15 Oct Hermès: un día en los talleres de la tradicional marca francesa
Por Nathalie Kantt
Un tema de los años 80 suena de fondo en el taller de techos altos iluminado por una luz blanca de laboratorio. Gran tijera en mano, Wilfrid corta un cuadrado de seda con el dibujo de una cebra con alas y fondo fucsia. Liz cose los bordes de un trozo de seda con forma de corbata gigante y regula la máquina Adler según las necesidades. En otra mesa, y sentada, Amélie pasa una plancha que marca los pliegues. Los tres artesanos, muy concentrados, no superan los 25 años. En la sala contigua, separada por vidrios y con vista a los árboles, la radio emite una sinfonía más electrónica. Caroline cose delicadamente a mano algunas partes de una pieza con un solo hilo de 170 centímetros. Valérie siente, a simple tacto, si el enrollado de los bordes de un pañuelo tiene o no el espesor adecuado. Sus movimientos manuales se calculan en milímetros. Este nuevo atelier de confección inaugurado hace tres años dio trabajo a unas 30 personas, en su mayoría jóvenes de la zona, en las afueras de Lyon. Todos artesanos que, luego de pasar por sus respectivas instituciones académicas, fueron formados durante un año por los equipos de Hermès y seguidos cada uno por un tutor a lo largo de todo este tiempo, condición indispensable para poder transmitirles las técnicas manuales y el savoir-faire de esta casa francesa.
La confección es una de las últimas ocho etapas por las que pasa el histórico “carré”, el pañuelo de seda que Hermès vende como pan caliente desde que fue creado, en 1937, antes de salir a la venta. Ese que usó Grace Kelly en la cabeza y Rihanna como traje de baño, pasando por Madonna como top y con espalda al aire. El grabado, por ejemplo, lleva en promedio 700 horas de trabajo y puede llegar a las 900. Lo máximo fueron 2000 horas para el modelo Wakoni, por el degradado de los tonos. Cada una de las etapas se realiza en alguno de los ocho ateliers específicos para la seda que la maison tiene en diferentes puntos de las afueras de Lyon, ciudad francesa por excelencia para el trabajo de este material, además de destacarse como cuna gastronómica y de industrias homeopáticas. En total, desde que un dibujo se crea o reinventa con nuevos colores hasta que el carré está terminado y listo para distribuir, pasarán 24 meses. “Los caracoles del lujo”, como los calificó recientemente un diario francés.
Con ingresos por 4118,6 millones de euros en 2014, una progresión del 10% respecto del año anterior, Hermès es la casa francesa por excelencia. Sus técnicas ancestrales y su savoir-faire para la fabricación de los pañuelos de seda o las carteras (sobre las que trabaja un mismo artesano durante varios días) la distinguen del resto de las marcas en una era dominada por conglomerados de moda en donde los productos son fabricados al menor costo posible y vendidos como objetos de lujo a precios prohibitivos. A diferencia de otras marcas, y si bien las ventas crecen a un ritmo constante, Hermès no abre locales sin parar. Prefiere ir despacio y prioriza la remodelación de aquellas boutiques que ya existen con el objetivo futuro de que incluyan todo el universo de la casa, que se amplía año tras año. La talabartería familiar creada en 1837 reúne hoy, además de las colecciones hombre/mujer y de los accesorios ya conocidos, otros métiers como alta joyería, muebles, objetos de decoración y vajilla. Emplea a casi 12.000 personas, más de 7000 de ellas en Francia, pero sigue funcionando como una empresa familiar, hoy manejada por la sexta generación. Sus mayores ingresos se concentran en la zona Asia-Pacífico (46%), seguida por Europa (35%) y las Américas (17%).
Otra gran diferencia radica en que la producción sólo comienza recién luego de que los directores de las boutiques hayan hecho sus pedidos anuales, dos veces al año y con un año de anticipación, sobre la base de las creaciones que propone la casa. Esa oferta en parte limitada, ya que no depende directamente de la demanda como suele suceder, multiplica el interés de la clientela y asegura, en cierta medida, un carácter excepcional a cada pieza que se adquiere.
