La pelea sucia que acabó con una joven promesa del boxeo

La pelea sucia que acabó con una joven promesa del boxeo

Por Juan Manuel Danza
Era la noche de su vida. El momento que esperó desde que siendo pequeño decidió dedicarse al boxeo tras ver pelear a su padre. Parecía que nada podía salir mal ni cambiar un destino que rumbeaba hacia el estrellato. Aunque algo inesperado truncó su carrera. Y su vida. La joven promesa del boxeo estadounidense Billy Collins Junior, de apenas 21 años, estaba a las puertas de la gloria. Aquella noche del 16 de junio de 1983 marcó el principio del fin de manera casi trágica en la que para muchos fue la pelea más sucia de la historia de un deporte muchas veces manchado por traiciones y arreglos, pero casi nunca por un hecho como aquel.
El majestuoso Madison Square Garden, en Nueva York, era el lugar para el combate. Su rival, el puertorriqueño Luis Resto, de 29 años y con una carrera con más sinsabores que alegrías y que estaba allí elegido por el promotor de Collins, ya que más allá de ser un rival duro y con experiencia era poco probable que pudiera vencer al joven Billy, quien llegaba con un invicto de 14 victorias (once de ellas por la vía rápida) en igual cantidad de presentaciones. Pero Resto y la gente de su rincón tenían preparado algo que cambiaría la vida de todos los protagonistas en aquella noche neoyorquina. Sin imaginarlo, aquella fue la última pelea para ambos por distintas razones y con finales disímiles: uno terminaría tras las rejas, mientras que el otro perdería su vida al poco tiempo tras unos meses en el ocaso.
Collins Jr., oriundo de Tennessee e hijo de un boxeador respetable de las décadas del ’50 y ’60, empezó a mostrar un estilo cautivante de ir al frente, con un jab poderoso, con la guardia baja desafiante, y con una resistencia a los golpes envidiable. Así llegó aquella velada en el Madison. Del otro lado del ring estaba Resto, con la posibilidad de dar el batacazo en un lugar mítico y con el gran Muhammad Ali en el ringside. El puertorriqueño se sintió ante la última gran oportunidad de convertirse en un boxeador respetable y jugó su pelea. Pero jugó sucio.
El comienzo del combate fue parejo, pero poco a poco, inesperadamente, fue Resto el que empezó a comandar las acciones. Sus manos se mostraban más duras que nunca. Cada asalto se convirtió en un martirio para el favorito. Su rostro empezó a mostrar signos claros de la violencia de los golpes de Resto, aunque fiel a su forma de pelear, siguió yendo al frente a pesar de lo que para muchos era una masacre.
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“Pareciera que tiene ladrillos en las manos”, le dijo Collins a su rincón, a mediados de combate. “¿Quieres que detenga la pelea?”, preguntó su padre. “No. Voy a noquearlo”, respondió. Una cámara de TV captó la charla entre padre e hijo, pupilo y entrenador, y mostró al mundo claramente lo que pasaba. Su rostro parecía una masa deforme más que una cara. Pero a él le dolía más la derrota, la humillación.
Del otro lado, Resto se mostraba eufórico. Levantaba las manos y saludaba al público de manera triunfal. Así fue que contento saludó a su rival y luego a Collins padre y ahí ocurrió lo impensado. Como si hubiera tenido un sexto sentido, el papá de Billy agarró de los brazos a Resto y tocó sus guantes. Cuando el puertorriqueño acusó un gesto de dolor, Collins pidió que incautaran los guantes del puertorriqueño para su investigación. ¿Qué pasó? Resto y su entrenador, Panamá Lewis, habían sacado la espuma del interior de los guantes para que Collins Jr. sintiera de lleno los golpes. Un hecho criminal que duró diez asaltos. Por esta trampa, tanto Resto como su entrenador fueron vetados de por vida del pugilato y condenados a dos y tres años de cárcel por “asalto, conspiración y posesión de arma letal (tal cual fueron considerados los puños casi sin protección)”. Tras cumplir su condena, arrepentido, Resto admitió que Lewis no sólo quitó la espuma de los guantes sino que le puso yeso a las vendas que cubrían sus puños.
Collins Jr. tampoco volvió a pelear. Sufrió lesiones graves en su retina y perdió casi por completo la visión. Deprimido, sin trabajo ni futuro, a los 22 años Collins Jr. perdió su vida en un choque automovilístico. Su padre nunca creyó lo del accidente: “No importa lo que digan, él se quitó la vida”, dijo. Aunque Billy había empezado a perder su vida aquella noche de 1983, cuando se truncó su carrera.
EL GRAFICO