Amy Schumer, la mujer del año

Amy Schumer, la mujer del año

Por Natalia Trzenko
La nena debe tener 7 años. Le faltan unos cuantos dientes de leche y los definitivos pronostican ortodoncia en el futuro cercano. Pero nada detiene a la pequeña Amy Schumer . Ella quiere cantar frente a la cámara una de las canciones de Madonna. Y ahí está registrada para la posteridad su versión ceceosa pero tan apasionada de “Like a prayer”. ¿Quién hubiera dicho que poco más de veinte años después esa rubiecita desafinada iba a compartir escenario con la reina del pop? Ella seguro que no.
“No es un sueño hecho realidad. Éste es un sueño que ni siquiera sabía que tenía”, decía la comediante hace pocos meses cuando se preparaba para hacer su rutina como telonera de Madonna en el Madison Square Garden. Todo mientras casi en forma simultánea su película, Trainwreck, se transformaba en la comedia más taquillera del año, la nominaban al Emmy por su ciclo de TV y conseguía un contrato de ocho millones de dólares por escribir un libro de ensayos cómicos.

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Los logros de Amy Schumer impresionan y no porque se midan en millones (aunque esos números también sean contundentes), sino por lo que su voz aporta a la cultura popular. Ingeniosa, irónica e irrefrenable hasta límites que no muchos comediantes se atreven a cruzar, hombres o mujeres. Y ahí está la cuestión. En una industria del entretenimiento que presume de progresista y de mente abierta, pero que sigue dándole lugar a quienes se preguntan si las mujeres pueden ser graciosas, Schumer ataca el problema de raíz. Aunque eso signifique ponerse ella misma en el centro de la escena.
Primero fueron los escenarios de stand up, donde la rubia nacida en Nueva York en 1981 apuntaba todos los cañones a su figura: “En Los Ángeles mis brazos están registrados como piernas y mis piernas como troncos de madera”, y a su género: “Me llaman la comediante del sexo, pero si un hombre saliera a escena con su pene en la mano lo llamarían un pensador”. Luego le llegó la oportunidad de tener su propio programa de sketches en Comedy Central, un canal conocido por sus ciclos dedicados al humor más bien misógino, y ella aprovechó al máximo cada minuto que le dieron. En la segunda temporada (sábados, a las 0.30, por Comedy Central), un capítulo abre con Amy (todos sus personajes se llaman así) en el consultorio de una nutricionista de “las estrellas” que le propone las dietas más estrafalarias y repugnantes, y ante la resistencia de la paciente le grita: “¿Querés tener una tercera temporada de tu programa o no?” Otra escena muestra a un focus group en el que se le pregunta a varios hombres sobre el ciclo y ellos indefectiblemente trasladan la conversación a contestar si se acostarían con ella, para coincidir al final en que lo harían sólo “si nadie se enterara”.
En la tercera temporada el ciclo se volvió viral con un sketch protagonizado por Patricia Arquette, Tina Fey y Julia Louis-Dreyfus, reunidas para festejar el último día como mujer deseable de Dreyfus, y otro en el que un jurado de doce hombres -una parodia de Doce hombres en pugna- debe decidir si Schumer es lo suficientemente atractiva para estar en la TV. Unas bromas tan graciosas como precisas, comentarios descarnados sobre la experiencia femenina, el valor de la mirada masculina y la importancia de esos estándares en la vida actual. Incluyendo la política de rampante superficialidad con la que Hollywood trata a sus protagonistas femeninas. Una experiencia que Schumer tuvo que afrontar cuando a la hora de filmar Trainwreck -maravillosa comedia romántica dirigida por Judd Apatow que no se estrenará en la Argentina-, el estudio la puso a trabajar con un personal trainer que le recomendaba que para bajar de peso lo mejor era soñar con comida antes que comerla. Ella, que cuenta ahora con millones de dólares de recaudación en el banco, se reía y seguía comiendo, claro. Después de todo, a pesar de haber escrito el guión del film y de haberlo basado en muchas experiencias personales, nunca se imaginó que la elegirían para protagonizarlo.
“Una parte mía pensaba que me iban a decir: «Nos gusta el guión, así que Kate Hudson va a interpretar a Amy». No esperaba aparecer en la película”, contaba la actriz al tiempo del estreno del film y apenas unas semanas después de haber dado un discurso de agradecimiento por el premio que le concedió la revista Glamour, “pionera del año”, que la cimentó como una fuerza política, una activista feminista con mucho para decir.
“Después de leer un tuit ofensivo me dan ganas de gritar: «Ok, lo descubriste. No soy linda, no soy flaca. No merezco usar mi voz. Voy a empezar a usar una burka y a servir mesas en un restaurante. Toda mi autoestima está basada en lo que pueden ver». Pero luego pienso: «A la mierda con eso. (…) Yo decido si soy hermosa. Yo decido si soy fuerte. Ustedes no determinarán mi historia, yo lo haré. Hablaré y cogeré y amaré, y nunca pediré disculpas por los millones de miedosos que me odian porque no pueden hacerlo. Aquí estoy y soy fantástica para ustedes. No por ustedes. No soy la persona con la que me acuesto. No soy lo que peso. No soy mi madre. Soy yo misma. Y soy todas ustedes y se los agradezco.”
El video del discurso se viralizó en las redes. Una estrella había nacido y lo mejor y lo peor todavía estaba por venir.

