Ushuaia, donde todo comienza

Ushuaia, donde todo comienza

Por Grisel Isaac
Quizá se trate del comienzo de todo. Aquí, en uno de los senderos de la Reserva Natural Cerro Alarkén, en Ushuaia, Tierra del Fuego, se siente una quietud extremadamente fría, un silencio profundo teñido de blanco. Es como estar dentro de una imagen congelada. A pie, atravesamos un claro que esconde un turbal y nos internamos en un bosque. En ese paisaje helado y dormido, el único movimiento que se percibe es el nuestro. Son nuestros pasos enfundados en raquetas de nieve –detalle simpático, una de las marcas de las raquetas es Yeti II– que crujen, nos aferran a la nieve y dejan huella. Son nuestras cámaras las que se mueven buscando captar esa calma apasionante, suenan nuestras palabras, nuestras preguntas y las respuestas de Aimé Ramunda, guía del hotel Arakur –ubicado dentro de la reserva–, que con su energía contagia en cuestión de segundos esa pasión por caminar (y cuidar) la naturaleza.
Entre los árboles no hay viento, el follaje no suena, no se oyen pájaros ni insectos. Es puro silencio. Blancos, grises, marrones, unos hongos anaranjados, las pálidas y sensibles “barbas de viejo” que cuelgan de las ramas… los colores componen una postal extrema y bella. A un lado y al otro, lengas, ñires y guindos con sus farolitos chinos y el pan de indio, esperan pacientes que pase el invierno, que la primavera les permita, de a poco, sacudirse la nieve, hacerse oír.
Unos crujidos más sobre la nieve y llegamos al Mirador, así, a secas y con mayúscula: difícil hacer entrar tanto paisaje en una sola foto. Aimé nos cuenta. Se ven las islas Hoste y Navarino (chilenas), el canal Beagle, el cordón Martial, el Vinciguerra, el Valle del Río Chico, las sierras del Sorondo –donde están el monte Olivia y el Cinco Hermanos– y el valle de Andorra. El frío se siente más en este mirador natural. La perra Daniela nos ha escoltado por tramos. Se nota que es fueguina y mientras nosotros intentamos no rodar en el hielo, ella se deja deslizar como si estuviera esquiando.
Acá, en Tierra del Fuego, acá donde todo remite al fin del mundo, acá está el comienzo de todo. El comienzo de nuestro viaje, del descubrimiento, de la fascinación por esta ardua geografía austral. Podría ser también el comienzo de un mundo que, tal vez, siempre miramos al revés.
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Cuestión de temporadas
Lejos quedaron los tiempos en los que a Ushuaia se iba sólo en verano. Sigue siendo el verano, sí, una temporada fuerte: muchos extranjeros, muchos cruceros, mucho turismo aventura, mucha parada previa para los que quieren llegar a la Antártida y una temperatura algo –sólo algo, no exageremos– más agradable, porque igual hace frío.
El invierno corre con la ventaja de los días sin viento y la omnipresencia de la nieve que mueve visitantes hacia los centros invernales. Hay paseos clásicos como las navegaciones por el canal Beagle, el Tren del Fin del Mundo, un recorrido por parte del Parque Nacional Tierra del Fuego incluyendo Bahía Lapataia y el lago Acigami (ex Roca), el Museo del Presidio. Y otros no tanto, como las vistas panorámicas desde un helicóptero o excursiones en 4×4. Esencial, el invierno lleva a buscar refugio en los locales donde el chocolate caliente o el té con tortas es lo más pedido cuando, de repente, empieza a nevar.
La avenida San Martín un domingo por la tarde –ojo, muchos negocios cierran los domingos–, sigue siendo el lugar donde hay que estar. Una esquina concentra a los jóvenes de risitas cómplices, y el tránsito lento de la calle principal se mueve al ritmo que le imponen los autos que van paseando, mirando, dejándose ver o tratando de llamar la atención con música estridente.

En la ruta
Hay que decir que la apertura de Cerro Castor en 1999 (está a 26 kilómetros de Ushuaia) le dio un impulso decisivo al invierno fueguino ya que rápidamente se posicionó entre los mejores centros de esquí del país. De hecho, en estos momentos se está desarrollando allí (desde ayer, sábado, y hasta el 12 de septiembre) el Interski, un evento que convoca a instructores de esquí de todo el mundo.
Los otros centros invernales ubicados sobre la ruta 3, en los valles Carbajal y Tierra Mayor, consolidan la propuesta con criaderos de perros siberianos, alaskanos y greyster que invitan a dar vertiginosos paseos en trineos (tirados por estos ejemplares vigorosos). Son 10 minutos de adrenalina surcando caminos helados.
Dicen que en competencias, estos perros pueden alcanzar una velocidad máxima de hasta 40 km/h. También en estos lugares se alquilan motos de nieve, se puede practicar esquí de fondo (y en algunos, esquí alpino). O, simplemente, hacer “angelitos”, culipatín y muñecos de nieve, saborear el cordero fueguino, un guiso o tomar un café.
Seguimos avanzando por la ruta 3 más allá de los centros invernales. Seguimos avanzando en la 4×4 que conduce Walter, nuestro guía. La geografía, los puntos cardinales y las nubes que tapan y destapan paisajes desorientan un poco. Estamos en un rincón del mundo que, extrañamente, mezcla bosque, cordillera y mar en un solo combo. Y ahí nomás, empezamos a trepar caminos. Cruzamos los Andes y seguimos en la Argentina.
El Paso Garibaldi merece una foto. El nombre es por Luis Garibaldi Honte, el mestizo que encontró el mejor lugar para abrir huella y cruzar los Andes fueguinos. Desde allí se ve el lago Escondido –el nombre le queda como anillo al dedo porque cada vez que hay nubes, el lago con forma de ocho se esconde de miradas ansiosas– y, más allá, las orillas pedregosas del Fagnano: tiene poco más de 100 kilómetros de largo, y en el centro y a lo largo de este espejo de agua está la Falla de Magallanes, el punto donde se encuentran las placas de Sudamérica y de Scotia.
Todo forma parte de esta aventura off road y bajo cero. Entre ambos lagos, la Land Rover Defender anda y desanda huellas imposibles, parece encajarse en un charco de costra helada que no deja ver cuán profundo es, y sale como si nada, se zarandea –nos zarandea– y encara una subida pronunciada. Una montaña rusa en medio de la naturaleza.
El calor acogedor de la salamandra del refugio frente al lago Escondido devuelve la vida a mis pies helados (importante, para la próxima incursión en la nieve, dejar los borcegos urbanos en casa y llevar algo más apropiado). En pocos minutos, Walter transforma una cabaña escueta y fría en el refugio perfecto, donde todos queremos estar. Cálido, con vista al lago y con una humeante sopa de calabaza sobre la mesa. El bosque sigue helado del otro lado de la ventana. Luego llega el momento de descolgar las camperas y ponernos los guantes. La salamandra del refugio se apaga. Habrá que desandar el sendero blanco por el que vinimos, detenerse en nuevos detalles, pedir otras explicaciones, tomar nuevas fotos. Subir a la 4×4 y volver a la ciudad.

