04 Oct Por qué Christian Grey es el peor amante de la historia
Por Noelia Ramírez
A Christian Grey le gusta escuchar al Boss cuando conduce y el Spem in Allium cuando folla. En los preliminares se olvida de sus calzoncillos Polo Ralph Lauren y va de comando con sus DJ, el nombre que ha puesto a sus vaqueros de dominante. Sí, el supuesto galán que ha encandilado a millones de lectoras es un tipo que pone motes a sus pantalones, repite sin cesar que a él lo que le va es “follar duro” y es de los que grita entre embestidas en plena acción perlas como Eres… tan…dulce… te…deseo…tanto.. eres… mía. Estas son solo algunas pinceladas que hemos rescatado de la lectura de Grey (Ed. Grijalbo), lo nuevo de la saga erótica de E. L. James que inauguró esa etiqueta del porno para mamás y que ha arrasado en la taquilla en su adaptación en la gran pantalla (522 millones de euros a escala global). La novela (que tiene toda la pinta de tener continuaciones como la trilogía de 50 sombras) narra la misma historia, solo que esta vez se hace desde el punto de vista del magnate multimillonario.
Sin ánimo de decepcionar a las ávidas lectoras, el poso que deja Grey es totalmente gris, valga la redundancia, y profundamente cansino (cuesta enumerar las veces que se siente “desarmado” por Anastasia Steele y la manía que tiene en llamarla “nena” a cada segundo). Grey descubre la vida de un tipo profundamente machista, aburrido hasta el sopor y cuyo pasatiempo favorito es leerse la revista Forbes; además de poseer un escaso ingenio (rozando el patetismo) para mandar mails subidos de tono. Pero no sólo eso, estas cinco razones demuestran por qué Christian Grey está más cerca de ser un psicópata que un amante perfecto. O cinco motivos por los que Christian Grey nos debería bajar la libido ipso facto:
Sus celos son enfermizos.
Taylor, el eficaz asistente de Christian Grey, debería pasar más tiempo buscando teléfonos de psiquiatras y dedicar menos horas a repostar el Charlie Tango, el helicóptero del protagonista. Es francamente terrorífico comprobar cómo se pone cada vez que alguien osa a acercarse a Anastasia. Ya en la página 35 comprobamos el alarmante talante del magnate cuando aparece un pobre chaval (hermano del dueño de la tienda donde trabaja Ana) que se atreve a poner sus brazos sobre los hombros de la joven (“Se acerca a él y el cabrón la envuelve en un abrazo de oso. Se me hiela la sangre. Es una respuesta primitiva. Quita tus putas zarpas de ella. Mis manos se convierten en puños”).
También pillará su propio hermano cuando saluda a la joven (“el muy cabrón es todo sonrisas. No se te ocurra ponerle las manos encima”) y hasta el hermano de su amiga Kate (Pero, qué coño…? Un tipo alto y rubio que parece como recién salido de una playa californiana la está manoseando. ¿Quién cojones es ese? ¿Es por eso por lo que no quería que viniese a tomar una copa?).
Todo esto, sin contar las veces que algún desconocido mira a la chica (“El chico solo tiene ojos para la señorita Steele, y mi mirada fulminante lo invita a abandonar de inmediato el lujoso comedor) o la obsesión que tiene con el pobre José, un fotógrafo majete al que decide investigar personalmente. Súperalo, Christian, que los celos NO son amor.
NUNCA podrás dudar de su sexualidad
Grey se pone hecho una furia cuando Anastasia le pregunta nada más conocerse si es gay. (“¡Pero qué coño…! No me puedo creer que haya llegado a decir eso en voz alta! ¡Cómo se atreve! Tengo que reprimir la necesidad imperiosa de arrancarla de su asiento, ponerla sobre mis rodillas y azotarla para después follármela encima de mi mesa con las manos atadas detrás de la espalda. Eso respondería a su ridícula pregunta”). ¡Válganos, cómo se atreve la chica! ¡Eso es lo peor que se le puede preguntar a alguien! ¡Qué vergüenza, Anastasia! Él le recuerda el tremendo calvario de la pregunta unas 300 páginas más adelante (“he querido darte unos azotes desde que me preguntaste si era gay”).
No te dejará beber
O pensará en meterte en una clínica de desintoxicación por haberte bebido unos chupitos. En uno de los extractos más paternalistas y rancios de la novela (y mira que hay), Christian está hiperventilando y prácticamente contacta con la NASA para geolocalizar a Anastasia, solo porque la ha escuchado algo borracha por el móvil.
(“Anastasia, ¿has bebido? Mierda. ¿Con quién está? ¿con el fotógrafo? ¿dónde está su amiga Kate?
-¿A ti qué te importa?
Suena hosca y agresiva, y sé que está borracha, pero también necesito saber que se encuentra bien.
-Tengo… curiosidad. ¿Dónde estás?
-Un bar de Portland.
-¿Cómo vas a volver a casa? Me pellizco el puente de la nariz con la vana esperanza de que eso me distraiga; no quiero perder los estribos).
Lo de la clínica de desintoxicación no era broma. En la pág. 75 hasta se lo plantea, y solo porque la joven se había agarrado una buena tunda. Su PRIMERA borrachera, ojo. (“Quizá tiene un problema con la bebida. Es una idea preocupante, y sopeso si debería llamar a mi madre para que me dé el nombre de una buena clínica de desintoxicación”).
Se obsesionará con tu comida, MUCHO
Suponemos que Christian lo ha pasado fatal por lo de la madre “puta y adicta al crack” y por haber pasado hambre de pequeño, pero eso no le da crédito como para que se pase la vida cebándote y con un “Anastiasa, come”, “Ana, ¿no tienes hambre? Tienes que comer” como yugo existencial. Cansaríamos a los lectores con la infinidad de pasajes en los que Christian Grey anima/exige/ordena comer a Anastasia Steele. De verdad. Taylor, llama ya al psiquiatra, lo necesita.
Trata a su pene como a un ser independiente
Por último, pero no menos importante, Christian Grey es ese tipo que considera que su pene tiene vida propia. Sí, amigas lectoras, la polla de Christian Grey tiene emociones, expresa su conformidad con las situaciones y hasta tiene sentido musical. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Mandeee? Procedamos a explicarlo en sus propias palabras.
Pág. 83. Christian se levanta junto a Anastasia por primera vez. (“Nunca había dormido con una mujer. Me he follado a muchas, pero despertarme junto a una joven atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi polla está de acuerdo”) Ajá.
Pág 113. Ana repite –otra vez, parece que la chica nunca se cansa de hacerlo– ese gesto tan suyo de morderse el labio. (“Los dientes le dejan una pequeñas marcas en el labio inferior, húmedo por el vino. Ahí está, una vez más me desarma, me sorprende cada dos por tres. Mi polla está de acuerdo). Interesante, Christian. Su polla vuelve a mostrar conformidad con su cerebro más adelante, en la página 141 (“La señorita Steele es una criatura carnal. Será un juguete al que podré entrenar. Mi polla se estremece; está de acuerdo”). ¿Qué opinaría Freud de todo esto?
El éxtasis llega en la página 410, cuando oye respirar Ana antes de introducirle unas bolas chinas. (“Su brusca inspiración es música para mi polla”).
Posiblemente disentimos con la opinión de millones de lectoras saciadas, pero en la vida real nos aparece un tipo como el susodicho aquí descrito… y solo nos entran ganas de salir corriendo.
LA NACION