera de ser.
“Qué bueno es navegar sin tregua hacia lo que uno desea, aunque no sea más que un sueño”, decía Frederic Mistral, el poeta que a finales del siglo XIX tanto hizo para rescatar la lengua provenzal. Desde 1909, una estatua homenajea a Mistral en el corazón del casco antiguo de Arles, la Place du Forum , donde aún se ven algunas columnas del Foro Romano, que era el centro administrativo y económico de la colonia romana. En un ángulo de esa misma plaza sigue en pie el café retratado en 1888 por Vincent Van Gogh en su óleo “ Le café Le Soir”, donde, decía él, “una inmensa linterna amarilla ilumina la fachada y la vereda, también el pavimento de las calles, que toman un color violeta”. El gran pintor holandés vivió en Arles entre los meses de febrero de 1888 y mayo de 1889, cuando se fue a una clínica de Saint Remy de Provence.
En Arles pintó más de trescientos cuadros y por eso hoy existe un “itinerario Van Gogh”, que reproduce algunas de sus pinturas en los sitios que él retrató. Por caso, frente al anfiteatro o en el jardín del viejo hospital de Arles que hoy, reciclado, es el muy frecuentado Espacio Van Gogh.

De paseo por la historia
Hablando del perfil de las calles, la fisonomía de las fachadas de los viejos palacios del siglo XVIII y el aire de mar que llega desde el Ródano, el modisto Christian Lacroix escribió que Arles se toca y se respira. “Porque es popular e imperial, rústica y aristocrática, cristiana y pagana, modesta y orgullosa, clásica y tradicional, austera y barroca”, ha dicho Lacroix.
Hay muchas versiones de Arles. En la versión romana, merece una visita el teatro construido en el año 10 de la era cristiana, donde se sentaban diez mil personas. En la caminata no puede faltar el Museo Antiguo de Arles con sus restos arqueológicos, las Termas de Constantino, la necrópolis romana de Alyscamps y las construcciones subterráneas bajo la Place du Forum . En el anfiteatro romano, más conocido como “la arena” de Arles, hoy se hacen corridas de toros ante veinte mil espectadores. Con fuegos artificiales, exposiciones de arte y gastronomía, desfiles de andaluzas y toreros por las calles, el calendario tiene fechas clave: en abril con la Feria de Pascuas, en julio con las Fiestas de Arles y en septiembre con la Fiesta del Arroz.
En la versión medieval, Arles estaba en la Via Tolosana, camino de los peregrinos cristianos que iban al santuario español de Santiago de Compostela. Un testigo de aquellos tiempos es la iglesia de Saint Trophime, con su gran claustro y un portal que fascina por sus esculturas de estilo románico.
En la versión renacentista y neoclásica, Arles se luce en espléndidos palacios. Por caso, el edificio municipal construido en 1675 sobre planos de Hardouin Mansart, el arquitecto creador de Versalles. El palacio Laval Castellane aloja el Museon Arlaten , creado por Frederic Mistral para mostrar la cultura provenzal. El Museo Jacques Réattu atesora obras donadas por Picasso –entusiasta de la ciudad– en lo que fue el palacio de los Caballeros de Malta. En fin, del año 1755 es el palacio Quiqueran de Beaujeu, donde hoy funciona la Escuela Nacional de Fotografía, arte que la ciudad homenajea con un célebre festival anual en verano.
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En cualquier época del año, vale detenerse bajo los plátanos del céntrico Boulevard des Lices para tomar un café y vivir la animación del lugar, sobre todo el sábado, día de mercado. Y después andar por los senderos del Jardín de Verano hacia la calle Porte de Laure, donde abundan los restaurantes, hasta llegar al casco histórico de Arles y buscar el anfiteatro romano para perderse en los alrededores. Cerca de la calle Docteur Fanton, la Place Nina Berberova y la iglesia de los Dominicos, sorprende el moderno centro cultural de la editorial Actes Sud con sus salas de cine, librería y galería de arte. En esas calles silenciosas, andando hacia las viejas murallas de Arles, sorprenden las paredes con gárgolas medievales y algunas columnas romanas, encastradas entre las ventanas de un palacio renacentista. Es que Arles guarda en ese silencio, en esa calma, buena parte de su magia.
CLARIN