Cómo no ganar el Premio Nobel

Cómo no ganar el Premio Nobel

Por Nora Bär
Los Nobel son como esos programas de TV que todo el mundo critica, pero nadie quiere dejar de ver. Aunque ya existen premios dotados de recompensas que los triplican (por ejemplo, el creado por el físico ruso devenido en multimillonario Yury Mindlin, que otorgó tres millones de dólares a nueve personalidades de la física fundamental, entre las cuales estuvo el argentino Juan Maldacena), después de más de un siglo siguen gozando de un prestigio superlativo y cautivando el interés del público. Llegar a Estocolmo de la mano de la Real Academia de Ciencias de Suecia es ingresar al olimpo de la celebridad, y todo lo que los rodea -el detrás de escena, los entredichos, las controversias- adquiere un cierto aire de leyenda.
Por eso, tan interesantes como el puñado de elegidos que cada año cenan con traje de etiqueta y reciben los aplausos, son los candidatos que se lo perdieron por un guiño del destino. La revista de la Institución Smithsoniana de los Estados Unidos, que dirige 19 museos, nueve centros de investigación y un zoológico, publicó la semana última las historias de algunos de ellos, identificados gracias a una investigación del historiador de la medicina Nils Hansson en los archivos del Instituto Karolinska.
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Según Hansson, como hay menos medallas que nominados en posición de obtenerlas, el comité de selección tiene que evaluar no sólo la excelencia, sino también la originalidad y magnitud de los descubrimientos. Como en toda competencia que no sea estrictamente deportiva, ya que en su testamento Alfred Nobel indicó que el premio debía ser “para aquellos que hubieran conferido el mayor beneficio a la humanidad”, una miríada de factores pueden torcer las decisiones.
Es más, el historiador identificó las causas más probables de frustrarle la fiesta a alguien perfectamente merecedor de la distinción. Una de ellas es carecer del marketing adecuado. Dado que el comité recibe nominaciones enviadas por personalidades destacadas, éstas tienen que “venderles” el personaje a los evaluadores. Algo de esto es lo que parece haberle fallado al pionero de la cirugía cerebral, Harvey Cushing. Aunque podrían haberlo descripto como “el Colón de la glándula pituitaria”, dice Hansson, probablemente careció de colegas inspirados para la publicidad?
Para ser considerado, los descubrimientos tienen que producirse en el momento apropiado. En 1944, Alfred Blalock y Helen Taussig desarrollaron un método para tratar el “síndrome del bebe azul” (metahemoglobinemia). Lamentablemente para ellos, por esos días había una explosión de avances cardíacos y no atrajeron el interés del jurado.
Tampoco hay que ir en contra de los tabúes de la época, como le ocurrió a Ferdinand Sauerbruch en 1903, cuando haciendo caso omiso a una veda no explícita a la cirugía cardíaca, que en esa época se consideraba muy riesgosa, creó una cámara de presión para trabajar con la cavidad torácica abierta. A pesar de haber recibido más de 60 nominaciones, nunca llegó al podio.
Aunque Hansson no lo analizó, se podría agregar que en la actualidad otro obstáculo es trabajar en equipos muy numerosos, como cada vez más ocurre con los experimentos internacionales en física de partículas. Es lo que sucedió con la detección del bosón de Higgs y de “las oscilaciones de los neutrinos” (el premio de este año). En estos proyectos participan decenas y hasta miles de investigadores, pero el estatuto estipula que no pueden premiarse más de tres por categoría.
Y, si está en lo cierto el profesor Santo Fortunato, de la Universidad Aalto, Finlandia, que hace unos meses publicó una carta en Nature, para aspirar al Nobel tampoco es recomendable ser joven. Al parecer, desde que comenzaron a entregarse en 1901, el tiempo transcurrido entre el descubrimiento científico y el reconocimiento sigue una tendencia alcista. Antes de 1940, sólo entre el 11 y el 24% de los premiados (según la disciplina) tenían que esperar más de 20 años. En las últimas tres décadas, esto le ocurre a más de la mitad. Precisamente, la mayoría de los laureados de esta última edición son octogenarios. Es más, a este ritmo, a fin de siglo algunos nominados podrían no llegar a vivir lo suficiente como para estar presentes en la ceremonia. Aunque, claro, imaginar qué sucederá a fin del siglo XXI excede los poderes anticipatorios del comité Nobel. Y de los nuestros, ni hablar.
LA NACION