Tony Bennett: “Todavía estoy aprendiendo”

Tony Bennett: “Todavía estoy aprendiendo”

Por Marina Zucchi
Si, según la crónica más popular del mundo, (“Frank Sinatra está resfriado”) Sinatra engripado era “una Ferrari sin gasolina”, habrá que escribir que Tony Bennett con catarro es, en cambio, una versión maravillosa de supervivencia. Esquivar la pobreza infantil, la Segunda Guerra Mundial en combate, la quiebra después del éxito, una sobredosis, una depresión, todo para llegar a los 89 años, atender un teléfono desde Nueva York y decirle a un periodista: “Créame que todavía estoy aprendiendo”.
Qué hubiera pasado si en los ‘80 no hubiera podido levantarse de esa cama, si se hubiera dejado morir mientras su obra quedaba sepultada al son de los 14 minutos que duraba el video demoledor de Michael Jackson, Thriller. No sería el San Antonio sabio que es hoy, al que pondera MTV, al que ama Lady Gaga y que acaba de lanzar su disco ciento y tantos, The Silver Lining: The Songs of Jerome Kern. “Si al público le gusto, me siento vivo todavía”.
¿Planea ya su cumpleaños número 90? ¿Qué lo mantiene tan vital, fórmulas para compartir, Tony?
Me encanta el hecho de que mi hijo Danny maneje mi carrera, él está planeando una celebración grande para mi 90° cumpleaños. Es todo un número a experimentar. Creo que he sido muy bendecido. Cada vez que canto, aún se agotan las entradas. Hay en mí un gran catálogo de vivencias. Mi receta es cuidar de mí, pero además, tener una esposa maravillosa, que me trata maravillosamente. Con una buena mujer, entonces no puedo pedir más.
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Canta desde hace más de ochenta años, ¿qué tema de toda su historia todavía lo conmueve más?
Lost in the Stars. (Perdido en las estrellas). Es simplemente una canción magnífica. Hace hincapié en el hecho de que ya que estamos en esta tierra, debemos respetar a todo el mundo.
Usted que atravesó todas las épocas de la industria, desde los discos de pasta a la venta de temas sueltos por Internet. ¿Qué analisis hace de esta transformación impensada?
Las cosas cambian, pero yo nunca seguí la moda de la música. Yo sólo sigo mis convicciones y escucho a la platea, qué es lo que les gusta. Nunca pensé en términos de una fórmula para crear un disco. Siempre termino eligiendo canciones de calidad que encanten para siempre al público. En definitiva le debo todo a mi familia, ellos me dijeron que tenía que cantar y bailar, y eso creó en mí una pasión para toda la vida. Una pasión que se pone cada vez más y más fuerte. Todavía estoy aprendiendo a pesar de que estoy pasando de 89 a 90 años. Todavía tengo mucho que aprender.
Es muy activo en Twitter (tiene más de 100 mil seguidores). ¿La cuenta es manejada por usted o por sus colaboradores?
Twitter. ¿Qué es Twitter?
(Silencio).
Don Benedetto –bendito, lo dice su apellido- nos regala un paso de comedia involuntario. Quién no quisiera viajar por el cableado telefónico invisible y asfixiarlo en un abrazo. Tony no tiene tiempo para esa secta virtual de los que ya no nos miramos, por mirar el mundo instagrameado. Vive realidades paralelas solamente cuando canta y se libera del cuerpo. O cuando pinta.
Cuando Tony nació, Don Biro aún no había patentado la birome. No se había descubierto Plutón ni la penicilina. No estaba inventado el nylon. No se había jugado el primer Mundial. El cine era mudo. Marilyn Monroe tenía dos meses de edad -y era Jeane Baker Mortenson-. En la Argentina no existía ni el Obelisco.
Las fotos chamuscadas de los archivos testifican cuatro visitas a la Argentina: en 1961, 1980, 1994 y 2012. El Teatro Ópera, el Gran Rex, cenas show en el Sheraton, Teatro Coliseo. La primera vez se presentó junto a una de las rubias más sensuales de Hollywood, Diana Dors. La segunda, andaba por el país haciéndole sombra Plácido Domingo, y ya se calculaba que había editado 88 álbumes y 850 canciones. Lo presentó Juan Alberto Badía. La última –previa grabación en Fort Lauderdale- cantó Cold Cold Heart con Vicentico, en un dúo bilingüe. “Soñé con la Argentina y fui. Y fue mejor de lo que pensé. Fue simplemente hermoso, ojalá pueda volver”.
