Vigencia de una leyenda

Vigencia de una leyenda

Para ser una leyenda, muchas veces hay que morir joven. Ese fue el caso de Marilyn Monroe, Che Guevara, John F. Kennedy, Kurt Cobain y… James Dean.
El carilindo y esquivo actor estadounidense que supo conquistar corazones (y mentes) a mediados de los años ’50 (y anticipar la revolución juvenil en ciernes) murió hace hoy 60 años.Tal vez el primer héroe teen a escala global, las películas de Dean muestran un potencial creativo que nunca pudo constatar y que aún es materia de lamento y discusión.
Hijo de un granjero de California, James Dean siempre quiso ser actor. Pero no le fue fácil. A los 19 años consiguió su primer trabajo como intérprete en un anuncio de Pepsi. No decía ni una sola palabra. Luego pasó por westerns y películas bélicas, pero casi siempre ni aparecía en los créditos del final.
Todo empezó a cambiar con Al Este del paraíso, estrenada en 1955. Allí Dean interpreta a un joven dubitativo y confundido, que intenta buscar un sentido a su vida. Desde el punto de vista material tenía todo lo que se puede desear, pero no era feliz. Un estado emocional que coincidía con infinidad de jóvenes extrañamente insatisfechos post Segunda Guerra Mundial y pleno auge del existencialismo de Camus y Sartre.

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“No hay duda de que a partir de entonces James se convirtió en un ícono del siglo XX”, dice hoy su albacea Mark Roesler. “Dean llegaba al alma de su generación y era capaz de decir con una mirada mucho más que muchos otros en una película entera”. Roesler señala que no era una cuestión azarosa sino una situación específica de Dean. “Y así se explica que siga teniendo éxito hoy en día”, completa.
La vida del actor tuvo continuos altibajos. A los éxitos se sucedieron las derrotas. Y tras los excesos hubo depresiones y también peleas. Era alguien que estaba fuera de los cánones. Y esa gesta para medir las agallas en la que él y su rival en Rebelde sin causa acaban chocando contra un obstáculo forma parte ya de la historia del cine.
No por nada todo lo relacionado con los autos, las motos y las rutas eran su pasión. Y de hecho, cuando cumplió 16 años recibió una moto de regalo. Desde entonces no dejó de participar en carreras de coches y de comprar un deportivo tras otro. Cuando se compró el Porsche 550 Spyder, al que a los tres días le pintó en la parte de atrás “Little Bastard”, se lo mostró al actor Alec Guinness y éste le dijo: “No lo conduzcas. Si lo hacés, morirás en una semana”.
Lúgubre premonición. Siete días después Dean conduciría a toda velocidad junto a un amigo mecánico y terminaría estrellado contra un Ford a alta velocidad. Quienes rápidamente se acercaron al lugar del accidente no lo podían creer: la última gran figura de Hollywood yacía muerto.
En ese preciso instante comenzaba su leyenda y nacía también uno de los mayores íconos americanos, marcado por esa belleza congelada en el tiempo y esa actitud rebelde y desafiante a la par que vulnerable y angustiosa que definiría a la juventud de la posguerra.
Al momento de su muerte, Dean solo había hecho tres películas, aunque únicamente una había llegado a los cines: la citada Al este del paraíso, la adaptación de Elia Kazan de la novela de John Steinbeck. Este film fue suficiente para que la crítica lo recibiera como el mayor talento joven de Hollywood, algo que se vería refrendado con el estreno, apenas un mes después de su muerte, de Rebelde sin causa, el drama de Nicholas Ray.
Para octubre de 1956, y convertido ya en un mito del cine, se lanzó Gigante, su último trabajo, con la firma de George Stevens y Elizabeth Taylor y Rock Hudson también en el reparto. Dean logró la nominación póstuma al Oscar, como ya ocurriera con Al este del paraíso.
Apenas tenía 24 años.
TIEMPO ARGENTINO