Fútbol sin edad: el furor de seguir jugando después de los 50 años

Fútbol sin edad: el furor de seguir jugando después de los 50 años

Por Ariel Ruya
La imaginación es una escuela fascinante: todo puede ocurrir en la travesía de los sueños. Ser jugador de fútbol es, tal vez, la ilusión recurrente de la mayoría de los niños, apenas ensayan los primeros pasos. Caminar, correr, jugar, patear pelotas en los aires. El balón es un amigo inseparable: es para todos y no tiene fecha de vencimiento, ni siquiera certificado de jubilación. Con el avance de la medicina, con la expectativa de vida más allá de los 70 años, los adultos que escapan de la rutina de los últimos años laborales, corren, sudan, le pegan al balón con alma y vida, como en aquellos buenos viejos tiempos. No se inclinan, de modo exclusivo, en el arte del golf o en los drives cruzados del tenis. Siguen jugando al fútbol. Como el primer día, con la misma adrenalina, con la misma pasión. Es el club de los 50: un veterano furor por jugar al fútbol todas las semanas. El límite, verdaderamente, no tiene precisiones: en los últimos diez años, esta tendencia creció un 30 por ciento, según surge de testimonios recolectados en variados torneos.
Eduardo Mendiburu es un wing de los de antes. Un clásico número 11: pegado a la antigua raya izquierda de cal. En realidad, lo sigue siendo. Su documento, su historial, lo avala: entre 1979 y 1983 sudó la gota gorda en Dock Sud, Talleres, de Remedios de Escalada, y San Telmo, en barrosas y nostálgicas canchas del ascenso. Se despertaba y se dormía con las gambetas del Negro Ortiz. Rápido y potente, marcaba 12 goles por año. Como buen hincha de Independiente, admiraba a Bertoni y Barberón. Ganaba dos mangos y jugaba por amor a la camiseta. Como hoy, a los 63 años. “Es la misma pasión. Me lo pide el cuerpo, necesito la adrenalina de jugar en serio en un torneo todos los fines de semana. Cuando sos chico no les das importancia a las cosas esenciales de la vida, como el culto a la amistad. Hoy, después de los partidos, en los que nos jugamos la vida, lo más importante es el tercer tiempo, en el que compartimos asados, historias de vida, recuerdos, lo que nos pasa hoy”, se reconforta.
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Se entretiene en el club La Ribera, le pone el pecho a un torneo bravo de la zona sur. De lunes a viernes es el jefe de un depósito fiscal en Avellaneda. Pero eso es lo de menos: se entrena en un gimnasio tres veces por semana, mientras imagina proezas, goles de palomita, desbordes con pimienta. Los nuevos jóvenes de 50 y 60 años precisan el combustible de la pasión, sienten una energía renovada.
Zurdo, elegante, con criterio para la marca, con clase para la proyección. Como clásico número 5, Oscar del Campo se mira en el espejo y la imagen devuelve a Fernando Redondo, un exquisito volante central de un tiempo que voló. A los 64 años, sin embargo, el capitán de Juventud de Bernal, otra entidad que le pone el pecho a un campeonato de corajudos, con el cuchillo entre los dientes, debe retrasarse unos metros y a veces cae en el fondo de la cancha, disfrazado de zaguero. “Doy las gracias de seguir atándome los cordones. Espero todos los sábados con desesperación, porque es algo que me hace feliz, que me mantiene vigente. Hace unos años, a mi edad, era impensable esto. Es un cable a tierra. Lo más importante es reconocernos a través del tiempo. Lo social es la clave: los adultos no sólo hablan de los nietos o de que la vida se nos va, sino que nos sentimos vivos. El fútbol nos ayuda a sentirlo”, rubrica el coordinador periodístico de la agencia de noticias Télam.
Padre de Matías, ex jugador de las inferiores de Independiente y de Deportivo Armenio, corre entre semana para no perder vigor físico y describe el después de escena como la fórmula perfecta para cerrar el círculo de la felicidad. “Charlamos de la vida, es un modo de seguir con la sangre caliente. A nuestra edad comprendemos el sentido de las cosas de otra manera. Les damos valor a asuntos que años atrás nos parecían superficiales”, advierte.
En los torneos, que conjugan el amor por el amateurismo con la efervescencia de lo profesional, se exige un plan médico integral para evitar sustos repentinos. No hay, en todos los casos, una ambulancia en los portones a modo de resguardo: todos los entusiastas del balón más allá de los 50 no están a salvo de riesgos físicos. Los profesionales de la salud, los profesores de la psicología, nutren de su sapiencia también en esta nueva tendencia.
Miguel Ángel Crespo es un médico experto en el ámbito deportivo. Traumatólogo de la Asociación del Fútbol Argentino, es también miembro fundador de la Asociación Argentina de Traumatología del Deporte. “El incremento de las actividades deportivas que se produjo durante las últimas décadas abarca todo el rango: niños, adultos y mayores practican deportes como si fueran jóvenes en la plenitud de sus capacidades físicas. El fútbol es nuestro deporte nacional y todo aquel que lo ha jugado se resiste a abandonarlo a pesar del paso de los años. Esto se debe a que con su práctica se mantienen las capacidades físicas, se incrementan los lazos sociales, se combate el estrés laboral y se minimizan y postergan los achaques del envejecimiento: incremento del peso corporal, entumecimiento articular, pérdida del equilibrio y de las habilidades, aislamiento y depresión. Pero, por sobre todo esto, domina la pasión que despierta la competencia, la que suele comenzar como diversión y termina tanto o más enfervorizada que entre profesionales”, reflexiona una voz autorizada.
