Un avance que beneficia a los más humildes

Un avance que beneficia a los más humildes

Por Guillermo Jaim Etcheverry
Este año la Asamblea Nobel, integrada por 50 profesores del Instituto Karolinska de Estocolmo, ha desviado su atención de los prodigiosos avances en la biología molecular hacia un campo de investigación que, aunque aparentemente menos sofisticado, está ejerciendo un profundo impacto en el tratamiento de enfermedades que afectan a millones de personas en el planeta. Se trata de las infecciones por parásitos, responsables de serias afecciones tanto en animales como en seres humanos. Entre ellos se encuentran los protozoos, los gusanos o helmintos y los ectoparásitos. La academia premió al irlandés William Campbell, el japonés Satoshi Omura y la china Youyou Tu por haber desarrollado tratamientos contra infecciones parasitarias.
Si bien han sido importantes los avances en el tratamiento de las enfermedades producidas por bacterias mediante los antibióticos, hasta ahora habían sido escasos los éxitos logrados en el control de las enfermedades causadas por parásitos. Sin embargo, estas patologías son muy frecuentes. Por ejemplo, se estima que los gusanos parasitan a un tercio de la población mundial y las helmintiasis -así se denominan las enfermedades que causan- son potencialmente graves e invalidantes. Entre sus múltiples variedades se encuentran la filariasis linfática, también conocida como elefantiasis, y la oncocercosis. Esta última es considerada la segunda causa en importancia de ceguera luego del tracoma. La enfermedad es producida por un parásito, el gusano conocido como Onchocerca volvulus y fue descripta hace exactamente un siglo por el médico guatemalteco Rodolfo Robles Valverde. Transmitido por diversas especies de moscas negras -vecinas a los ríos, de donde surge el nombre de “ceguera del río”-, el parásito causa lesiones importantes en la piel y en la córnea, mecanismo responsable de esa ceguera. Se calcula que casi 20 millones de personas están infestadas con el parásito y es endémico en 30 países africanos y en algunas regiones de América del Sur.
El microbiólogo japonés Satoshi Omura, experto en el aislamiento de productos naturales, estudió hace años un grupo de actinobacterias que se encuentran en el suelo, las Streptomyces, caracterizadas por producir numerosos agentes antimicrobianos. De ellas se extrae la estreptomicina, un antibiótico fundamental en el control de la tuberculosis cuyo hallazgo le valió a Selman Waksman el Premio Nobel en 1952. Omura logró aislar nuevas cepas de Streptomyces del suelo de Japón -algunas provenientes de un campo de golf- y cultivarlas en el laboratorio, técnica de especial complejidad que manejaba muy hábilmente. Seleccionó medio centenar de las más promisorias para continuar analizando su actividad como potenciales herramientas terapéuticas ante diversos microorganismos patógenos.
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En esta tarea colaboró William Campbell, un experto en biología de parásitos que en los EE.UU. analizó la eficacia de los compuestos de Omura. La vinculación entre ambos científicos y entre los grupos de Kitasato y de Merck & Co. comenzó en 1971 durante una visita de Omura a los EE.UU. Resultó posible demostrar que un componente de uno de los cultivos, el de Streptomyces avermitilis, poseía una notable eficiencia contra parásitos en animales domésticos. Este agente, la avermectina, se purificó y dio origen posteriormente a la ivermectina, mediante modificaciones químicas en su molécula que demostró potente actividad en eliminar las larvas de los parásitos. Esto inició el desarrollo de un grupo de compuestos de inusual eficacia, administrados en una o dos ocasiones, frente a las enfermedades parasitarias y llegando a erradicarlas en algunas zonas.
Precisamente por esa contribución, ambos científicos comparten la mitad del Premio Nobel de Fisiología o Medicina 2015. William Campbell, nacido en Irlanda en 1930, desarrolló toda su carrera científica en los EE.UU. en el Merck Institute for Therapeutic Research, y se desempeña en la actualidad como investigador emérito en la Universidad de Drew en Madison, Nueva Jersey. A su vez, Satoshi Omura, nacido en 1935 en Yamanashi, Japón, se graduó de farmacéutico y de químico en su país natal y desarrolló su carrera en la Universidad Kitasato, donde en la actualidad se desempeña como profesor emérito.