De exploradores e industrias
En el valle del río Pipo, entre el monte Susana y la cadena del Martial, la estación de tren se va llenando poco a poco. Todo está dispuesto para hacer más deseable la salida. Hay banderas que dan la bienvenida a todas la nacionalidades, objetos históricos, vitrinas y carteles, un bar para mitigar la espera con un café o con una Beagle, la cerveza artesanal local, y una tienda de recuerditos.
Tanto el Tren del Fin del Mundo como la navegación por el canal Beagle –en catamarán o en embarcaciones más pequeñas– son dos paseos clásicos, sea invierno o verano, que ofrecen un panorama de la ciudad y de la región, y también te zambullen en la historia local, como las exposiciones que ofrecen los museos del centro. Historias de navegantes y exploradores: el canal Beagle debe su nombre, por ejemplo, a la embarcación HMS Beagle que en su segundo viaje de exploración –y bajo el mando de Fitz Roy– trasladaba también el naturalista Charles Darwin.
Las leyendas de naufragios se mezclan con relatos de pueblos originarios arrasados: esta fue tierra de yámanas, selk’nam, haush y alakalufes; de presidiarios malvados como el Petiso Orejudo y de presos políticos como Ricardo Rojas (la cárcel funcionó entre 1904 y 1947, año en que Perón, presidente, y Roberto Pettinato padre, director de los institutos penales, la cerraron). Entre pasado y presente, entre muestras y comentarios, pasamos de los feroces buscadores de oro y los estancieros, a la reciente visita del actor Leonardo Di Caprio; de la casa ecológica Nave Tierra impulsada por la cantante Elena Roger y su marido Mariano Torre, al problemón de los castores invasores: tras el cierre de la cárcel y con la intención de ofrecer una tierra de oportunidades que evitara la fuga de la población, a alguien se le ocurrió traer algunas parejas de castores canadienses para generar una industria peletera. No funcionó. Sin predadores naturales –como lobos u osos, que sí hay en Canadá– estos roedores se reprodujeron sin límite y se dedicaron a lo que mejor saben hacer: fabricar diques que estancan el agua, inundan y matan árboles en cantidad.
Luego llegaron los tiempos de la promoción industrial en los años 70, los renovados deseos de una población estable y creciente, y a comienzos de los 90, el título que le valió a esta tierra, por fin, ser catalogada como provincia.
Hoy, los relatos cotidianos de gente venida de los otros tres puntos cardinales (en el sur ya estamos) comienzan a entremezclarse con las historias de los “NYC” (nacidos y criados), como Aimé, nuestra guía en el comienzo de esta aventura.

Nubes de vapor
Pero volvamos a la estación, el tren está a punto de partir. De los 17 kilómetros que recorría originalmente la formación que a comienzos del siglo XX trasladaba a los presos, hoy sólo utiliza siete, con fines netamente turísticos.
La recuperación de este tren de trocha angosta (60 centímetros), que servía para transportar la leña desde el bosque y que quedó destruido con el gran terremoto de 1949, fue proyecto del empresario Quique Díaz. En 1994 reconstruyó vías, durmientes, talleres e incorporó locomotoras.
Atenta a la cantidad de gente que va llegando, a los detalles y con una cordialidad arrasadora, Flavia chequea que esté todo listo para la salida. Como se trata de una empresa familiar, cualquier día también uno puede encontrarse con Quique o con su hijo Rodrigo cortando boletos y compartiendo parte de la historia. De aquel primer tren de los presos, sólo queda una locomotora y un vagón, que pueden verse en el Museo Marítimo.
La locomotora Ingeniero Livio Dante Porta, construida en el país en 1994, fue la primera en brindar servicio. También forman parte de la flota la locomotora Camila (de Winson Engineering, Reino Unido), Rodrigo (locomotora diésel verde de 1938, de la empresa alemana Orenstein & Koppel), Tierra del Fuego (también diésel), Ruston y la locomotora roja Ingeniero Zubieta (de 2006).
Cuando Flavia hace sonar la campana, las nubes de vapor cubren la estación y la historia, el paisaje y la emoción echan a rodar. Otra vez, todo vuelve a empezar.
CLARN

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