¿No sobrevuela el fantasma de un peligro real? ¿El deporte es sinónimo de salud sin fronteras, más allá del paso de los años? Crespo le quita las capas al misterio: “Las prácticas se deben dosificar razonablemente, realizarse entre pares y con un nivel de entrenamiento. De no ser así aumenta el riesgo de sufrir afecciones causadas por el esfuerzo excesivo. Para sortearlas se deben tomar medidas preventivas que eviten consecuencias indeseables”.
Germán Diorio es psicólogo, especialista en deportes. Se introduce en las cabezas del plantel de fútbol de Vélez y en el equipo de Obras de básquetbol. “Hacer actividad física, o involucrarse en torneos (serios y competitivos o no tanto), puede ser de enorme ayuda para equilibrar la balanza de las obligaciones con las necesarias escapadas o actividades liberadoras que toda persona necesita para estar en eje. Pero para que eso sea ciento por ciento sano sólo hay que tener el ojo puesto en evitar que esa actividad se convierta en el centro de nuestra vida”, es su interesante observación. Un asunto que excede el marco teórico de los 50 años.
“Claro que ese fútbol de fin de semana puede ser meramente recreativo o competitivo. Y en este último apartado, la competencia suele traer consigo algunos adicionales, entre los que encontramos el compromiso que el deportista toma con el equipo o torneo en el que participa, que en muchos casos suele poner a los involucrados en una línea cercana al fanatismo, que a veces puede acarrear el peligro de involucrarse demasiado, llegando al punto de poner el fútbol de fin de semana por delante del trabajo, la familia u otras actividades”, confirma Diorio. Y sí: los torneos, en su mayoría, son de magnitud. Pierna fuerte, corazón caliente… y hasta alguna trompada, cuando el fervor por el triunfo desconoce de edades. El especialista descubre, también, otros atributos: “La búsqueda de escapes de placer se ha vuelto una herramienta vital para sobrevivir en medio del vertiginoso ritmo al que estamos sometidos. Escaparse sirve para ‘resetear’ la cabeza, y en algunos casos, como el fútbol de fin de semana, por ejemplo, para comprometerse con una actividad que, de paso, sirva para mover el cuerpo y realizar la tan necesaria actividad física. Realizar algo saludable, para el cuerpo y la cabeza”. Y más aún, cuando la máquina y la mente ya exhiben las huellas del tiempo.
En los countries suelen crearse campeonatos de quilates. En todos los casos, las canchas son de 11. Suele haber dos tiempos de 40 minutos. En la Asociación Intercountry de la zona norte están inscriptos 1000 veteranos: los “maxi”, con más de 48 años, los “súper maxi”, de más de 55. Torneo Apertura y Clausura, ascenso y descenso, y hasta un proyecto ambicioso: un certamen para más de 62. Hay un intrépido que tiene libreta de enrolamiento: juega a los 72 años. Alberto Acosta, el genial goleador de San Lorenzo, es la figura “maxi”: marcó 25 goles para Haras del Pilar, el último campeón, con camiseta blanca. No se trata de ex jugadores de modo exclusivo: todos pueden participar. Sin embargo, novatos, abstenerse: se juega con el corazón, la cabeza y una necesaria dosis de habilidad.
En la Liga Country Sur sucede otro tanto: se nutre de 300 jugadores. Mariano Pricolo, el organizador, está convencido de la tendencia. “Creció un 30 por ciento en la última década. La explosión comenzó en 2010, 2011, cuando muchos comprendieron que el fútbol también podía ser una alternativa para su edad, no sólo el tenis, por ejemplo. Los partidos son diferentes: se habla mucho y lo mejor ocurre en los primeros tiempos. Después, sólo se destacan los que siguen con aire”, puntualiza. Hay torneos en la ciudad, en la provincia, en variados ámbitos: el fútbol senior mueve montañas. Los campeonatos de la Bancaria y de Faccma también marcan la agenda.
La celebración del gol tiene otro sentido más allá de los 50: es un triunfo del espíritu. Crespo, el doctor, apunta a la prevención. “Es necesario el examen cardiológico que consta de los estudios clínicos, de medir la tensión arterial, de exámenes de laboratorio y ergometrías, y debe repetirse al menos una vez al año. También, la visita a un traumatólogo vinculado al deporte, quien observará si el aparato locomotor se encuentra en condiciones de soportar las cargas propias de una actividad demandante sobre huesos, articulaciones, músculos y tendones”, resalta el ex facultativo de San Lorenzo.
Hay que tener cuidado, más que nunca, en factores como la alimentación, los suplementos, medicamentos, las drogas (incluidos el tabaco y el alcohol) y, sobre todo, el descanso reparador entre las cargas físicas. Precauciones para el disfrute pleno, sin la cárcel de la edad. Cuando la pelota es una maravillosa excusa para seguir detrás de la felicidad. Hasta que caiga la última hoja del almanaque.
LA NACION