Por su parte, la farmacéutica china Youyou Tu, nacida en 1930 y graduada de la Universidad Médica de Pekín, recibió el galardón por sus aportes en la búsqueda de un tratamiento para la malaria. La importancia de esa enfermedad es ampliamente conocida por los estragos que causa en la salud de centenares de millones de personas en todo el planeta. Transmitido por un mosquito, el Anopheles, el parásito unicelular conocido como Plasmodium, se multiplica en el interior de los glóbulos rojos de la sangre, lo que genera las numerosas manifestaciones que caracterizan a la enfermedad, entre las que se encuentran los accesos febriles. Esquiva a las vacunas y a los tratamientos, la malaria ha atraído la atención de numerosos científicos de todo el mundo a lo largo de la historia y ha estado vinculada a varios premios Nobel: Ronald Ross en 1902, quien descubrió la participación de los mosquitos en su transmisión; Charles Laveran en 1907, que halló el parásito en los glóbulos rojos, y Paul Herman Müller, en 1948, por el descubrimiento del DDT.
Investigando las características de un tratamiento de hierbas tradicional aplicado a los accesos de malaria desde hace varios siglos, la doctora Youyou Tu, que en la actualidad se desempeña como profesora en la Academia China de Medicina Tradicional, emprendió un análisis en gran escala de estas hierbas en animales infectados con malaria. Así surgió como un posible candidato el extracto de una de esas hierbas, la Artemisia annua, cuyo efecto sobre esos pacientes había sido descripto por la medicina tradicional china. Si bien los resultados iniciales fueron inconsistentes, un análisis de las prácticas de extracción en frío del año 340 permitió a Tu -cuya historia personal es apasionante- obtener un compuesto activo de esa planta, la artemisinina, que demostró ser muy potente tanto en animales como en humanos. Se trata de un nuevo tipo de antimalárico que mata muy rápidamente al parásito en las etapas iniciales de su desarrollo, lo que explica su potencia en el tratamiento de los casos severos de la enfermedad. La importancia de este hallazgo, comunicado inicialmente en publicaciones chinas y que le valió a Tu la otra mitad del Premio Nobel de este año, resulta evidente cuando se considera que la malaria infecta anualmente a casi 200 millones de personas y que, cuando se emplea combinada con otros agentes, la artemisinina logra salvar más de 100.000 vidas cada año.
El hallazgo de la avermectina y de la artemisinina -resultado de “45 años de explorar, maravillarse y descubrir”, como señala el título de un trabajo de Omura- ha transformado de manera radical el tratamiento de las enfermedades parasitarias que afectan a las poblaciones más vulnerables y que viven en comunidades marginales. Sólo la malaria es responsable de la muerte de medio millón de personas por año, el 90% en África y en un 80% niños de menos de 5 años. La libre disponibilidad de estos agentes a escala mundial y su accesibilidad por parte de los sistemas de salud de los países que lo necesitan explican el éxito que se está logrando en la prevención y el tratamiento de enfermedades serias y debilitantes que afectan a cientos de millones de personas en todo el planeta y que han aproximado el objetivo de su erradicación.
El análisis de la historia de estos descubrimientos permite comprobar que han resultado de una singular combinación de técnicas modernas con conocimientos milenarios, de habilidades especiales de los investigadores y de una experiencia sólida en sus respectivos campos de actividad. Estos elementos y culturas tan diversos han sido los responsables de un evidente progreso para la humanidad. Como señaló el profesor Hans Forssberg al anunciar el premio: “Los hallazgos de los galardonados con el Premio Nobel 2015 representan un cambio de paradigma en la medicina, ya que no sólo han proporcionado un tratamiento revolucionario a pacientes que sufren de enfermedades parasitarias devastadoras, sino que han promovido el bienestar y la prosperidad tanto de los individuos como de la sociedad. El impacto global de sus descubrimientos y el beneficio que representan para la humanidad son inconmensurables”.
LA NACION