Si hay que hablar del país, ni carne, ni mujeres. “Papa Francisco”, saca a relucir el listado de elogios. “Creo que es un hombre muy, muy importante, y que está haciendo lo correcto. Y el hecho de que él esté poniendo acento en la pobreza, lo hace un gran, gran, gran hombre”, suspira a 8.500 kilómetros, y sigue: “En cualquier lugar donde haya pobreza, debe ser tratada. Cualquiera debe tener un trabajo adecuado. No debería haber pobreza en la Tierra”.
Cada detalle en la vida de Tony es como una novelita por entregas escrita por Charles Dickens. Hasta la historia de Dejé mi corazón en San Francisco, uno de sus temas más exitosos, parece un cuento mágico. Los compositores Cross y Cory le entregaron la partitura con la esperanza de que la incluyera en su repertorio. Bennett la guardó en un cajón, con jaboncitos perfumados, debajo de sus camisas. La olvidó por dos años. Hasta que decidió estrenarla inocentemente.
Nació como Anthony Dominick Benedetto. Sangre tana, pero nacimiento en Nueva York, un 3 de agosto de 1926. Su padre italiano, almacenero, le enseñó con su muerte temprana a hacerse fuerte con nueve años. Un tío bailarín de tap, una madre costurera, hambre en todo el sentido de la palabra, y Antonito que a mediados de la década del ‘30 ya cantaba ante el alcalde de Nueva York. Estudios de música y pintura, un caminito por restaurantes italianos de Queens y un apodo que le cambiaron enseguida. Se hacía llamar Joe Bari (Bari, como Nicola) hasta que el gran Bob Hope acortó nombre y apellido y sentenció: “No más discusiones. Te llamarás Tony Bennett”.
Hubo un llamado del ejército estadounidense en plena guerra, cantos pacifistas para los soldados, y una pesadilla que pasó. Después, las influencias de Sarah Vaugan, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Duke Ellington, Fred Astaire, Bing Crosby, una explosión inevitable y un marketing de “sombra de Sinatra” o “reemplazante natural”. El siempre se rió: “No le digan mi rival, díganle mi amigo”. “La voz” decía que Tony era su cantante favorito. Tony cerraba el círculo y lo elegía a Frank públicamente como “Teacher”.
No hay gracia en tanto triunfo, así que para ganar de verdad, tuvo que aprender a perderlo todo. Marlon Brando lo definió con una línea magistral: “Lo escucho cuando necesito reponerme”. Pero a esa altura, el que tenía que reponerse era Don Antonio. Caída y resurrección. Los productores lo forzaban a otra cosa, pero se resistía. No le importaba desaparecer del mapa musical. “El camino para ser un gran artista no es cantar canciones baratas. El dinero se olvida, las canciones permanecen”.
Deudas con el fisco, fracaso matrimonial, excesos. Se dijo que intentó quitarse la vida en 1979, pero todavía tenía que ser conocido por las siguientes generaciones, ser objeto de homenaje en Los Simpson, “rejuvenecer” en dúos con Amy Winehouse.
Más fuerza que Max Berliner tomando Reumosan, una mujer 40 años menor (tercer matrimonio), cuatro hijos, pinturas que cuelgan en varios museos y la felicidad a la cuarta edad, ya no a la tercera. Ahora no canta para amasar fortuna, lo hace porque siente que así espanta un poquito más a la muerte, o que la espera más liviano. “Pienso cantar en la boda de Lady Gaga con Taylor Kinney”, adelanta.
“Fly Me To The Moon” suena de fondo. Llévenos a la Luna, Tony. Y lo hace en un instante, sin cantar. Apenas con unas palabras que salen de una vocecita fatigada: “Cantar es todo lo que he hecho en mi vida. Y todos los días, me siento como que estoy aprendiendo algo. No puedo planificar la vida. La vida me planifica a mí”.
CLARIN

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