Conmociones

Conmociones

Por Ezequiel Fernández Moores
tentes y rápidos, los jugadores chocan más fuerte que nunca. Confían en sus cuerpos de atletas perfectos. No hay lugar para los débiles. Los avances de la ciencia médica y la aparatología moderna ayudan a recomponer en tiempo record articulaciones, huesos y músculos rotos. Nadie se preocupaba por los golpes en la cabeza. Para eso estaban los cascos. Hasta que Bennet Omalu, neuropatólogo nigeriano de 34 años, examina en 2002 el cerebro de Mike Webster. El ídolo histórico de los Acereros de Pittsburg era un duro Salón de la Fama, de los que jugaban primero y se operaban después. Murió a los 50 años, con demencia, depresión y amnesia. Omalu descubrió que Webster sufrió una enfermedad desconocida, que él llamó CTE (encefalopatía traumática crónica), la degeneración progresiva del cerebro por los golpes en la cabeza. Webster, que no recordaba ni siquiera cómo alimentarse, había acumulado cerca de 25.000 golpes. Veía “pajaritos” y volvía de inmediato a la cancha. Jamás le diagnosticaron conmoción cerebral. Concussion. Así se llama la película que jaquea hoy a la liga más poderosa del deporte mundial, la National Football League (NFL), una industria de 10.000 millones de dólares.

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“Te enfrentas a una corporación que es dueña de un día de la semana.” La advertencia al doctor Omalu ( Will Smith ) se escucha en el trailer de Concussion, cuyo estreno está anunciado para diciembre. La corporación (la NFL) habló con Sony. “Smith debe decir en entrevistas que le gusta el fútbol, que su hijo juega fútbol.” “Diremos que, simplemente, es una historia dramática.” “No hay que demonizar a la NFL.” Lo piden ejecutivos de Sony en correos internos. Peter Landesman, ex periodista y director del filme, negó que Sony haya supervisado el guión, pero admitió cambios. “Para ajustarnos más a los hechos”, se atajó. En una de las escenas eliminadas, Roger Goodell, comisionado de la NFL y con un sueldo anual de 44 millones de dólares (caracterizado por Luke Wilson), recibe una llamada de medianoche. “Tenemos un problema serio”, le dicen los médicos Joe Maroon y Elliot Pellman. Dave Duerson, 50 años, bicampeón del Superbowl, economista y representante sindical de los jugadores, se mató de un balazo en el pecho. Dejó su cerebro intacto -decía la nota póstuma- para que fuera revisado por la Facultad de Medicina de Boston. Duerson también sufría CTE.

La demanda llevó años. En abril pasado, la jueza Anita Brody, con acuerdo de las partes, estableció que la NFL deberá pagar mil millones de dólares en 65 años para indemnizar a jugadores dañados y promover estudios científicos. La denuncia incluyó casos como los de Jovan Belcher, que se mató en 2012 ante su entrenador y tras asesinar a su pareja, también él con CTE. Las víctimas de CTE deberán ser indemnizadas con 4 millones de dólares. Las de demencia, con 3 millones, y las de ELA (enfermedad lateral amiotrófica), con 5 millones. Unas 200 familias rechazaron el acuerdo y seguirán su juicio. Entre ellas, la de Junior Seau, uno de los jugadores más amados, que se mató en 2012 con una Magnun, otra vez disparándose en el pecho, para que examinaran su cerebro. Tenía 43 años. También era víctima de CTE. En los últimos años, la NFL donó millones en investigaciones independientes y efectuó cerca de cuarenta cambios reglamentarios a fin de evitar choques de cabezas. Las conmociones, afirma, se han reducido. Hubo 171 en 2012, 152 en 2013 y 123 en 2014.

Igual que la NFL, el descubrimiento de Omalu obligó también a otros deportes de contacto a cambiar sus reglamentos. El lunes pasado, la Nacional Hockey League (NHL) suspendió por 41 partidos y multó con casi medio millón de dólares al jugador Raffi Torres por un golpe brutal en la cabeza de un rival en un partido de pretemporada. Las canchas de ascenso del fútbol argentino quedan precarias para el juego más físico de hoy. ¿Y la negativa a salir del uruguayo Álvaro Pereira, claramente conmocionado, contra Inglaterra en Brasil 2014?. “No puede ser que todavía tengamos una conmoción cada dos partidos y medio”, se lamentó el médico escocés Willie Stewart en un programa especial que la BBC emitió días atrás, antes del inicio del Mundial de Rugby. Es el médico que descubrió en 2013 al primer rugbier con CTE, el irlandés Kenny Nuzum, fallecido a los 57 años. Aún con el nuevo y severo protocolo, el rugby inglés registró 89 casos de conmoción en la temporada 2013-14, un 59 por ciento más que la anterior. El Mundial impone penas más duras no sólo al indisciplinado, sino también al imprudente. “Los hombros y las caderas -dijo a la BBC el médico ex crack de Gales J.P.R. Williams- se puede reconstruir o reemplazar, pero si dañas tu cerebro no hay vuelta atrás.”

