¿Seres inmortales? Los innovadores se lanzan a la caza de la vida eterna

¿Seres inmortales? Los innovadores se lanzan a la caza de la vida eterna

Por Sebastián Campanario
Podrán pasar mil años / Verás pocos caer / pero si innovamos / no vamos a envejecer. Si los miembros del grupo Attaque 77 hicieran un curso en Singularity University o en alguna otra meca actual de la innovación, probablemente, cambiarían el estribillo de su hit “Donde las águilas se atreven” a algo parecido a lo de la primera oración.
De todas las líneas abiertas en el debate de la “singularidad” (la tesis que sostiene que entramos en una etapa de avance exponencial de la ciencia y de la tecnología que producirá cambios sociales drásticos en el corto y mediano plazo), la de la extensión de vida, por las consecuencias que implica, es una de los más interesantes. Cambios demográficos, en el mercado de trabajo, en los sistemas de salud: hay toda una “economía de la inmortalidad” emergente, con aristas éticas y filosóficas.
Hasta hace un par de años, el debate estaba acotado a genios excéntricos como Aubrey de Grey, el gerontólogo de barba larga que dirige la Fundación Matusalén, y que viene pronosticando que en pocos años el proceso celular de envejecimiento podrá ser detenido (e incluso revertido). Pero con los nuevos avances, la hipótesis suma adeptos.
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“Vemos descubrimientos clave en este aspecto en áreas de telomeros, telomerasa, regeneración de tejidos, clonación terapéutica, bioimpresión 3D de órganos, reprogramación de células madre, etcétera”, cuenta a la nacion José Luis Cordeiro, un ingeniero venezolano, especialista en extensión de vida, que lleva esta agenda como profesor e investigador de Singularity University, el centro de estudios financiado por la NASA. Para Cordeiro, a nivel económico y social, la principal consecuencia será la de un aumento en la calidad y en la cantidad de vida para la humanidad, y no se producirá una disparidad por el hecho de tener más o menos recursos para acceder a terapias de extensión de vida. “Será para todos los interesados, ya que no costará casi nada vivir indefinidamente en buena condición. Las tecnologías son caras y malas cuando comienzan, pero se vuelven baratas y buenas cuando se masifican”, explica.
Como en un videojuego en el que se van acabando “los malos”, los seres humanos seguirán venciendo a las enfermedades existentes, como vino sucediendo hasta ahora, hasta eliminar virtualmente a la mayoría, dice Cordeiro.
Valeria Bosio es investigadora del Conicet, miembro del Instituto Baikal, doctora en química y experta en el campo de bionanomateriales. Vive en La Plata y su principal proyecto parece sacado de un cuento de ciencia ficción: replicar huesos a partir de seda natural. Bosio viene siguiendo de cerca el debate por la extensión de vida y tiene pocas dudas de que se vienen avances importantes. “La gran duda es el timing, cuánto tardará, pero son objetivos que eventualmente se lograrán en algún momento”, cuenta.
Para Bosio, “hay algo importante que va más allá de la ciencia tal vez y es el hecho de que el humano, si bien quisiera ser eterno, no siempre está preparado mentalmente para eso. El hombre avanza en sus desarrollos tecnológicos rápidamente y no de la mano con su mentalidad o realidad biológica. Hoy su expectativa de vida supera ampliamente la de hace unos 200 años, pero la edad fértil de la mujer sigue estando dentro del mismo rango. ¿Cómo adaptarse a esta realidad?”.
“El poder abrir la mente y plantearse soluciones nuevas a viejos desafíos es nuestro mayor reto”, sigue Bosio. “La innovación con células madre, los ensayos con animales y hasta la idea de crear mutantes [que se hace a diario con ciertas especies] son tan locas [o arcaicas] que nos da miedo aceptarlas como posibles herramientas. Es un terreno confuso entre normas éticas y cambio de paradigmas que va a llevar un tiempo acomodar, o nos veremos forzados a continuar lo mejor que podamos pisando en terreno blando, quién sabe. Nosotros somos nuestro mayor desafío”, agrega.
Las consecuencias de este tipo de escenarios son poco abordadas por los economistas, en relación con la entidad que podrían tener estos temas, dice ahora Javier Milei, uno de los contados economistas argentinos que viene investigando la singularidad. “Desde su inicio, la economía es una disciplina que lidia con la escasez de recursos; empezar a hacerlo con cuestiones de abundancia requiere un cambio de 180 grados en el paradigma”, dice Milei, quien está trabajando junto con Cordeiro en algunas líneas de investigación.
La consecuencia más obvia que llega es la del peligro de superpoblación: si para fin de siglo se prevé que el total de la población global se estacionará en torno a los doce mil millones de habitantes, con la extensión de vida más allá del ritmo que se venía registrando hasta ahora, la cifra total se incrementaría en varios miles de millones de habitantes. Para De Grey, esto es un problema, pero resulta menor al que tenemos ahora: “Todos los días se mueren 100.000 personas de manera miserable, si podemos evitarlo o demorarlo tenemos la obligación moral de hacerlo”.
Aunque los trabajadores tendrán un vida activa mucho más larga (el mes pasado, IDEO, la meca del design thinking, contrató una empleada de 91 años), lo cierto es que la clase pasiva crecerá de manera exponencial. La “economía de la inmortalidad” sugiere tomar como espejo a Japón, el país con mayor expectativa de vida del mundo (82,9 años, contra 69,2 años del promedio global), que desde hace décadas se encuentra económicamente estancado, para vislumbrar los desafíos que se avecinan.
Hay economistas que van más allá: vaticinan fusiones a futuro entre grandes laboratorios y empresas de tecnología (una unión entre Pfizer e IBM tendrá más sentido que hoy una entre Google y Motorola, por caso), mercados negros de inmortalidad, mercados de órganos de “persona a persona” y nuevos modelos de negocios, como la “inmortalidad como servicio”: el abono de una cuota, al estilo Netflix, donde un estilo de vida arriesgado (fumar, comer comida chatarra) sea una opción muy cara.
En el último festival South by Southwest (de cine, música y cultura digital), la agenda principal estuvo dominada por temas de transhumanismo y conciencia digital. Uno de los motivos por los cuales la extensión de vida es un tópico con tanto protagonismo, cuenta a la nacion un emprendedor argentino que asistió al festival que se realiza en Austin, Texas, es que “los multimillonarios de Silicon Valley que ya tienen ocho Ferrari y quince mansiones gastan su dinero en laboratorios con proyectos que les alejen el horizonte de la muerte”. Como decía Woody Allen: “No es que le tenga miedo a la muerte, es sólo que no querría estar allí cuando ocurra”.
Nadie está imaginando escenas similares a las de Hechizo de tiempo, la película en la que Bill Murray se despertaba eternamente en el mismo día, aunque intentara suicidarse. Aunque las enfermedades más malignas sean vencidas y aunque se pueda detener el proceso intracelular de envejecimiento, igual nos podríamos morir por accidentes o asesinatos. Cálculos actuariales hechos en los Estados Unidos indican que en ese contexto la expectativa de vida -antes de sufrir un accidente o un crimen violento- sería de 6000 años.
“Fíjense que la evolución humana fue un progreso por ensayo y error, de manera aleatoria. Imagínense lo que puede llegar a suceder ahora que estamos entendiendo el proceso en sus raíces más profundas y podremos diseñarlo a nivel técnico”, marca Cordeiro, quien, si tiene que apostar, pronostica que la inmortalidad se alcanzará en 2045. Hay que aguantar hasta ese entonces. O lamentarse con otra frase de Woody Allen: “Yo me perdí la revolución sexual por dos meses”.
LA NACION