29 Oct El refugio del fútbol
Por Ezequiel Fernández Moores
A diferencia de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años de la foto que conmovió al mundo, y a diferencia también de los más de 2600 refugiados que murieron en 2015 intentando cruzar el Mediterráneo, Mohammed Jaddou llegó vivo primero a la costa turca. En el viaje siguiente a Italia, el bote, con 130 personas hacinadas a bordo, comenzó a hundirse. Mohammed arrojó comida y demás pertenencias al mar. No paró de sacar agua con sus manos, igual que su padre Bilal y su tío Zakaria. Pasó luego cinco días y cinco noches sin dormir frente a la costa de Sicilia. Sin luz y sin timón. Fue alojado en un campo para refugiados. Esquivó a la policía y llegó a Milán. Durmió en la estación de tren. Dio sus últimos dineros y llegó a Munich. Vio morir a varios en su viaje de dos meses y casi 6000 kilómetros. Ahora vive en Oberstaufen, cerca de la frontera con Austria y Suiza, entre pinos y colinas. Tiene permiso para entrenarse tres veces a la semana con el Revensburg, un equipo alemán de quinta división. Capitán y figura de la selección que se clasificó al Mundial Sub 17 de Chile, Mohammed Jadou es acaso la mayor promesa del fútbol sirio. Sueña con superar a Cristiano Ronaldo.
A tono con la reacción en Alemania, el país que lideró la vuelta al viejo concepto de una Europa más solidaria, cada jugador de Bayern Munich saldrá este sábado al campo, ante Augsburg, con un niño refugiado y otro alemán a cada lado. El club bávaro anunció que creará un campo de entrenamiento para refugiados y donará un millón de euros, igual que Real Madrid. Los hinchas alemanes, conmovidos porque en 2015 campamentos de refugiados sufrieron más de trescientos ataques neonazis, fueron los primeros en Europa que exhibieron carteles en los estadios que decían “Bienvenidos refugiados”. La Federación Alemana (DFB) tiene un programa con casi trescientos clubes que dan lugar a refugiados, que va de regalar boletos a crear campos de entrenamiento. Figuras de la selección alemana grabaron un video de apoyo. El diario popular Bild recordó que miles de alemanes fueron acogidos en otros países en tiempos de Hitler. La solidaridad, analizó Der Spiegel, era antes de minorías de izquierda y religiosos. Importaba salvar más a un banco que había estafado a miles que a un barco con refugiados. Ahora, miles de ciudadanos ayudan con clases de alemán, cuidando niños, donando alimentos y hasta alojando a refugiados en sus casas.
Los clubes ingleses se sumaron a la onda solidaria. Presionaron primero sus hinchas, que este fin de semana copiarán en los estadios los carteles de bienvenida a los refugiados que se vieron en la Bundesliga. La Premier League, espectacular, es la liga más codiciosa, con sus clubes de patrones extranjeros, TV de pago y los boletos más caros del mundo. Ostentó en estos días un nuevo gasto récord en el último mercado de pases, 1185 millones de euros, mucho más que España (571 millones), Italia (550) y Alemania (411). Los clubes grandes quieren recuperar reinado europeo: Manchester City pagó 70 millones por el belga Kevin De Bruyne y 45 por Nicolás Otamendi y Manchester United gastó 50 millones (más 30 de eventuales bonus) por Anthony Martial, un atacante francés de 19 años más caro que Zinedine Zidane, con apenas 13 goles en primera y sin partidos en la selección mayor. Hasta Newcastle gastó 70 millones en fichajes y el ascendido Watford compró a quince jugadores. Quieren seguir en primera la temporada próxima, cuando comience el nuevo contrato de TV: 7000 millones de euros por tres años. La brecha se hace cada vez más obscena.
La Premier League tiene mayoría de jugadores extranjeros. Hay futbolistas de 59 países distintos. Una “plaga”. Así llamó el premier David Cameron semanas atrás el arribo a Gran Bretaña no de las estrellas extranjeras de fútbol, sino de refugiados que mezcló con migrantes, tema también de indignación en los tabloides británicos. “¿A cuántos más tenemos que recibir?”, se preguntó días atrás el Daily Mail, ignorando que a Europa llegó apenas el diez por ciento de los cuatro millones de refugiados sirios. Hasta que irrumpió la foto devastadora del pequeño Aylan. “Ahí, yace, en esa playa, el mundo entero”, escribió Juan Cruz en El País sobre el niño kurdo, símbolo de la crisis de un país con seis mil años de historia, de una región que fue cuna de la escritura y del alfabeto. Robert Fisk, una de las firmas más respetadas del periodismo británico, apuntó directamente a Europa: “Fuimos nosotros los que bombardeamos, corrompimos e invadimos a los musulmanes de Medio Oriente. Fuimos nosotros los que soportamos a sus dictadores hasta que fueron desobedientes a nuestros deseos. Fuimos nosotros los que succionamos sus riquezas, su petróleo y su gas natural”. Un saqueo que incluyó también a los mejores futbolistas.