En la mesa de uno de los talleres descansan unos dibujos de Julio Le Parc. El artista mendocino de 86 años fue el elegido para la nueva colección de Hermès Editeur, 60 ejemplares únicos de los carrés sobre los que se imprimieron variaciones de su obra La Longue Marche, de los años 70. Los pañuelos fueron lanzados en junio, a 7000 euros cada uno, después de dos años de trabajo en equipo. A metros de allí, Delphine y Anaïs cuentan emocionadas que descubrieron un videoclip del cantante de R&B Usher en el que se lo ve con una de las versiones en blanco y negro de esos carrés alrededor del cuello. La noticia se propaga por el resto del atelier y rápidamente todos están sonriendo: la mayoría participó en alguna de las etapas de ese objeto. En Hermès, la noción de empresa familiar va más allá de los herederos e incluye a sus artesanos, que transmiten un cierto orgullo de formar parte de esta casa y que, con frecuencia, forman ellos mismos núcleos familiares en donde varios miembros de una misma familia trabajan en los distintos ateliers.
“Creo que la fuerza de la casa Hermès es una forma de familia espiritual. No es sólo la familia que es propietaria de la casa, sino también toda la gente que trabaja en Hermès. Los colegas, los artesanos, todo el mundo está bastante orgulloso de trasformar la materia, de crear un objeto que se mantiene en el tiempo. Esa felicidad, ese entusiasmo, es un valor inmaterial”, confesaba hace unas semanas a LA NACION el director artístico de la casa desde 2009, Pierre-Alexis Dumas, sexta generación de la familia fundadora.
A los más jóvenes se agregan cientos de empleados que transitan por estas salas desde hace 20, 30 o hasta 40 años. Son las verdaderas joyas de la casa, esos que conocen a fondo cada una de las técnicas y sobre quienes recae la tarea minuciosa de la retransmisión a las nuevas generaciones que llegan. El caso de Jean-Jacques, el “patrón de la cocina de los colores”, a cargo del taller donde se imprime sobre seda. Con 220 personas, este atelier que utiliza una técnica de impresión tradicional (a diferencia del inkjet) es el único que funciona las 24 horas, con tres equipos que trabajan ocho horas cada uno. El día de la visita de LA NACION, Jean-Jacques pasea por las salas una última vez. Visiblemente emocionado, le llegó la hora de la jubilación, después de 42 años pasados en esta casa, su único empleador a lo largo de toda su vida. Le deja las riendas a Elise, a quien estuvo formando durante siete años. “Tenemos un contrato moral: transmitir. No somos dueños de nuestro saber”, sintetiza el responsable de la comunicación de los ateliers de la seda, Kamel Hamadou, con 27 años de historia en Hermès. Hamadou viaja por el mundo explicando las ocho etapas por las que pasan los carrés. Las repite una y otra vez, siempre con la misma pasión y el mismo entusiasmo. El storytelling -el arte de contar una historia- es un método muy utilizado por las marcas francesas porque les permite explicar sus orígenes, su identidad y su filosofía, y así seducir y tranquilizar a la clientela que invierte cientos o miles de euros en un objeto. La longevidad, las técnicas de savoir-faire artesanales y el made in France son características cada vez más importantes: ante la democratización del lujo, el secreto para el cliente de alto nivel radica en invertir en aquello que realmente lo vale y que sobresale del lote.
En el tercer piso de la boutique de Faubourg Saint-Honoré, que data de 1880, el cabinet de curiosidades creado hace 100 años por Emile Hermès, coleccionista y nieto del fundador, confirma que en este caso no es un simple cuento: es la historia de seis generaciones. Con el caballo como tema predominante, en estas salas con perfume de historia se encuentran objetos de todo tipo, incluso varios traídos de la Argentina y relacionados con los gauchos. “Seducido por la elegancia del gaucho, Emile viajó muy rápidamente a la Argentina. Estaba muy interesado por esa cultura. La tercera generación de la familia entendió que no había que esperar e ir al encuentro de esas otras formas de vida. Bastante original para su época”, reflexiona en diálogo con LA NACION la directora del patrimonio cultural, Ménéhould de Bazelaire.
Los creadores de la casa suelen pasear por estas salas en busca de inspiración. Una de las fuerzas de Hermès es haber logrado a la perfección readaptar sus modelos históricos y crear nuevos que están en armonía con su tradición. Resiste así al paso del tiempo, contenta a las clientas de larga data y seduce a los nuevos mercados.