El lado oscuro
En medio de los festejos por el éxito de su película, las nominaciones a los Emmy (obtuvo cuatro, ganó uno al mejor programa de variedades) y la preparación del especial para HBO que dirigió Chris Rock (se estrenará el 6 de noviembre en el cable local), uno de los costados más oscuros de la actualidad social norteamericana se cruzó en la vida de Schumer. El 23 de julio en medio de una proyección de Trainwreck en un cine de Luisiana, un hombre empezó a disparar a los espectadores asesinando a dos personas e hiriendo a unas cuantas más.
“No sé por qué este hombre eligió mi película para acabar con esas dos vidas y herir a otras nueve personas. Siempre nos enteramos de cómo el asesino consiguió su arma y todas las veces es de una manera que no debió estar permitida”, decía la comediante sin un atisbo de sonrisa en la conferencia que dio luego del hecho con su primo Chuck Schumer, senador por el estado de Nueva York, junto al que presentó una propuesta de ley para controlar el acceso a las armas. Uno de los temas más controvertidos y espinosos para los norteamericanos, y tópico usualmente vedado a sus figuras públicas siempre obligadas a ser lo más neutrales posibles para mantener el favor del público. Pero claro, esas restricciones, esas timideces bordeando en la apatía no van con Amy Schumer. Quien quiera oír que oiga, que de todos modos ella seguirá hablando: “Soy una mujer con ideas y preguntas, y muchas cosas para decir”.
Cuando parecía que no había mejor dúo de amigas en el Hollywood actual que Amy Poehler y Tina Fey, aparecieron Amy Schumer y Jennifer Lawrence para darles pelea. Es que además de tirarse flores en cuanta entrevista hacen por separado, juntas Schumer y Lawrence escribieron el guión de una película en la que interpretarán a dos hermanas. Los mismos roles que eligieron Fey y Poehler en su nuevo film, Sisters.
Claro que la amistad de las ex mujeres de Saturday Night Live lleva décadas y el vínculo entre la comediante y la ganadora del Oscar es bastante más reciente. Aunque no por eso menos fuerte.
“Le escribí un mail después de ver Trainwreck y le dije: «No sé por dónde empezar. Creo que simplemente debería decir que estoy enamorada de vos»”, recordaba entre risas Lawrence en una nota para The New York Times. La declaración de amor resultó en varios días de vacaciones en las que la protagonista de Los juegos del hambre se sumó al grupo de amigas de Schumer, para sorpresa y emoción de todas. Más tarde cumplirían un sueño que no sabían que compartían. Subirse al escenario de un recital de Billy Joel, un artista tan importante en la vida de Schumer que hasta una de sus canciones más famosas forma parte fundamental de la trama de Trainwreck.
Y ahí está el video en Instagram de las amigas, paradas, descalzas, sobre el piano mientras el músico canta “Uptown Girl” para ellas y otros muchos miles de fanáticos.
LA NACION