Un cineasta de vicios privados y virtudes públicas

Un cineasta de vicios privados y virtudes públicas

Por Gustavo J. Castagna
Si alguna vez a un productor con mucho dinero se le ocurriera recrear en una ficción la vida de Roman Polanski, junto a sus virtudes y excesos públicos y privados, debería contratar a más de un director. En todo caso, un émulo de Spielberg en su vertiente más efectista (La lista de Schindler) o un heredero de Tarantino en su costado delirante (Bastardos sin gloria) podrían registrar los años de Polanski y su familia en el ghetto de Varsovia, con una estética opuesta a la del posterior academicismo oscarizado de El pianista, una solemne ilustración de la infancia del director nacido en París hace 82 años. Luego, algún cineasta admirador de las escuelas de cine de posguerra, como la de Lodz, donde Polanski se convirtió en uno de sus mejores alumnos, podría encargarse de recordar aquellos cortometrajes reconocidos en todo el mundo, por ejemplo, Dos hombres y un armario (1958), y el gran antecedente de El cuchillo bajo el agua (1961) y su inquietante trío protagónico.
Hoy se estrena en cines su último opus, La piel de Venus, donde el cineasta presenta su ya clásico juego de espejos y de intercambios de personalidades. La excusa obligada para volver a su historia y a su vasta filmografía.
Polonia fue para Polanski el país del aprendizaje definitivo y del pasaporte aún abierto para recalar en París, donde conoció a Catherine Deneuve y filmó su primera inserción en la esquizofrenia y la paranoia a través de Repulsión (1963). Lejos de la Torre Eiffel y del Arco de Triunfo, Polanski director se sintió cómodo entre habitaciones mohosas donde las paredes escuchan, el fuera de campo adquiere protagonismo y el encierro definitivo es el paso anterior para que sus personajes no puedan esquivar la locura. Dos años después invocó a Eugene Ionesco en la estupenda Cul de Sac, modificó la pieza parisina por una playa abierta a la metáfora y ancló su interés en una historia de alucinaciones, deseos, prejuicios sexuales y referencias al género policial.
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A esta altura la modelo Sharon Tate, hermosísima mujer, apareció en la vida del enjuto Roman y ambos se convirtieron en una pareja de aquel jet-set. En este punto, la supuesta película biográfica sobre Polanski necesitaría de un director que frecuente y conozca esa trastienda del éxito, las fiestas interminables en castillos, las ruedas de prensa de los festivales salpicadas con el mejor champagne. Polanski realizó su propia parodia sobre el terror en La danza de los vampiros (1966), le dio el intenso color rojo al pelo de su mujer y construyó un film mítico aunque algo vetusto en estos días. Pero vendría El bebé de Rosemary (1968), la adaptación de la novela de Ira Levin La semilla del diablo y el tortuoso embarazo de la protagonista. El Hijo de Satanás nace en Nueva York ante la euforia senil y vecinal y una Rosemary ojerosa pero feliz acaricia a una monstruosa criatura que nunca aparece en imágenes. Polanski dejó una obra maestra para la historia del cine, ovacionada en todo el mundo y aclamada por la crítica. Pero Charles Manson y su clan dieron vueltas por la mansión de Roman y Sharon Tate, a pocos días de tener a su primer hijo, y allí se desató una cruenta orgía de violencia y muerte concebida por el clan, en especial, sobre el vientre de la actriz. Polanski gambeteó la muerte al no estar en la mansión de Los Ángeles ya que se encontraba difundiendo El bebé de Rosemary en Inglaterra.
