La casa de los Puccio, nuevo atractivo en San Isidro

La casa de los Puccio, nuevo atractivo en San Isidro

Una mujer intenta trepar al portón, como si estuviera buscando fantasmas. El cuerpo no le da, retrocede, fisgonea. Otra vecina mete su teléfono por una hendija y toma una foto como si captara un paisaje veraniego. Chicas de un colegio privado posan y sonríen para que otra de sus compañeras las retrate ante la puerta. El caserón, un monumento al horror, parece haber virado en una atracción casi turística.
Vecinos y curiosos no pueden evitar girar la cabeza y echar una mirada hacia al interior cuando se dan cuenta que están ante al escenario de una de las páginas más atroces de la historia criminal argentina: allí vivía la familia Puccio, dedicada a cometer secuestros durante la década del ‘80.
Una película, un libro y una serie de televisión rescataron del baúl del olvido una trama brutal y sanguinaria cuyos detalles recién empezarían a trascender a partir del 23 de agosto de 1985, hace ya casi 30 años. Aquel día, los Puccio quisieron cobrar un rescate por la empresaria Nélida Bollini de Prado (59), quien sería liberada por la Policía tras haber pasado 32 días cautiva en el sótano de la casona donde vivían Arquímedes, jefe de la banda, su esposa, Epifanía, y sus cinco hijos.
El lugar está ubicado en la esquina de 25 de Mayo y Martín y Omar, en el centro de San Isidro y a dos cuadras de la Catedral y del club CASI, donde jugaban al rugby dos de los hijos de Arquímedes, Alejandro y Daniel, que también formaban parte de la banda.
La saga del llamado “Clan Puccio” incluyó el secuestro y asesinato de dos rugbiers (Ricardo Manoukian y Eduardo Aulet), el crimen de un empresario al que intentaban capturar (Emilio Naum) y el caso de Bollini del Prado.
Según determinó la Justicia, Arquímedes y sus dos hijos contaban con la colaboración del militar retirado Rodolfo Franco y de dos amigos: Guillermo Fernández Laborde y Roberto Oscar Díaz.
Nada de toda esa historia era conocida por los dos jóvenes diseñadores industriales que alquilaron la casa hace ocho meses. Tuvieron que rescatarla del abandono casi absoluto. Según contaron a Clarín, una de las cláusulas que le puso la esposa de Arquímedes, todavía dueña de la propiedad, prohíbe sacar fotos en el interior. Así y todo, firmaron.
La esquina contigua a la casa, que también es de la familia Puccio, estuvo alquilada hasta hace diez días a una empresa de seguros que, al estrenarse “El Clan”, la película dirigida por Pablo Trapero, decidió mudarse: debajo, está el sótano acondicionado en el que la banda tuvo cautivas a sus víctimas. “Era gente de mierda y es un lugar de mierda, qué más puedo opinar”, resume un vecino a Clarín.
Eliana tiene 27 años. Al pasar delante del portón se detiene e intenta ver qué hay adentro. Lo que puede observar es apenas un patio interno, lo que fuera el garage de la familia. “Justo ayer vi la película. Conocía algo de la historia, pero no en detalle. Fue algo terrible, algo que pasó en un contexto y en un determinado momento de nuestra historia, un grupo de criminales que actuó con la venia de los militares”, explica la joven.
Como muchos de sus vecinos, ella pasa todos los días por ahí pero hasta ahora nunca se había frenado. “Después de ir al cine, busqué la dirección y fotos para ver cómo era. Veo que mucha gente para y se saca fotos”, agrega Eliana.
Otro vecino, José, de 49 años, cuenta que sabe de la trama pero que no llegó a conocer a los Puccio. “En su momento fue algo que sorprendió muchísimo. Y hoy, uno tiende a mirar el lugar con cierta incredulidad, como con morbo fantasmagórico. Cómo pudo haber sucedido algo tan tremendo en un lugar así, en medio del centro de la ciudad. La idea me genera entre intriga e indignación. Acá murió gente que vivió un infierno. Gente que de repente se vio forzada y aferrada al salvajismo. Así es como deberíamos definirlo: salvajismo”, remarca.
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Mientras José y Eliana dan su testimonio, casi nadie de los que pasa frente a la casa puede evitar detenerse e intentar mirar hacia el interior. Algunos se las ingenian para espiar. Otros se conforman con una foto. “No los conocí personalmente, pero sé que en el barrio a Arquímedes lo llamaban ‘El loco de la Escoba’ porque salía a barrer todas las mañanas. Dicen que lo hacía para saber si se escuchaba a las víctimas”, cuenta un joven.
Otro vecino, con años en el barrio, recuerda la conmoción que hubo el día que la Policía entró a la casa de los Puccio. “Fue muy impactante, porque los hijos jugaban en el CASI y eran conocidos. La gente no podía creer que fuera verdad. Incluso se hizo una gran misa a la que fueron todos los socios, pensando que eran inocentes. Al tiempo, los abogados, que también eran distinguidos miembros del club, dejaron de defenderlos porque se dieron cuenta que estaban metidos”, dice.
Mientras tanto, chicos y grandes siguen pasando delante del viejo portón: se paran, miran, espían, toman fotos. “¿Esta es la casa? Ojo a ver si sale alguien”, señalan, con algo de sarcasmo. El único gesto de vida que sobrevive de aquel entonces es un naranjo, plantado en la vereda.
CLARIN