Las ocho etapas en la vida de un carré, cada una con un savoir-faire en particular, comienzan con el dibujo. Robert Dumas fue el creador del primero, “Le jeu des omnibus et des dames blanches”, en 1937, y desde entonces se hicieron más de 2000 ilustraciones. Su hijo, Jean-Louis Dumas, continuó con la tarea y, tras su fallecimiento, dejó una carpeta con cientos de dibujos que todavía no habían sido utilizados. El actual director creativo, Pierre-Alexis, nieto de Robert e hijo de Jean-Louis, puede elegir entre alguno de ésos o pedirle a la cincuentena de ilustradores freelance con los que trabaja la casa. Algunos se especializan en mundos que los apasionan como la caza, los animales, los caballos o el universo felino, por ejemplo. Cuando el dibujo está listo, y con todas las composiciones de colores elegidas, pasará por el grabado, en donde se descomponen de manera tradicional y en cuadros cada uno de los colores utilizados; la elaboración de la coloración (la carpeta histórica de Hermès con 40 colores y 75.000 tonalidades está guardada bajo llave); el tejido, en donde la materia bruta, los capullos traídos de Brasil, se convierte en seda; la impresión, con una técnica tradicional en donde las máquinas acompañan y no reemplazan al ojo humano; el acabado; la confección, y los controles de calidad. Para el visitante, esta última etapa es una tortura: el mínimo defecto, imperceptible para el ojo común, deja fuera del juego a los carrés. Por más perfectos que parezcan, serán desechados y reciclados. Cada año la casa propone una veintena de novedades, además de otros diez dibujos que ya existen y que son reinterpretados con nuevas combinaciones de colores. Hermès no comunica sobre la cantidad de pañuelos que vende por año, pero el sector de la seda y los textiles facturó, en 2014, 482 millones de euros, lo que representa el 12% de las ventas totales de la casa.
La lista la encabeza el sector de la marroquinería y los objetos ecuestres, con ingresos por 1842 millones de euros, el 45% del total. Al norte de París, en Pantin, está uno de los 14 ateliers de marroquinería que Hermès tiene repartidos en las distintas regiones de Francia, y a los que se suman dos recientemente construidos. En total son 2500 artesanos, de los cuales 250 trabajan en tres de los cinco pisos del edificio de Pantin, donde nacen las creaciones. Las nuevas carteras, por ejemplo, y también las reactualizaciones de los modelos clásicos, para que no envejezcan. En esos talleres vidriados, rodeados de cientos de herramientas y de carteras colgadas a medio hacer, los artesanos cosen a dos manos con hilo de lino encerado con cera de abeja, lustran los bordes, afinan el cuero. “No creamos pensando en la moda. Hermès no es una casa de moda, sobre todo en lo que respecta a la marroquinería. Mi cartera tiene que recorrer varios años. Lo interesante es ser único”, explicaba hace un tiempo durante una visita de LA NACION la directora artística desde 2008 del sector de marroquinería y objetos ecuestres de Hermès, Couli Jobert.
La vara está puesta alta. La Birkin (1984) y la Kelly (creada en los años 30 y oficialmente llamada así en 1956) son, en ese orden, los dos modelos más vendidos. Les siguen la Lindy (2006), la Toolbox (2010) y la Constance (1967), nuevamente en el podio de las preferidas desde 2009. “Ésta es una de las raras casas en tener dos modelos de carteras muy exitosas durante muchos años. Es muy perturbador, porque son dos monstruos sagrados, y al mismo tiempo es fantástico. Son como garantes de nuestro savoir-faire. Están aquí para recordarnos que en Hermès hay excelencia, porque hacer una Kelly o una Birkin es complejo”, confiesa Jobert. Dado su savoir-faire muy completo, el modelo Kelly es el primero que los nuevos artesanos tienen entre sus manos después de un año académico y dos de formación. Aprender a manejar sus propias habilidades les toma otros cinco años. Cada cartera, que lleva entre 12 y 18 horas de trabajo (150 horas cuando es un baúl), es fabricada por un mismo artesano de principio a fin, y cada artesano fabrica cuatro carteras al mismo tiempo. “Si está enfermo, la cartera espera”, dice Virginie Vandier, artesana durante siete años y hoy dedicada a la formación de los nuevos artesanos.
Desde el conflicto con LVMH (Moët Hennessy-Louis Vuitton) en 2010, que en secreto adquirió 23,1% de las acciones de Hermès -lo que le valió una multa de ocho millones de euros-, los herederos crearon un holding familiar que agrupa y bloquea durante 20 años los títulos de 52 de los 72 herederos actuales (de las tres ramas: los Dumas, los Puech y los Guerrand), por un total de 50,2% del capital (más un derecho sobre el 12,3 por ciento adicional). Un instrumento que les permite controlar casi el 73% de la sociedad y los protege ante el riesgo de que algunos familiares que no trabajan en la casa se conviertan en sus peores enemigos. Para insistir aún más en la preservación de la unidad familiar, la casa volvió a ser dirigida desde hace dos años por un heredero, Axel Dumas, de 44 años, sexta generación de la familia. La saga continúa.
LA NACION