Cabría preguntarse qué director y cómo filmaría estos trágicos días en la vida de Polanski. Tal vez un cineasta fanático del “gore”, que hasta se valdría del incendiario “Helter Skelter” como fondo musical para narrar esos días felices que parecen haberse ido para siempre. Polanski volvería tras las cámaras dos años después con la sangrienta adaptación de Macbeth (1970), una manera particular de recordar el crimen de su esposa, fijaría la atención en la fallida comedia ¿Qué…? (1973) y escarbaría en las raíces del policial negro en su versión más sórdida con Barrio Chino (1974), momento en que Roman estableció amistad con Jack Nicholson. El escándalo estaba a la vuelta de la esquina, o en todo caso, en la casa de Jack, donde Polanski tuvo relaciones sexuales con dos menores en una noche de interminable descontrol. Juicio, prisión y un exilio que hasta hoy que le impide retornar a los Estados Unidos, causas pendientes con la justicia y el trajín privado que gana espacio y prensa y solo oculta su creatividad como director. El biopic ya estaría cerca del género pornográfico en su versión menos autorizada y más condenable, como la vida de Polanski, acusado por abuso de menores.
Llegaría El inquilino (1976), otro de sus grandes títulos sobre la locura, donde el mismo cineasta encarnó al señor Trelkovski, acosado por los vecinos y por sus propios miedos. Nastajssa Kinski, con solo 18 años, es la joven heroína de Tess (1979) y una historia de amor con paisajes bucólicos de acuerdo a la novela de Thomas Hardy. Roman y Nastajssa conformaron una pareja fuera de la película, recorrieron el mundo y fueron bendecidos y odiados en partes iguales. Luego del desastre financiero y estético de Piratas (1986), el cineasta exploró en la cita a Hitchcock con Búsqueda frenética (1988) y retomó sus obsesiones con el sexo y el placer en la cuasi paródica Perversa luna de hiel (1992). Allí Polanski se rió del erotismo soft de 9 semanas y media y Orquídea salvaje y, como era de esperar, presentó a su nueva hembra-actriz y futura esposa y madre de sus dos hijos (Elvis y Morgane), Emmanuelle Seigner, tirándose leche encima ante la azorada mirada del actor Peter Coyote en silla de ruedas. La adaptación de La muerte y la doncella (1994) de Ariel Dorfman fue el prólogo de su última etapa como cineasta ya que Polanski, lejos de aquellas historias incómodas de tiempo atrás, escarbó en las tensiones que se producen con el cine y su relación con el teatro y la literatura. Polanski volvió a sus universos asfixiantes pero la locura quedó atrás para interiorizarse en las complejidades del ser humano y en el pasado que siempre retorna o en un presente que hace añicos un mundo reglamentado. La muerte y la doncella fue el inicio de esta tendencia a la que más tarde se sumarían Un dios salvaje (2011), sobre el texto de Yasmina Reza, y el film que se estrena hoy, La piel de Venus (2013), enmarcada en el original de David Ives. Dos herencias literarias de desigual interés se suman a sus trabajos en el siglo XXI: la olvidable La novena puerta (2000), adaptando el texto de Arturo Pérez-Reverte y Oliver Twist (2005), una solo decorosa transposición de la imbatible novela de Dickens. En el medio de ellas, el Oscar al mejor director por El pianista (2002) y su crónica sobre la ocupación nazi en Polonia según las memorias del músico Wladyslaw Szpillman y su mejor film desde inicios de los 90. El escritor oculto (2010), radiografía paranoica sobre la política.-
Por lo tanto, ¿cómo serían esas últimas imágenes del nuevo siglo con un Polanski de ficción como protagonista? Ya lejos de las acusaciones de abusos y aun cuando no pueda retornar a los Estados Unidos, podría imaginarse al director sentado en un salón parisino de un hotel cinco estrellas y recordando su agitada vida personal mientras en montaje paralelo se muestran escenas de sus films, de sus obras maestras y de sus películas menores. En tanto, desde el sonido, podrían oírse dictámenes judiciales, ruidos y gritos violentos, aplausos, voces en polaco, alemán, francés, inglés. Y, por qué no, los hermosos fantasmas de Sharon Tate y de Francois Dorleac, la heroína de Cul de Sac, junto a la bella rubia y germánica Nastajssa K., a una Deneuve con 25 años y a Seigner, la mujer que hizo que Roman sentara cabeza más tarde que temprano. Y no deberían faltar unas gotas de sangre que rociarían esas bellas imágenes de un rojo intenso, casi criminal.
TIEMPO ARGENTINO