“Si uno espera a que aparezcan los síntomas ya es tarde y yo quiero vivir mucho y bien. Debería tomar riesgos como jugador que no quiero tomar como persona.” En marzo pasado, Chris Borland, una de las mejores promesas de la NFL, anunció su retiro. Tiene 24 años. Renunció a un salario de medio millón de dólares anuales. Fue un golpe. La NFL, que prevé ingresos de 25.000 millones de dólares para 2027, había logrado en 2003 que ESPN, con la que tiene contrato, cancelara la segunda temporada de Playmakers, una ficción sobre fútbol americano que incluía drogas y sexo. Las polémicas de anabólicos y parapléjicos de los 90 dieron paso a las lesiones cerebrales, como lo reflejó otro documental de 2012 (Head Games). En 2013, la NFL forzó otra vez a ESPN a que se retirara de League of Denial (Liga de la Negación), otro duro documental basado en un libro y focalizado en CTE. “¿Sos consciente de lo que estás haciendo?”, cuenta Omalu en ese documental que le advirtió un médico de la NFL. “No puedes ir contra el fútbol. Te aplastarán”.

Concussion cuenta la campaña de amenazas y descrédito que sufrió Omalu desde que descubrió las pequeñas manchas rojas y marrones en el cerebro de Webster. Era un principiante, pero recibió apoyo de su jefe, Cyril Wecht, que examinó los cerebros de John Kennedy y Elvis Presley. También de Bob Fitsimmons, el abogado furioso porque había tenido que recurrir a un juez para que la NFL pagara pensión por incapacidad completa a Webster, que vivía como un sin techo. Omalu pasó noches sin dormir, puso hasta 100.000 dólares de su bolsillo, guardó el cerebro de Webster en su casa y profundizó sus estudios, porque “lo que la mente no conoce el ojo no lo puede ver”. Publicó su descubrimiento en una revista científica. Hombre muy religioso, creyó que la NFL agradecería su aporte y buscaría cómo cuidar a sus jugadores. Ingenuo. Tres jefes médicos de la NFL le exigieron que se retractara. Uno de ellos, Pellman, es reumatólogo. Jamás había estudiado un cerebro. La NFL lo ignoró siempre. Lo trató de “soplón”. Omalu siguió encontrando CTE: en el cerebro de Andre Waters, que se mató a los 44 años con un disparo en la boca y en el de Justin Strzelczyk, quien, agobiado porque escuchaba “voces diabólicas”, se mató provocando un desastre en la ruta.

Omalu fue traicionado inclusive por un ex colaborador, amante de los medios y los juicios millonarios, que casi se apropió del CTE. Siguió sus estudios en silencio. Encontró más casos de jugadores con CTE. La NFL, presionada, le mandó a uno de los neurólogos más reputados de Estados Unidos. Peter Davies jamás vio cerebros así: personas de 40 o 50 con daños que jamás había visto en personas de 90 años. Davies avaló a Omalu, pero también investiga si el CTE puede estar vinculado con el consumo de esteroides. La Universidad de Boston analizó 91 casos: el 96% tenía CTE. La Fundación Rockefeller comenzó a financiar la investigación de Omalu. Concussion, inspirada en un formidable artículo de 2009 de la revista GQ, es también un homenaje al médico nigeriano. Se estrenará semanas antes del Superbowl. Los gladiadores golpeados ya no vuelven de inmediato al campo, ovacionados por la multitud. “Ahora -escribió días atrás William Rhoden en The New York Times- los aficionados saben qué sucede cuando un jugador queda conmocionado”. “Es mi riesgo ético seguir viendo partidos de fútbol, pero honestamente -dijo Michael Humphrey en Forbes- no sé qué hacer.”.
CANCHA LLENA – LA NACIÓN