Mohammed Jaddou no jugará el Mundial Sub 17 que comenzará el mes próximo en Chile. La primera advertencia fueron los dos ataques al autobús de la selección. Los rebeldes lo amenazaron de muerte. Arrojaron bombas al campo de entrenamiento. Decidió partir tras la muerte de su compañero de pieza, Tarek Ghair, asesinado en los ataques a la ciudad de Homs. Fue en 2011, después del primer estallido en Dera, reprimido por las fuerzas de seguridad, que también mató, entre otros, al jugador Mahmoud al-Jawabra, del Al-Shouleh SC. El colega James Dorsey, uno de los mayores especialistas del tema, me apunta una lista con gran cantidad de futbolistas que figuran entre los 13.000 muertos de Homs, la ciudad más devastada por la guerra civil. Están los casos del puntero del Al-Wathbah SC, Tarek Intabli, líder opositor primero, negociador luego y asesinado en mayo pasado por los rebeldes. Y del arquero de la selección Sub 23 Abdul Baset Al-Saroot, ahora declarado un “traidor” por los terroristas de Estado Islámico porque se pasó a otro grupo rebelde.
Entre los futbolistas arrestados en 2011 en Homs, acusado por el gobierno de participar de las protestas, estaba el arquero Mosab Balhous. Al año siguiente, Balhous formaba parte de la recepción que el presidente Al-Assad ofreció en el Palacio del Pueblo a la selección campeona de Asia Occidental. Cada jugador recibió casa, trabajo y 1500 dólares. Balhous fue suplente en la selección que ayer goleó 6-0 a Camboya en Phnom Penh, por eliminatorias al Mundial 2018. El fútbol, dice el periodista Omar Ibrahim, sirve al gobierno para mostrar control y supuesta normalidad pese a una Guerra Civil que lleva más de 250.000 muertes y destrozó al país. El campeonato de primera sigue adelante con sus catorce equipos, algunos de gran avance inclusive en copas asiáticas. Y ello pese a que la FIFA retuvo fondos porque sospecha que son desviados por el gobierno para la guerra. Y pese también al asesinato en 2012 del presidente de la Federación, Mohammad Marwan Arafat, a manos de rebeldes. Para los jugadores opositores, que no quieren jugar más en una “selección criminal” y vistiendo una camiseta “manchada de sangre”, el FSNFT, una federación paralela, entrena en Turquía una selección que juega con camiseta verde.
Los yihadistas del Estado Islámico difundieron un video en 2014 queriendo hacer creer que un jugador portugués unido a sus filas (Celso Rodrigues Da Costa) era el internacional francés Lassana Diarra. “Jugó en el Arsenal, dejó el dinero y Europa, dejó todo por la yihad”, decía una voz en off. Otro video de un canal sirio, que las redes sociales atribuyeron burlonamente a supuestas tácticas del gobierno, mostraba a un periodista analizando de qué modo los rebeldes se enviaban mensajes en código a través de una jugada del Barcelona, el equipo de Messi patrocinado por Qatar, nación opositora al gobierno sirio (http://bit.ly/1M9R1GN) . Messi, pretendía decir el video, marcaba en su carrera el recorrido del tráfico de armas. Otros informes, en cambio, lejos de los intereses de guerras que estallan siempre cerca de dónde hay petróleo, cuentan de qué modo el fútbol alivia a los niños sirios, hombres y mujeres, en los campamentos de refugiados. También el fútbol es alivio para Mohammed Jaddou. En la vivienda alemana que comparte con padre, tío y otros tres refugiados sirios, confía en lograr la residencia definitiva, ganarse un puesto en el equipo de F. V. Ravensburg, saltar a la Bundesliga y llegar a jugar como Cristiano Ronaldo. “Quiero comenzar cuanto antes -dijo Jaddou a The New York Times- para traer también aquí a mi madre y dos hermanos. En cualquier momento pueden decirme que han muerto”.
LA NACION