Salvador Dalí, un genio surreal que no alcanzó todo el reconocimiento merecido

Salvador Dalí, un genio surreal que no alcanzó todo el reconocimiento merecido

Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar
En 1904 nació Salvador Felipe Jacinto Dalí. Su padre era abo gado y notario y ya a los seis años su genial hijo realizó su primera pintura. A los 12 años imitó a los impresionistas y a los 14 se transformó en cubista e imitó a Picasso. Y cuatro años más tarde ingresó a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde estudió cuatro años, aunque luego de varias excentricidades fue expulsado.
Cuenta la leyenda que en un examen le preguntaron sobre el arte de Rafael Sanzio, y el joven Salvador se levantó de la mesa sosteniendo que los profesores no tenían el nivel de conocimientos necesarios que para preguntarle sobre el artista del Renacimiento.
Muchos sostienen que las facultades psíquicas de Dalí no eran normales, y es muy posible, pero también hay que pensar que el ‘escándalo’ fue un arma de promoción que siempre desarrolló.
A los 25 ya conoció el éxito en París, donde frecuentó a Picasso y a Miró, quien le presentó al grupo surrealista que comandaba Breton. Dalí se convirtió entonces en la figura del movimiento que años después lo expulsó. El artista le restó importancia al hecho, y sostuvo: “Yo soy el surrealismo”.
Allí conoció a una enigmática rusa que era la mujer del poeta Paul Éluard, quien se convirtió en su musa para el resto de su vida.
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Es Gala, con quien se casó en 1934, y viajó luego a Nueva York, donde continuaron su éxitos. Allí se dio el período de sus grandes obras como “Premonición de la Guerra Civil” (Museo de Filadelfia), donde un hombre se autoflagela y anticipa en meses el estallido de la lucha interna en España.
Se dejó el bigote como el que tenía Diego de Velázquez, que se terminaría transformando en un ícono personal.
En medio de la segunda Guerra Mundial se radicó durante ocho años con su mujer en Nueva York y generó semana a semana noticias y escándalos que lo transformaron un personaje mediático.
El grupo de los surrealistas comenzó a sugerir que era un ‘avida dollars’, pero Dalí disfrutaba de su éxito y vuelva a Cataluña y a su querida Cadaqués, que le sirvió de paisaje para otra de sus grandes obras. Una de ellas es ‘La Ultima Cena’ (de 1955, y que entra a la colección de la National Gallery de Washington y curiosamente, pese a ser la obra más popular del Museo, está colgada en un pésimo lugar).
Con genial criterio Dalí presenta la escena como un momento de gloria y de alegría y no una tenebrosa escena con 13 señores que parece que posan para una foto como la clásica composición de Da Vinci.
Es un momento de gloria para los católicos, significa que Dios queda entre nosotros, representado por el Pan y el Vino. Hay dos lugares fundamentales para conocer la obra de Dalí, uno está en Figueres a una hora de Barcelona y es el Museo Dalí que él creó y diseñó en 1974 y el otro es en San Petersburgo en Florida, Estados Unidos, con otro museo que atesora un millar de sus obras.
Es el artista más popular del mundo. En el Centro Pompidou se realizaron dos retrospectivas de sus obras y fueron visitadas por más de 800.000 personas. En su testamento dejó sus bienes al Estado Español. En 1985 se creó la Fundación Dalí, que cuida con esmero su obra y su legado.
Falleció en 1989. Realizó también esculturas, pero las hacía en cera en pequeño formato, y luego otros las hacían en bronce o metales de diferentes tamaños. De muchas de ellas se realizaron múltiplos de hasta 1000 copias.
El tema de los grabados también es conflictivo en sus originalidades. Hizo miles y algunos con hasta 300 copias, pero siempre se comentó que apenas firmaba las hojas en blanco y luego un grabador, en base a su dibujo, realizaba los grabados.
En subastas se ofrecen unos 500 impresos todos los años y tienen valores muy variados, desde los u$s 1000 hasta los 70.000 dólares. Con sus esculturas pasa otro tanto y algunas se pagaron más de 700.000 dólares.
Las pinturas son el tema más acotado y unas 12 se ofrecen cada año y las más valiosas son las pequeñas realizadas en la década del treinta.
El mayor precio fue por un retrato de Paul Éluard de medidas más que pequeñas (33×25 cm) que se vendió hace 4 años en 22 millones. Dibujante extraordinario, creativo genial, su histriónica figura quizás no le permitió tener todo el honor y gloria que se merece.
EL CRONISTA